Buenos Aires, 23/04/2025, edición Nº 4543
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Hospital Argerich: historias del equipo detrás de los trasplantes

Son casi 30 los profesionales que integran el servicio de trasplante renal del hospital Argerich, uno de los más antiguos del país

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(CABA) Los teléfonos no se apagan nunca. Están disponibles los siete días de la semana, los doce meses del año. Viven, literalmente, de guardia. Perdieron la cuenta de la cantidad de cumpleaños, festejos y reuniones familiares que tuvieron que cancelar a último minuto; encuentros con amigos de los que salieron disparados tras recibir una llamada; “libertades” a las que renunciaron voluntariamente. Y ante las miradas incrédulas o resignadas que se clavan en ellos cuando se levantan de golpe de una cena o un café, la respuesta que dan es siempre la misma: “Surgió un operativo”.

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Son médicos, cirujanos y residentes, pero también enfermeras, instrumentistas, anestesistas, trabajadores sociales y psicólogos que aman lo que hacen: pero admiten que sin una sobredosis de compromiso y convicción, su trabajo sería impracticable. Forman parte de un engranaje cuidadosamente aceitado, donde cada uno juega un rol imprescindible. Estos casi treinta profesionales de la salud integran el Servicio de Trasplante Renal del Hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich: se trata de uno de los equipos más prestigiosos y antiguos que existen en los hospitales públicos del país (el año que viene cumplirá treinta años de trayectoria).

Rubén Schiavelli tiene 56 años y es jefe de la División de Nefrología y Trasplante Renal del Argerich. Allí se reciben a pacientes de toda la Argentina, y se realizan entre cuatro y cinco trasplantes renales por mes (aproximadamente fueron 1200 desde que empezó a funcionar el servicio en 1987). Fue en 1989 cuando Schiavelli se sumó a la División de Ablación e Implante de Órganos del Argerich, que en ese entonces tenía dos años de vida. De ese grupo surgiría la idea de crear el Instituto de Trasplante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). “Cuando lo creamos estuve un año y tres meses de guardia. Los nefrólogos, aunque no somos cirujanos, también estamos en el quirófano controlando al paciente. Casi no dormía y trabajaba a un nivel de locura absoluta”, recuerda el médico. “Iba a todos lados con dos radios y dos de esos celulares grandotes grises: parecía que andaba armado.”

¿Cómo se hace para vivir todo el tiempo con semejante nivel de adrenalina? Mauricio “Mauro” Pattin dice que la suya está “gastada como una lija”. Tiene 65 y es cirujano jefe del equipo de trasplante. Explica que dentro del quirófano participan aproximadamente ocho personas: entre el anestesista y el técnico de anestesia, dos instrumentadoras, el nefrólogo, y dos o tres cirujanos. “Coordinar todo lleva su tiempo y sus años”, dice. “Lo que más nos preocupa es cuando pasamos una semana o diez días sin ningún operativo: todo el mundo se achancha. Estar pensando constantemente en trasplantar es imposible, pero hay que estar siempre disponibles.”

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De su primer trasplante se acuerda que fue un sábado, y no fue uno, sino dos riñones en dos receptores. “Tenía un miedo atroz de que la cosa no saliera como tenía que ser. Tardamos cuatro horas en hacer una operación que hoy nos lleva dos y media”, cuenta. Ese día tenía planeada una salida con sus dos hijos chicos, que tuvo que cancelar. “A todos nos pasó y va a pasar de tener que dejar en innumerables circunstancias a la familia por venir a trasplantar. Por eso, esta actividad no se puede hacer desde ningún punto de vista sin compromiso y convicción”, sostiene.

Cuando empezó a trabajar como enfermera en la unidad de trasplante renal del Argerich, 18 años atrás, a Ana María Saavedra la palabra “operativo” la asustaba. “Tenía miedo de lo desconocido, de cometer un error, porque era nueva y sabía el cuidado especial que requieren estos pacientes”, recuerda. “Después empecé a tomar conciencia de que era parte de algo más grande, de que estaba participando casi de un milagro.” Hoy tiene 53 y es la enfermera jefe del servicio.

Su trabajo consiste en organizar al personal de enfermería. No saben qué día ni a qué hora va a surgir un trasplante, pero hay que estar preparados. “Cuando nos enteramos de que hay un operativo ingresamos al paciente al servicio, lo acomodamos en su cama, lo mandamos a bañarse y rasurarse”, cuenta. “Le explicamos que va a estar inmunosuprimido desde el momento en que empezamos a pasarle una medicación, que va a tener que usar barbijo y cuidarse aun antes de ingresar al quirófano.” Pero su rol excede esas rutinas: “Muchas veces llegan sumamente ansiosos y nosotros los tranquilizamos. Si bien tienen una preparación previa con un psicólogo, es como el trabajo de preparto: podés haber hecho un montón de cursos, pero cuando llega el momento te olvidás de todo”.

El vínculo con los pacientes es algo que disfruta mucho: “Cuando son dados de alta, siempre vuelven: acá se sienten protegidos”, dice. “La satisfacción de saber que uno fue importante en un momento muy crítico para ellos es enorme”.

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¿Quiénes pueden ser donantes de órganos?

Las personas que fallecen en la terapia intensiva de un hospital. Sólo así puede mantenerse el cuerpo artificialmente hasta que se produce la extracción de los órganos.

¿Cómo se distribuyen?

Existe una lista de espera única en todo el país para cada tipo de órgano, controlada y fiscalizada por el Incucai. La asignación se hace en base a la urgencia según la gravedad del paciente, la compatibilidad entre donante y receptor, la oportunidad del trasplante y el tiempo en lista de espera. NT

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