Buenos Aires, 19/03/2024, edición Nº 4143
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La ansiedad y depresión adolescente es un drama en ascenso

Las redes sociales como el nuevo espacio de socialización para sanar las penas. El reciente caso de La Plata que le costó la vida a cuatro jóvenes de entre 16 y 20 años

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(CABA) Desde el origen de los tiempos, la adolescencia es un momento particular en la vida de una persona: representa la transición entre los mundos infantil y adulto, y está signado por cambios físicos pero también mentales y sociales. Si bien cada época tiene sus particularidades, la ansiedad y la depresión en niños y adolescentes han ido en aumento desde 2012, después de varios años de aparente estabilidad.

Los jóvenes de hoy -que transitan o transitaron su infancia, pubertad y adolescencia en los primeros años del milenio- tienen la reputación de ser “más frágiles”, menos resistentes a ciertas emociones y de vivir más abrumados por la vida que sus padres. Numerosos especialistas señalaron que este panorama es el resultado de un momento emocional angustiante que muchos jóvenes atraviesan.

Los chicos se aíslan, se recluyen dentro de sus identidades ficticias en las redes sociales, o simplemente aparentan estar bien y, por dentro, sufren por la presión que sienten respecto a sus notas, su futuro, su aspecto físico o sus relaciones con una pareja, amigos y familia.

Algunos jóvenes incluso se autoinfligen heridas superficiales como una manifestación secreta y compulsiva del tormento que sufren. “Buscan tramitar el dolor por la vía más real, que es el cuerpo. Generalmente, sienten alivio en el dolor del corte mismo”, detalló la licenciada en psicología Carla Menchi (MN 45154). Ese escape momentáneo es quizás el síntoma más inquietante de un problema psicológico más amplio: una “epidemia” de angustia y depresión que impacta y afecta directamente a la generación de los adolescentes de principios del siglo XXI. “Las nuevas tecnologías dibujan un panorama complejo. En la actualidad hay un ideal vacío, y eso tiene un impacto: el vínculo con el otro ya no pasa por el encuentro tangible”, amplió Menchi.

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El caso extremo de los amigos de La Plata que se suicidaron

Sin aviso ni cartas de despedida, y en un lapso de 10 meses, cuatro jóvenes de entre 16 y 20 años que vivían a pocas casas de distancia y se conocían desde muy chicos tomaron la decisión de ahorcarse. Ocurrió en Villa Elvira, un barrio de las periferia de la capital bonaerense. Y si bien no hay certezas de los motivos determinantes, lo cierto es que Gustavo, Cristian, Leandro y Owen fueron víctimas de un entramado complejo y muy profundo, que incluye crecer en una situación socioeconómica adversa, rodeados de un entorno poco inclusivo, marginal y con severas carencias en el ámbito educativo: de los cuatro, uno solo había terminado la primaria.

“Acá los pibes están muy expuestos. La mayoría no estudia ni trabaja; están todo el día en la calle, en un contexto muy vulnerable”, detalló Sergio Zapata, pastor de una iglesia evangélica del barrio. Los números parecen darle la razón: en el último año, la comisaría 8ª de La Plata contabilizó 10 muertes de jóvenes de entre 15 y 24 años. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, la tasa de mortalidad juvenil en la Argentina por suicidios es de 7,2 por cada 100 mil habitantes y tiene su pico en un rango similar, de los 12 a los 25 años.

Un problema universal

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Tan creciente y alarmante es la preocupación por esta realidad que la revista TIME dedicó su última portada al tema. Según indican en su artículo, sólo en Estados Unidos en 2015, alrededor de 3 millones de adolescentes entre 12 y 17 años tuvieron al menos un episodio depresivo grave en el último año, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos nacional. Más de 2 millones reportaron experimentar una depresión que perjudica su vida diaria y alrededor del 30 por ciento de las niñas y el 20 por ciento de los niños tuvieron algún tipo de trastorno de ansiedad. Mientras que las niñas parecen más propensas a caer en este comportamiento, los niños no son inmunes: hasta el 30 y el 40 por ciento de los que alguna vez se autoflagelaron son varones.

Lo que preocupa a los expertos en primer lugar es que, de este número, sólo el 20 por ciento de los jóvenes con un trastorno de ansiedad diagnosticable reciben tratamiento y que, por otro lado, también es difícil cuantificar los comportamientos relacionados con la depresión y la ansiedad con actitudes suicidas y autolesiones, porque estos son especialmente secretos y muchas veces son difíciles de detectar para el propio círculo íntimo del joven. Por este motivo, el desafío para ellos es encontrar la manera de ayudarlos a través de la comprensión del contexto donde surge este drama.

Los estudios en este sentido destacan que quienes sufren de estos trastornos son la generación que creció luego del atentado a las Torres Gemelas, criados en una época de gran inseguridad económica, donde el terrorismo y los episodios violentos son moneda corriente y donde, en medio de un mundo en completo caos, fueron testigos de cómo la tecnología y los medios sociales transformaron la sociedad.

