Cultura
Editores latinoamericanos y asiáticos se reúnen en Buenos Aires en la Feria del Libro Coreano
Aseguran que hay mucho que hacer en conjunto. “En Corea conocemos bien los vinos argentinos, ¡pero faltan los libros!”, dice Martín Moon, uno de los participantes del evento.

(CABA) ¿Qué posibilidades de circulación en el mundo tienen, aun partiendo de todas las crisis, los libros argentinos y latinoamericanos? ¿Hasta dónde es posible que lleguen a mercados muy lejanos y diferentes? Y al revés: ¿Cuánto de eso lejano que a priori se puede percibir como exótico, y que refleja culturas y sociedades muy diferentes, puede “interesar” en el mercado local? La Feria del Libro Coreano en América Latina, que se realiza en Buenos Aires este miércoles y jueves, propone algunas puntas para pensar estas cuestiones. No sólo eso: asombra con datos como el que indica que los coreanos eligen comprar derechos de libros con temáticas muy locales e identitarias: una novela gráfica sobre Salvador Allende, un reportaje gráfico sobre los pueblos originarios selknam. Y también con la apuesta a los libros infantiles como los que posibilitan “dejar marcas en la memoria emotiva” que tienden puentes hacia el otro, el diferente. Una capacidad invaluable, en tiempos como los que corren.
Además de ruedas de negocios pensadas para el sector, el encuentro coreano – latino realiza este miércoles desde las 11 una charla abierta al público en general. La misma es en el Hotel Intercontinental (Moreno 809), con entrada gratuita. Participan sellos locales dedicados a la literatura infantil y juvenil como UnaLuna, Calibroscopio, Limonero y Adriana Hidalgo, entre otros. Entre los coreanos hay una larga lista: Aram, D&P, Kidare, Darakouon, dedicada a educación, Sanzini, centrada en libros de diseño, Score, con ediciones sobre música, entre muchos. No llegan de manera individual, sino presentados como parte de una industria integral por la Agencia de Promoción de la Industria Editorial de Corea (KPIPA), la entidad estatal organizadora de la movida. Se suman las editoriales que representa la agencia literaria chilena VLP: Pehuén, Ñire Negro, Una Casa de Cartón, Liberalia, de ese país; las españolas Kekibud, Babulinka Books, la peruana Alaluna, entre otros.
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“En Corea conocemos bien los vinos argentinos, ¡pero faltan los libros!”, se ríe Martín Moon, uno de los participantes del evento. Aunque va y viene seguido a su país natal, vive en Chile desde hace ocho años, y allí creó junto a su socia Vivian Lavín la agencia literaria VLP. Desde esta agencia, en un reciente viaje a la Feria del Libro de Seúl, vendieron entre otros los derechos de Los años de Allende y Nosotros los selknam, novelas gráficas de los chilenos Carlos Reyes y Rodrigo Elgueta, que cita como ejemplo: “Corea y América latina sufrieron dictaduras en épocas similares. Hoy muchos coreanos, sobre todo cierto sector de profesionales, se interesan por esa historia de Latinoamérica que encuentran un poco parecida a la suya. Pero tal vez la conocen solo superficialmente. O conocen ciertas figuras con un halo romántico: el Che Guevara, Evita, Fidel Castro, Chavez. Hay interés por conocer lo local. De lo global ya llega, y mucho, desde Estados Unidos”, comenta Moon. En contra del sentido común que indica que para salir afuera hay que apuntar a lo homogéneo, a lo universal, Moon observó que lo que “vende” es, justamente, lo propio y particular.
“Esta posibilidad de leernos, los latinoamericanos a los coreanos, y ellos a nosotros, es otra manera de comerciar, que no suele ser tenida en cuenta”, observa Vivian Lavín. Es absurdo que hoy día consumamos, como en Chile, televisores y autos coreanos, conozcamos sus marcas, pero no sepamos de sus escritores. Hay un intercambio comercial intensísimo, estamos hablando de la octava economía del mundo, sin embargo, ¿qué sabemos de las personas que están detrás de toda esa maquinaria industrial, comercial, exportadora?, plantea. “Por eso creo que todos los libros son valiosos, pero el libro infantil es bien clave en este asunto. Cuando un niño coreano abre un libro y se encuentra con que una historia se desarrolla en Ushuaia, o en el volcán de Osorno, eso toca su emoción, y queda. Y cuando alguna vez en su vida se tope con un argentino o un chileno (no va a ser raro, estamos en la era de las migraciones), él va a tener una memoria emotiva que lo acerque a ese otro. No como un extraño, una amenaza, sino como alguien que posee otras riquezas, que simplemente viene de otros paisajes y otras vivencias”, reflexiona la agente literaria.
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La figura del agente literario, y el rol que puede asumir como promotor cultural puertas afuera de un país, es otro tema entre los que abre una feria de estas características. “Estos son tiempos en que la cultura tiene una oportunidad como nunca en nuestros países. La industria editorial ha estado manejada por grandes conglomerados, ellos nos han hecho creer que cuando toman a nuestros autores y exportan sus obras, con eso llevan a todo el país. Pero no es cierto. La autora latinoamericana más vendida en el mundo es por lejos Isabel Allende. Si operase esa lógica, detrás de ella debiera haber cientos de escritoras chilenas conocidas en el mundo. Pues no es así”, advierte Lavín.
“Nuestro desafío hoy día, con vocación latinoamericana o iberoamericana, porque también representamos a pequeñas editoriales españolas que son comidas por otras grandes, es abrir con un catálogo una multiplicidad de voces”, describe. Y compara el punto de partida de Corea, tan diferente al local: “Ellos traen una industria, abren un catálogo donde están todos presentados por igual. No traen a figuras, como estamos acostumbrados nosotros. Chile va a una feria y lleva a este autor, a este otro, nos deslumbramos con los famosos. Tenemos que conocernos y darnos a conocer, para empezar a entendernos. Y para eso, tenemos que poder mostrarnos diversos”.
Martín Moon dice que hay características que asemejan a la Argentina con Corea: su población, por ejemplo, de unos 50 millones de habitantes y 10 millones en la ciudad capital. El desarrollo de la industria editorial, y el impulso que desde el Estado se le ha decidido dar como política activa, no es precisamente un punto en común. Solo en Seúl hay cerca de 30 mil editoriales, y en todo Corea casi 60 mil. “No fue magia”, podrían decir los coreanos: la Agencia de Promoción de la Industria Editorial de Corea (KPIPA), que con el expreso fin que le da nombre realiza acciones como traer esta feria a Buenos Aires, tiene un presupuesto anual de 35 millones de dólares. La política de apoyo a las pequeñas y muy pequeñas editoriales (cuya expansión en los últimos años es la que posibilita semejantes números) está entre los objetivos declarados y ejercidos de la agencia estatal.
Los coreanos ostentan un orgullo particular dentro de esta industria: “Gutemberg creó la imprenta y con ella el primer libro en 1455. Pero Corea se adelantó más de 70 años y cuenta con las impresiones en metal más antiguas del mundo, las jikji. De modo que nuestra historia editorial es muy antigua”, aseguran desde la agencia. NR
Fuente consultada: Página12

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