Buenos Aires, 27/12/2024, edición Nº 4426
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Once: la historia en primera persona

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Pasajeros y testigos que estaban en el andén cuentan el accidente y los primeros minutos posteriores de confusión y desolación. En el tren nadie quedó en pie, con los pasajeros enredados y unos sobre otros. No hubo gritos, “pero sí gente en shock, como medio mareada, señoras que bajaban llorando” del tren.

Eran las 8.33 de la mañana y Marcelo estaba por bajar del tren Nº 3772. Iba en el primer vagón, estaba cerca de la puerta. Había subido en Paso del Rey a las siete menos cuarto, “como siempre”. El tren “venía parando en todas las estaciones. Paró y arrancó normalmente. Entró normalmente a Once, a velocidad normal. Todo era normal”. El servicio llegaba con quince minutos de demora, pero eso también entraba en las previsiones cotidianas. En el hall central de la Estación Once, hacía rato había comenzado la actividad habitual de un día de semana. De un segundo al otro, en el kiosco de diarios, Daniel escuchó “una explosión fuerte”, vio “polvareda, humo, tierra”. Minutos después empezaron a pasar personas “shockeadas”. A unos metros, desde la barra del bar que atiende Carlos, todo fue “nomás la explosión”, sólo eso y “gente medio golpeada que salía”, que deambulaba o quedaba sentada en el piso, apoyada contra la pared. No lo habían visto hasta girar, hasta acercarse, pero “sabíamos por el ruido que era el tren. Por el soplete. Porque fue una explosión”, explicó José, uno de los vendedores ambulantes de trenes, que estaba en el depósito del primer piso buscando mercaderías. Sólo después, agregó, vinieron “los quejidos de mujeres”, las ambulancias, los bomberos y los móviles de televisión.

Pasado el mediodía, radiografías en la mano y desde una silla de ruedas azul para descansar el tirón de ligamentos que le produjo el accidente, Marcelo, el señor de 47 años que había subido en Paso del Rey para luego tomar el subte y llegar a su trabajo en Banco Ciudad, apuntaba que quizá porque se había demorado el servicio, o tal vez porque había terminado el fin de semana largo y “la gente volvía de vacaciones”, el tren estaba más colapsado que nunca, venía ya saturado desde Moreno. En realidad, ya en Merlo no entraba ni un alfiler”. Aunque debía ser un servicio rápido, la formación paraba “en todas las estaciones”. El caso es que Marcelo estaba “de espaldas a la punta del tren” en el primer vagón y en segundos sintió “un impacto de atrás”. “Caí al piso. Tenía una persona abajo. Y las personas que estaban alrededor también se habían caído, quedé abajo de muchos.” Eran las 8.33.

En ese instante, Carlos, el veinteañero que a las seis y media, como todas las mañanas, había empezado a atender el mostrador de Bartodo, el bar en forma de herradura que da a los andenes, al hall, a las escaleras de Bartolomé Mitre, escuchó “algo que explotó”. La seguidilla de “polvareda, humo, tierra” que sobrevino tras el ruido llegó, también, hasta el puesto de diarios en el que Daniel estaba desde las cinco de la madrugada. No hubo, eso sí, gritos, pero sí “gente en shock, gente que notabas como medio mareada, señoras que bajaban llorando” del tren.

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Dentro del vagón, ni Marcelo ni las personas que habían quedado tan atrapadas como él sabían que todavía era demasiado pronto, que no había personal de TBA auxiliando a los primeros heridos, que no se veían ni bomberos ni policías porque el choque acababa de pasar. Lo sabía, sí, Sebastián, un empleado administrativo de 34 años que llegó en el tren siguiente, a las 8.38, “mientras puteaba al vocero de TBA por Twitter, porque otra vez el tren se había retrasado”. Al bajar, “vi más gente que la mucha que se ve siempre. Me acuerdo que íbamos muy lento hacia los molinetes, porque claro, adelante se amontonaba”. Por los altoparlantes no se transmitían avisos de ningún tipo. Al llegar al final del andén, “empecé a ver el alboroto”: “La misma gente y dos o tres policías, de los que vigilan siempre la estación, ayudaban a la gente a salir”. Había “gente tirada o apoyada contra las paredes, alguna con sangre”. Pero “yo no soy médico, no podía hacer nada, me fui. Mientras me iba a tomar el subte, llegaban las ambulancias”.

Pasaron diez, quince minutos, dice Marcelo, fue “rápido”. Al cabo de ese tiempo, empezó a sentir ruidos. “Gracias a Dios los bomberos y la policía nos ayudaban a salir”, porque habían quedado atrapados y enredados unos con otros. “Tenía esa persona abajo”, recuerda, sentado en la silla de ruedas para cuidar sus piernas “Tironeando” lo rescataron.

 

 

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