Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Cada vez son más las “familias verdes”

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En un fenómeno incipiente que cruza urbanismo, domótica y arquitectura, la conciencia ambiental abandona su lugar de utopía hippie o discurso bienintencionado y desembarca en el centro de las casas.

(Ciudad de Buenos Aires) Estar duchándose y que de pronto se corte el agua porque uno tardó más de lo necesario es cosa de todos los días en casa de los Karamanian. “Estén como estén, si mis hijos demoran mucho, se quedan sin agua”, explica Charly, padre de familia de 36 años, consultor de negocios, especialista en innovación tecnológica y, desde hace un año, el abanderado de la primera casa totalmente sustentable de la Argentina.

La idea surgió a principios de 2012, cuando él y su mujer decidieron que vivir junto a sus dos hijos y su perro en un “hogar verde” podía ser más que una ilusión. Vendieron su departamento de Belgrano, buscaron empresas como sponsors que los ayudaran a completar la inversión y eligieron un terreno en Cañuelas para la construcción de ese sueño al que llamaron “Casa G”. Además, un estudio de arquitectura les ideó el plan que hoy está a sólo meses de concretarse, ya que los Karamanian estiman que entre mayo y junio de este año estarán viviendo ahí.

Aislaciones térmicas eficientes, uso de energías limpias y renovables, grifería provista de difusores y mecanismos para maximizar el ahorro del agua, mochilas de inodoros con doble descarga, recolección de agua de lluvia, iluminación LED, pileta con sistema de desborde finlandés, huerta orgánica, invernadero, riego por goteo, separación y reciclado de residuos y generadores de compost son sólo algunas de las características que tendrá esta futura vivienda (o vivienda del futuro, según cómo se mire). Si en principio parece una apuesta ambiciosa, digna de algún Guinness de la ecología, los Karamanian plantean lo contrario: es el punto más alto al que pueden llevar una filosofía que para ellos empezó hace tiempo y de manera gradual. Las prácticas que llevaban a cabo en su departamento las continúan ahora que viven en una casa alquilada hasta que se termine la construcción. ¿Qué hacen? Tienen su propia huerta orgánica en la chacra de unos familiares, separan y compostan los residuos orgánicos que generan (“reducimos en más del 50% el total de desechos”) y evitan derrochar el agua de múltiples maneras.

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“El agua potable es un recurso escaso y por eso fomentamos baños cortos, cerramos la canilla cuando nos lavamos los dientes, usamos lavavajillas y aprovechamos el vapor para planchar camisas o vestidos colgándolos en una percha mientras nos duchamos,” explica Charly. Además, usan elementos de limpieza amigables con el medio ambiente, secan la ropa al sol, reutilizan aceites filtrándolos, abren lo menos posible la heladera y al descongelar alimentos, los sacan del freezer el día anterior para generar ahorro en el consumo eléctrico.

“Donde más nos cuesta ponernos de acuerdo es en el uso del aire acondicionado -dice Charly-. Pueden hacer cuarenta grados y a mí no se me cae una gota. Mi mujer prefiere el aire, pero con el termostato en 26. “Rodrigo Herrera Vegas, cofundador del sitio web sustentator.com , fue uno de los primeros en apoyar el proyecto de la Casa G. “Está alineada con la filosofía de Sustentator. Incorpora eficiencia energética, cuidado del agua, reciclado de materiales. Es un símbolo de lo que se puede lograr en materia de arquitectura sustentable”, opina.

Sin embargo, a la hora de hablar de esto como una tendencia instalada, mantiene sus reservas: “En alguna medida, ser sustentable acá podría considerarse «medicina preventiva» y esto es alentador. Tenemos la oportunidad de cuidar nuestros recursos cuando todavía están mayoritariamente sanos. La contraparte es que al no haber una emergencia son pocos aún los que se ocupan de vivir así. Algunos proyectos, como los de utilización de energías renovables, son todavía muy costosos. Si la cuota de la compra de un colector solar (para calentar agua) fuera similar a la factura de gas, lo compraríamos sin dar vueltas. Especialmente porque una vez terminado de pagar, obtendríamos agua caliente gratis gracias a la energía del sol, en lugar de quemar gas”, explica.