“Si el objetivo era crear un entorno realmente angustioso, lo hemos logrado”, dijo Janis Whitlock, directora de un programa de investigación de la Universidad de Cornell sobre la autoflagelación y la recuperación. Si bien muchos adjudican este trastorno a los padres, los dilemas de crianza del nuevo tiempo y el estrés que produce en los jóvenes el sistema educativo actual, Whitlock señaló que no cree que esas sean las causas de esta epidemia. “Es que los jóvenes están dentro de un caldero de estímulos del que no pueden, no quieren o no saben cómo alejarse”, señaló.

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Todos los expertos parecen coincidir en que ser un adolescente hoy en día es tener un “trabajo a tiempo completo” que incluye el esfuerzo escolar, la gestión de una identidad social virtual en redes sociales (que podría ser especialmente estresante y angustiante) y preocuparse por su carrera, el cambio climático, el sexismo, el racismo y lo que sea que la sociedad les imponga. Es la generación que casi en su totalidad no puede escapar de sus problemas en absoluto.

Es difícil para muchos adultos comprender cuánto de la vida emocional de los adolescentes se vive dentro de las pequeñas pantallas de sus teléfonos. Sin embargo, un informe especial de la CNN en 2015 llevado a cabo con investigadores de las Universidades de California y Texas examinó el uso de redes sociales en más de 200 jóvenes de 13 años de edad y descubrió que “no hay una línea clara para los jóvenes que divida el mundo real y el mundo en línea”. Esta hiperconectividad que ahora se extiende por todas partes los sobreexpone a los jóvenes y los sumerge en un mundo donde no saben cómo comportarse correctamente, donde la imagen que desean dar los limita y los presiona.

Otro de los componentes que juegan un rol fundamental en esta problemática, según los expertos, es el sistema educativo. La persecución de calificaciones específicas, la necesidad de “ser alguien” y hacer carrera transfirió la presión que antes ponían los padres sobre los hijos a una presión autoimpuesta por los adolescentes. “La competitividad y la falta de claridad acerca de adónde van las cosas económicamente han creado una sensación de estrés real en los jóvenes”, señaló Víctor Schwartz, miembro de la Fundación Jed, una organización sin fines de lucro estadounidense que trabaja con colegios y universidades en programas y servicios de salud mental.

Muchos críticos de los métodos de crianza actuales señalaron que los niños de hoy están “sobre-supervisados” pero, sin embargo, los adolescentes pueden estar en la misma habitación que sus padres y estar también, gracias a sus teléfonos, sumergidos en un enredo emocional doloroso que expresan por las redes sociales. Sin que nadie lo note, los jóvenes pueden estar viendo la vida de otras personas en Instagram mientras desean en secreto ser algo que no son o pueden estar inmersos en una discusión sobre el suicidio con gente en la otra punta del planeta.

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En el estudio de la cadena CNN, los investigadores descubrieron que incluso cuando los padres hacen todo lo posible para controlar el Instagram de sus hijos, Twitter y Facebook, lo más probable es que sean incapaces de reconocer los desaires sutiles y las exclusiones sociales que están causando dolor a sus niños.

La “adicción” al autoflagelo

Para algunos padres que descubren que su hijo estuvo severamente deprimido sin que ellos lo notaran o que llegó a lastimarse a sí mismo, el descubrimiento viene cargado de muchas culpas. El autoflagelo no es universal entre los niños con depresión y ansiedad, pero sí parece ser el síntoma más visible de las dificultades de salud mental de esta generación.

Un estudio del Hospital de Niños de Seattle hizo un seguimiento a las personas que utilizan hashtags en Instagram para hablar de autolesión y descubrió un aumento espectacular de su uso en los últimos dos años. Los expertos recibieron 1,7 millones de resultados de búsqueda para “#SelfHarmmm” en 2014 y en 2015 el número fue de más de 2,4 millones.

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El estudio académico de este comportamiento es incipiente, pero los investigadores están desarrollando una comprensión más profunda de cómo el dolor físico puede aliviar el dolor psicológico de algunas personas que lo practican. Algunos de los tratamientos para las autolesiones son similares a los de las adicciones, sobre todo en el enfoque en la identificación de los problemas que causan la ansiedad y la depresión y luego la enseñanza de otras formas saludables de lidiar con ellos.

Fadi Haddad, un psiquiatra que trabaja en el servicio de urgencias de psiquiatría para adolescentes en el Hospital Bellevue en Nueva York, dice que el mejor consejo para los padres que se enteran de que sus hijos están deprimidos o se hacen daño a sí mismos, la mejor respuesta primero es validar sus sentimientos. “No se enoje, ni intente castigarlos. Dígale ‘Siento mucho que tengas este dolor. Estoy acá para vos’”.

Este reconocimiento directo de sus luchas quita cualquier prejuicio, lo cual es crítico ya que las cuestiones de salud mental están todavía muy estigmatizadas. Ningún adolescente quiere ser visto como defectuoso o vulnerable y, para los padres, la idea de que su hijo se debilite por la depresión o ansiedad puede sentirse como un fracaso de su parte.

S.C.

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