Buenos Aires, 20/04/2024, edición Nº 4175
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EL 50 por ciento de las parejas porteñas casadas termina en divorcio

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Se trata de una tendencia en alza. Es una separación legal cada 142 minutos.

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(CABA) Día a día, los hogares de la Ciudad de Buenos Aires viven una transformación motivada por el entrecruzamiento de razones socioeconómicas, culturales y hasta psicológicas, que no se detiene, y que este año muestra las estadísticas de la desavenencia conyugal en su más alto nivel histórico. En concreto, ya se produce un divorcio cada dos matrimonios, en un contexto general de menos bodas y más uniones civiles y de un crecimiento constante de las viviendas habitadas por solteros.

Según datos aportados por el Registro Civil porteño, hasta julio de este año se registraron en la Capital Federal 2915 divorcios: uno cada 142 minutos. Son 77 más de los que se inscribieron en los mismos siete meses de 2013. Y aunque, de aprobarse el proyecto de reforma del Código Civil el trámite será aun más sencillo (no habrá que aducir causas ni habrá audiencias previas), se trata evidentemente de una tendencia en alza.

Lo opuesto sucede con los matrimonios. Mientras hace 15 años había 46 enlaces por día (16.832), en la primera mitad de 2014 cayeron a 28 cada 24 horas (5938, hasta julio). La tendencia negativa viene profundizándose. En 2012 habían sido 12.637 matrimonios, y en 2013 bajaron a 11.629, que en relación con los 5671 divorcios de ese año, significaron una separación cada dos enlaces.

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Noviembre y diciembre son los meses más elegidos para casarse, triplicando a las bodas que acontecen en junio. En cambio, los divorcios son moneda corriente en marzo y abril, a la vuelta de las vacaciones y con el inicio de clases, un combo que puede llegar a ser determinante para visualizar el desgaste de la pareja, tal como remarca Alejandra Foti, abogada del Estudio Jurídico Derecho y Familia. “Hay menos tolerancia y la gente hoy por hoy se divorcia más joven.” Afirma que diez años atrás, la edad promedio de la separación superaba los 40; hoy bajó a los 35, y suele darse en matrimonios con hijos.

El mayor descenso en los matrimonios respecto a años anteriores es causado por las primeras franjas etarias, hasta los 35 años. En 2010 contrajeron matrimonio 2538 personas de entre 15 y 25, y 14.760 de 25 a 35 años. En 2013, en cambio, se redujeron a 1758 y 12.257, respectivamente, con fuerte incidencia de las mujeres, que ahora se casan menos a esas edades y tienen hijos más tarde. Según datos oficiales de la Ciudad, en menos de dos décadas aumentó más de un año la edad media de las mujeres madres, de 28,3 en 1994 a casi 30 años en 2012.
Para el doctor Eduardo Drucaroff, investigador en psicoanálisis de familia y pareja, la baja año a año de los matrimonios no significa que se cayó la idea de la monogamia, sino la idea de la monogamia única y exclusiva a lo largo del tiempo: “Son monogamias seriales cada ciertos períodos de tiempo. Es que cada vez hay menos sometimiento a las convenciones y más libertad personal.” La contrapartida, cree, es que hay “cierta laxitud en el compromiso que juega en contra de la posibilidad de sostener la pareja en los vaivenes hacia abajo“.

El matrimonio también se ve perjudicado por otras opciones que cada vez son más elegidas. Es el caso de las uniones civiles, a las que muchos apelan para buscar beneficios sociales y laborales. En 2006 hubo 13.808 matrimonios y 344 uniones; en cambio, en 2013 se registraron 11.629 matrimonios y 670 uniones civiles.
Hay un cambio de modalidad, de cómo es la trayectoria en relación con la conformación familiar. Antes se quedaban en la casa hasta que se casaban. Las nuevas generaciones eligen unirse, convivir, y eso no está necesariamente registrado en las estadísticas. Antes la unión era una etapa previa al matrimonio, pero cada vez se va consolidando más como opción de más largo plazo o incluso permanente“, destaca Georgina Binstock, investigadora del Centro de Estudios de Población (CENEP)-CONICET, y acota que “en la medida en que se consolida la pareja ven menos necesario legalizar la unión a través del casamiento. Otros, en cambio, deciden casarse ya sea porque quieren terminar de sellar su compromiso y hacer una fiesta, o porque un hijo se los pide, o a partir de otros eventos como la compra de una vivienda, por ejemplo.

Antes había mucha resistencia a la aceptación de las relaciones sexuales prematrimoniales, ahora eso se ha liberado y los jóvenes se dan cuenta que tampoco necesitan apurar el matrimonio para vivir juntos; toda esa otra dinámica de relación la pueden mantener de lo más bien estando solteros. Hoy causa más sorpresa si uno cuenta que se va a casar sin haber convivido, como era el viejo modelo“, considera Binstock.

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En abril pasado, la Dirección General de Estadística y Censos porteña publicó un informe de población donde se remarca que en los inicios del siglo XXI, la mayoría continúa viviendo en familia: “Los hogares conyugales representan poco más del 60% del total de hogares, pero se observan cambios internos.” Una de las autoras del trabajo, Victoria Mazzeo, investigadora del Instituto Germani-UBA y titular de la cátedra de Demografía Social, asegura que “las familias monoparentales reflejan la realidad cambiante de la situación conyugal. El aumento creciente de los divorcios y separaciones, tanto de parejas legales como consensuales, así como la menor duración de las uniones, son las primeras causas del aumento de este tipo de familias.

En cuanto a los no conyugales, “el cambio más significativo” fue el notorio aumento de las personas que optan por vivir en soledad: los hogares unipersonales prácticamente duplicaron su peso relativo y ya superan el 20% del total de la Ciudad. También varió a lo largo de estos años la distribución de los solteros menores de 25 años: en 2005 eran un 62,5% los que vivían con ambos padres, un 24% sólo con la madre y un 3,2% con el padre. En 2012, un 59% vivía con ambos padres, un 26,8% con la madre y un 4,5% con el padre.

Drucaroff apunta que “hay una diversidad mucho más grande de tipología de hogares, especialmente en la clase media, a la que se ha tomado como prototipo como si fuese una visión generalizada. En ese sector va cambiando la situación lustro a lustro“. La mitad de sus pacientes acuden por tener dificultades en la vida amorosa. “La preferencia de evitar la convivencia, que muchas veces es burocratizante, incide negativamente sobre el deseo“, dice. Y estima que de diez que asisten por dificultad amorosa, cinco pueden solucionarla. “Muchas veces ya vienen muy jugados, como si la relación estuviera en terapia intensiva. Si aún hay deseo, pueden salvar la pareja. Si no, lo mejor que pueden hacer es un adiós inteligente de los dos. No es el fin del mundo.

Fuente: Tiempo Argentino

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