 

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UNA TENDENCIA INCIPIENTE

 

Un estudio de la consultora Mindshare, pionera en instalar el término Lohas (cuyas siglas, tomadas del inglés, significan Lifestyle of Health And Sustentability ), determinó que el 62% de los argentinos prefiere consumir productos orgánicos y comprar aparatos eléctricos de bajo consumo, pero sólo el 47% sacrificaría su comodidad para colaborar con el cuidado del medio ambiente. De ahí que varios arquitectos especializados coincidan en que la “tendencia verde” basada en conjugar viviendas de bajo impacto ambiental con hábitos ecológicamente amigables sea todavía incipiente. “Es todo nuevo. La primera ola la empezaron las corporaciones y empresas que están construyendo edificios con certificación ambiental, conocida como LEED -explica Juan González Calderón, arquitecto, socio de CIH Soluciones Ambientales y Presidente de la Sociedad de Arquitectura Sustentable-. Como en Europa la conciencia ambiental está instalada, suceden dos cosas: o abren sucursales las casas matrices de las empresas extranjeras o las imitan las nacionales.”

¿Y qué es exactamente LEED? Bueno, a grandes rasgos puede definirse como una herramienta de diseño energético y medioambiental del US Green Building Council, cuyos principios son la calidad del medio ambiente interior, la eficiencia energética, el correcto manejo de aguas, el desarrollo sostenible del lugar y la adecuada selección de los materiales. González Calderón puntualiza: “Los requisitos van desde la elección del terreno para construir, que debe tener acceso directo a los transportes públicos y comercios para evitar el uso del auto, hasta la eficiencia energética que se logra con buena orientación y aislaciones, la posibilidad de captar agua de lluvia y reutilizar aguas grises (de la ducha y el lavadero) o los créditos por la polución lumínica, es decir, que no queden las luces del edificio encendidas toda la noche, por ejemplo”.

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En la terraza verde del edificio Vilela, en Núñez, Ana Rascovsky disfruta junto a sus hijos Anton y Alexia de las plantas y la pequeña huerta que armó. Foto: Gustavo Bosco

Aunque según datos de Colliers International , se prevé que para 2013 los edificios sustentables tendrán un 85% de participación en el mercado de oficinas del país, Juan aclara que el caso de los clientes particulares es distinto: no hay tanta demanda (salvo el caso de los Karamanian, cuya casa, de hecho, diseñó). De todas formas, él trata de incorporar estos conceptos cada vez que puede. Lo hizo hace poco, con una familia que quería construir una casa de fin de semana en Pilar. Después de una charla con él, las decisiones fueron concretas: poner techo verde, paredes con dos capas de ladrillos para lograr mejor aislamiento, galerías para aprovechar la luz del sol y lámparas de bajo consumo.

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“Los techos verdes me encantan porque absorben el agua de lluvia y contribuyen a evitar las inundaciones que son consecuencia de la falta de superficie absorbente que hay en Buenos Aires. Por otro lado, esa masa térmica que forman los veinte centímetros de tierra facilita el aislamiento haciendo que la casa sea más fresca en verano y más caliente en invierno y, por si fuera poco, el pasto y la tierra atraen pájaros, plantas, abejas, naturaleza”, dice el arquitecto.

Eso mismo pensó Ana Rascovsky al incorporar este elemento a su reciente creación. Ana es arquitecta, mentora y habitante del edificio Vilela, en Núñez, innovador y eco friendly por igual. Se trata de una gran caja de vidrio mediada por una cortina vegetal. Las plantas protegen el interior del sol, pero además transforman en naturaleza una obra de arquitectura. Así, la cortina es un “jardín vertical” que permite un contacto directo con la vegetación. Ella misma, en su terraza, colocó pasto y creó su huerta. Recolecta agua de lluvia para riego y usa el medio de transporte que menos polución genera para ir a la oficina: caminar. “Me atrae la relación de la arquitectura con la naturaleza y los materiales poco usados en el mercado, de origen natural. La relación del interior con el exterior es uno de los temas en los que se centra mi trabajo. Yo construyo de la forma en que me gusta vivir”, explica con su beba Alexia en brazos, mientras su hijito Anton riega las plantas de su selva privada.

