Sociedad
Ni novios, ni amantes: cada vez más mujeres prefieren tener “chongos”
Así llaman a sus circunstanciales aventuras amorosas. Las “mujeres alfa” son el testimonio de un cambio cultural en el mundo del deseo.
(PBA) Ríen, se enciman al hablar, no sacan la vista del teléfono. Anochece en Puerto Madero y ellas están sumergidas en las pantallas de sus celulares chateando en Tinder y respondiendo mensajes por WhatsApp. Se muestran los chats. Buscan en la aplicación Lulu y chequean si el ocasional candidato del día –ellas lo mencionarán de otro modo– ya fue ranqueado por alguien como novio, exnovio, amigo, conocido, si está en otro tipo de relación, o si se encuentra taggeado en alguna categoría: #GranAmante #PanicoalCompromiso #NuncaSeQuedaADormir #NenedeMama. Salir con alguien, en tiempos de celulares inteligentes es mediado por una interfaz. El encuentro cara a cara, escuchar una voz, aproximarse a un olor, quedará para otro momento, acaso efímero.
Se prensentan con un apodo que no necesariamente coincide con su nombre verdadero. La virtualidad sigue fuera de la pantalla: son Lu, Sol y Maca; treintañeras, profesionales, que se abren paso en empresas de la zona. Y llaman chongos a sus circunstanciales aventuras amorosas. “No son novios, ni una relación seria. Es alguien con quien te ves cuando tenés ganas”, define Lau. “Tampoco son amantes”, aclaran a coro Lu y Maca. “¿Amantes? ¿Qué es eso?”, ríen. Les resulta anacrónico el término. No se les cruza por la cabeza la clandestinidad de una relación –y posiblemente tampoco el amor– a largo plazo. “¡Ni loca!”, primerea Maca. “Imaginate si voy a bancarme a un tipo que esté casado y yo de segunda.” Sol agrega, sin dejar de escribir sobre la pantalla de su teléfono: “En las redes hay muchos casados que están de levante”. Y diferencia: “Una cosa es el que está en pareja y anda de levante. Lo ves una vez y chau. Otra, que vos le respondas los mensajes o llamados cuando a él se le da la gana. Que estés disponible. No sé, no da. ¡Esas relaciones son del tiempo de mi abuela! No digo que no las haya porque conozco chicas que por no estar solas se bancan a cualquiera que las denigra”.
Chongo, una palabra que se filtró en el lenguaje femenino adquiriendo presencia. En las charlas de amigas suele aparecer como sinónimo de un levante ocasional –el último– o refiere a aquel que dura algunos encuentros. Se habla de ellos sin pudores, más bien lo contrario; aunque no suele haber presentaciones sociales, ni a amigos ni, mucho menos, a familiares. Pocas veces se muestran juntos porque en la mayoría de las ocasiones son encuentros furtivos; parte de una manera de relacionarse que es funcional para ambos, como si se tratara de una cuestión de disponibilidad mutua, sexo on demand, una conjunción que no implica compromisos: ni económico, ni familiar, mucho menos de estabilidad. Los chongos son una pareja sexual o un amigo con derecho a roce.
“Es incuestionable que se ha producido una modificación en la vida sexual femenina. La mujer también exige, no se acomoda o somete como antes y aceptan de buen grado los vínculos ocasionales”, introduce la psicoanalista Adriana Guraieb. “Irrumpen las relaciones disociadas entre el amor y el sexo, los amigos con los que se hacen ‘intercambio de necesidades’. No es algo universal pero sí una tendencia que se observa cada vez más”, añade.
Y las palabras también van resignificándose con la latencia de sus representaciones.
Tecnópolis. Silvina D. pasó apenas los treinta, trabaja en la city porteña y luce formal. Soltera, sin hijos, analiza: “Si te estás viendo con alguien, antes eso significaba estar en una relación, algo más que una noche juntos. En la dinámica actual es difícil pasar de un ‘nos vemos’ a ‘tenemos algo’. Podés tener una noche genial con alguien y al otro día nunca más lo viste”. La interrumpe el teléfono. Agenda una reunión laboral y vuelve: “Cuesta entablar un vínculo. Diría que, por parte de las mujeres, no hay confianza. Y a los hombres les falta compromiso”. Así las cosas, “cada uno, hombres y mujeres, formamos parte de una cadena de relaciones. No hay exclusividades. Suena tremendo pero es así”.
Federico T., 34, ingeniero informático, pone freno de mano: “No busco ser un chongo de nadie pero te enfrentás con minas que buscan eso o cualquier otra cosa menos una relación formal”. ¿Es una queja? Responde: “Sos un objeto de consumo como si fueras un mueble. Ellas tienen el poder; siempre lo tuvieron. Cuando te metés en Tinder oHappn, enseguida te borran si algo no les gusta y ahí se terminó todo”. Para Federico, se trata de un juego de poder, que empieza en esos primeros momentos virtuales: “Vos necesitás un feedback, entonces les alimentás el ego. Y una vez que te encontrás, no quieren una cita o solo una noche de sexo. Quieren, al menos, unos tres meses de encuentros. Y al final, sin que medien palabras, un día se terminó todo”.
Hiperconectado, el smartphone de Federico vibra bastante seguido en medio de la charla: “Cuando vas al primer encuentro ya estás con fecha de vencimiento. En términos futboleros, tenés que dar vuelta un cinco a cero. Las que quieren solo sexo esperan que avances y hagas todo el trabajo. Y si no lo hacés, te descartan. ¿Romanticismo? No corre. No digo que no les interese pero no hace la diferencia”. Su franja de búsqueda está acotada entre los 28 y 35 años. Precisamente, la edad en que estos entrecruzamientos virtuales se intensifican. “En general, a los 30 un tipo se cansó de bolichear. Y busca otro plan. A una de veinte no la agarrás por el lado de ‘vamos a cenar’ o ‘vamos al cine’. Olvidate. Te dejan colgado como un paraguas. Sos un abuelo”, exagera.
