Personajes
Vida privada en un edificio público
La historia de Ángel Lo Gatto quién vivió 31 años en el Registro Civil de la calle Uruguay

(CABA) Ángel Lo Gatto pasó la mayor parte de sus 61 años en la casa central del Registro Civil, que la semana pasada celebró su 130 aniversario. Es un hombre con una vida privada en un edificio público.
Una tarde de 1970 su padre, Eugenio Lo Gatto, llegó a la casa familiar en Lanús Este con una noticia. El director general del Registro Civil le había propuesto ser el casero de la institución. En el living, junto a su esposa, sentados a una mesa, evaluaron los pro y contras de trasladar a sus dos hijos al centro de la Ciudad, de crear un hogar en donde se trabaja, de borrar los límites entre la intimidad y las obligaciones.
La decisión fue instalarse en el sexto piso del edificio de Uruguay 753. Dos dormitorios -uno para el matrimonio y otro para los hijos-, un comedor, una cocina, un lavadero, un baño y una terraza fueron los espacios a habitar. Mientras desembalaban, Ángel miraba desde una esquina, negado a hacer propio ese terreno ajeno. “Era adolescente y me costó mucho adaptarme. Había perdido a mis amigos, el potrero del barrio, la casa con fondo”, dice.
La aceptación fue llegando con los meses, con la prueba de que a la planta baja del Registro Civil también se la podía usar como cancha de fútbol; con el descubrimiento de que podía sacar ganancia de los cientos que visitaban su casa, venderles chocolates o flores; de que podía jugar a ser adulto atendiendo por ventanilla a los que registraban nacimientos y defunciones.
A los 19 años lo dejaron entrar con un oficio en el Estado. Primero en otra oficina municipal, luego en el Registro. Entonces su padre estaba por jubilarse y le tocó reemplazarlo. Poco después, ya estaba casándose, a punto de ser padre en donde fue hijo, en ser él quien formara familia donde trabajaba. El día de su casamiento, el 18 de diciembre de 1981, hubo otras 319 uniones matrimoniales. Entre ellas, la de una famosa: “Estaba la televisión porque se casaba una de las Trillizas de Oro, creo que María Emilia”.
Tuvo tres hijos. A los tres los llevó al despacho del director general para ejemplificarles lo que era la autoridad; les cocinó sobre la cabeza de sus compañeros que, pisos abajo, seguían con sus funciones; les dejó correr y jugar al fútbol en el salón de planta baja; les mostró el tubo que recorre las paredes desde el quinto piso hasta el buzón central, diseñado para trasladar correspondencia en tiempos en los que ni se soñaba con el mail; les enseñó que lo que había en su casa no era de ellos sino de todos: espacio público.
Después de 31 años, en 2001 se mudó. “Era momento de tener algo propio. Compramos un PH en Caballito, fue un progreso para la familia, pero a mí me costó muchísimo”, dice. Tanto que aún no se desprende del Registro Civil, donde pasó de casero a jefe de Orientación y Control, donde trabaja de lunes a viernes. NT

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