 

LA (NO TAN) VIEJA GUARDIA

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Los hábitos cambian. De a poco, pero cambian. Si bien la práctica sostenida de una conducta sustentable está lejos de ser moneda corriente para la mayoría de los argentinos, muchos incorporan alguna característica, tal vez sumándose a la ola verde sin cuestionarse el porqué. ” Early adopters -define Rodrigo Herrera Vegas-. Como en el mundo de los chiches informáticos, la ecología también tiene sus early adopters . Son curiosos y tienen los recursos económicos para comprarse lo último, pagando el doble de lo que costaría ese dispositivo un año más tarde. El early adopter es el «techno-hippie» al que le importa la naturaleza, pero también su propio nivel de confort: no está dispuesto a resignarlo, pero quiere tener una baja huella ambiental. Un ejemplo es el calentador solar para piletas, que alarga la temporada unos dos meses. Es un objeto de lujo, pero su contraparte es que es un termotanque, quema litros y litros de gas.”

 

En la vereda opuesta, están aquellos que vienen gestando la idea desde hace rato y que ahora dan forma global a sus hábitos conjugando prácticas cotidianas con viviendas a tono. La paisajista Carolina Lozano tiene terraza verde desde hace ya diez años. Es la mujer del arquitecto Pipo Pacheco y la dupla es verde por donde se la mire: él construye edificios sustentables, ella es dueña de un vivero donde están prohibidos los venenos y agroquímicos. En su casa, se traducen los conceptos que ambos profesan. “Tengo huerta, compost, reciclo la basura, casi no enciendo las luces y por elección no tenemos aire acondicionado, para no derrochar energía -dice Carolina-. Esto puede verse más ahora, pero para nosotros no es raro. Nuestros hijos fueron a escuelas Waldorf, también están familiarizados.” Como si la idea de “familia verde” fuera más bien un concepto integral, personas que levantan la misma bandera en distintos planos: sus trabajos, sus hábitos, sus casas, sus vidas. Es también el caso de los Möhle, que arrancaron en los noventa con huerta propia en su casa de Cardales y hoy, bajo el nombre de “Roco”, proveen de verduras orgánicas a los principales hipermercados del país. Hectáreas verdes, arbustos con flores, un invernadero que protege la cosecha, estanque con agua de lluvia, una montaña de compost transformándose en tierra fresca y dos perros juguetones dan forma a la postal familiar de este matrimonio y sus hijas, de 19 y 21, que se plegaron a la movida como si no existiera otra manera de vivir. “Nos criamos así, y seguimos haciendo lo que hicimos siempre: separamos y reciclamos la basura; lo orgánico lo ponemos en el compost, y las tapitas, el cartón, el papel y el vidrio los llevamos a reciclar”, cuenta Elisabeth, que estudia Ciencias Ambientales y es, al igual que su hermana Ángeles, vegetariana “por amor a los animales y por razones ecológicas”. Al ser de pozo, los Möhle cuidan el agua como un tesoro. Y cosechan frutas, descartan el aire y la televisión, reutilizan el agua de lluvia para regar. Aunque son felices en este paraíso bucólico, las chicas viven parte del año en Capital para estudiar. Ahí, en medio del ritmo urbano, siguen compostando y separando la basura. Elisabeth dice que no le molesta tanto que sus vecinos no reciclen como que compren cosas con mucho envoltorio o tiren papeles en la calle. “Igual no decimos nada -aclara Corina, la mamá-. Cada uno vive como quiere, nosotros tenemos nuestros argumentos; ellos tendrán los suyos.”

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LOS 5 PECADOS AMBIENTALES

 

Aquello que más hacemos en nuestra vida cotidiana y que muchos comenzaron a cambiar

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1 Uso del auto particular

A diario circulan en la ciudad 1,8 millones de vehículos. A la generación de gases contaminantes se suman los niveles de ruido. Usar el transporte público o la bicicleta es más saludable para uno y para el ambiente

2 Derroche de agua

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AySA suministra 500 litros de agua por día por habitante. La OMS indica que, para subsistir, uno necesita 50 litros diarios para beber y cocinar. Los porteños consumen diez veces más

3 No separar residuos

Se estima que cada persona arroja un promedio de un kilo y medio de basura por día en Capital Federal. Al menos el 40% de todo eso que se tira es reciclable (plástico, cartones, papeles, entre otros)

4 Mala alimentación

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El principal “error” es no comer frutas y verduras de estación. Respetar los ritmos de la naturaleza es un desafío, no sólo se contribuye a la buena alimentación sino también a la no degradación de suelos

5 Deficiencia energética

Sobre todo por el uso indiscriminado del aire acondicionado y de la luz eléctrica. De las emisiones totales de gases efecto invernadero de la ciudad, un 57% corresponde al sector de la energía

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