La tecnología es evidente que se metió de lleno en las relaciones humanas y el impacto parece no tener retroceso. “Antes salías y no sabías nada del otro, hasta que volvías a verlo. Y ellos, sobre todo, la tenían que remar. Ahora lo tenés en Facebook, en las redes y sabés todo: a qué hora se levanta, si sacó a pasear al perro, si salió con sus amigos. Ves las fotos que sube, los check in que hace en los lugares adonde va. Sabés en qué anda…”, observa Romina, una maestra de 35.
¿Se perdió el misterio?
Y además, la tecnología los pone cómodos. Piensan que te mandan un mensaje por WhatsApp y vos en cinco minutos estás en la puerta de tu casa esperando que te pase a buscar. La diferencia es que ahora la mujer se da lugar para decir ‘me divierto’. No nos preocupa decir ‘tengo un chongo que no es mi novio’. Ojo, igual hay un montón de minas que se dejan pasar por arriba por no estar solas o las que quieren tener un hijo y se bancan lo que venga con tal de cumplir su objetivo.
Sello propio. Se suele direccionar este tipo de relaciones a las llamadas “mujeres alfa”, acaso una manera de darle un sesgo masculino para justificar el ejercicio despreocupado de su deseo sexual, entre otras cosas. “Estas ‘mujeres alfa’ suelen tener su autoestima muy bien plantada, van detrás de sus proyectos y no dependen del vínculo con un hombre. Si están disponibles, aceptan el encuentro pero no persiguen a nadie ni les gusta que las persigan. En este sentido, el ‘chongo’ puede combinar bien con sus estilos de vida”, describe Guraieb, de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Así, ellas avanzan en un terreno –el del deseo—de un modo en el que el varón se siente, cuanto menos, desorientado. Y los vínculos se volvieron más líquidos que nunca, en términos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Según este planteo, la modernidad –esa época marcada por la incertidumbre– dio de lleno sobre la fragilidad de los vínculos humanos. Porque el avance de la sociedad de mercado hizo trastabillar los vínculos personales, en tanto se toman como una mercancía más. No hay promesas: se pide menos y uno se conforma con menos, también.
Si las mujeres debían amar “en sólido”, los hombres siempre lo hicieron de manera líquida. La novedad es que hoy ellas también parecen dejar la solidez de lado. También aman líquidamente. Avanzan y van al frente sin sentir culpas; se sienten las únicas proveedoras de su bienestar económico y sexual.
El psicoanalista Santiago Thompson apunta: “Ya el término ‘chongo’ está dejando su lugar al aún más explícito ‘garche’. Hace veinte años se hablaba de ‘amante’, antes aún, la ‘querida’ era el término para nominar a la mujer ‘no blanqueada’. Si la ‘amante’ y la ‘querida’ anudaban el deseo al amor, el ‘chongo’ remite a la conjunción entre deseo y goce”. ¿Significa volverse objeto de consumo? Dice Thompson: “Lo fuerte de estos términos es que suponen una objetivación –o ‘cosificación’ como se dice ahora– del varón: ya no solo el hombre toma a la mujer como objeto, sino que el mismo es explícitamente reducido a un objeto. Esto tiene los efectos que son evidentes para todos: evitación y desorientación del lado de los varones contemporáneos”.
Su colega Any Krieger agrega: “Tener un ‘chongo’ es como decir: ‘Tengo un pene’. Es una equivalencia fálica, sin dudas. Y tiene que ver con la lógica de los lazos sentimentales que encontrarmos en el discurso capitalista, donde no hay lugar para el amor, sino la idea del consumo del otro. En este sentido, el ‘chongo’ es un objeto”.
A los 47, Graciela I., separada, dos hijos adolescentes, cuenta: “Fui buscando algo serio pero resultó que tengo un ‘chongo’ de 38. Un talle 38, bromeamos con mis amigas. Es genial estar con un tipo joven. Los encuentros son explosivos e intensos y los disfruto. Pero no tengo expectativas de una relación”. No fue el primero. Es apenas el último: “Me acostumbré a chonguear. Tengo cuentas en Tinder, Happn, Match. Vivo sola con mis hijos y si quiero caricias, ahí están ellos, dispuestos, disponibles, sin peros. Entiendo que hay otras mujeres que se mortifican si están sin un hombre a su lado. Yo no. Sigo con mi vida”.
Hernán D., contador de 44 años, divorciado después de veinte años de casado, encontró una posibilidad inigualable en los sitios de cita online: “En poco tiempo, conocí muchas mujeres. Y creí que iba a encontrar una relación formal, pero no es así la onda. La variedad de compañeras sexuales, te crea la ilusión de que podés estar con todas. Las mujeres buscan más orgasmos que mimos, sentirse deseadas, más allá de la edad. Sobre todo, si salieron de una pareja de años”.
Krieger, autora de Sexo a la carta, sostiene que en medio siglo viajamos del “ser” al “tener”. Muchas mujeres todavía sienten nostalgia del príncipe azul, pero muchas otras están muy felices de haberlo perdido como la representación de su deseo y de su felicidad. Y, en consecuencia, precisa: “El ‘chongo’ es, entonces, el resto de lo viril atribuido a una sociedad machista que nos evade y nos premia con la pérdida de un posible encuentro con el amor. Es el reducto con el que transamos para soltar nuestra enigmática feminidad y enfundarnos en una postura de ‘macho’ que nos sumerge en encuentros donde nos sumimos en un vacuo hastío”.
Fuente: Clarín
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