Buenos Aires, 10/10/2024, edición Nº 4348
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Una biblioteca escondida bajo tierra en la Ciudad

En una superficie de casi tres manzanas, se esconde una auténtica “ciudad”.

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(CABA) Desde Avenida Del Libertador hasta casi Las Heras es la extensión de los depósitos de la Biblioteca Nacional, donde se guardan los libros, diarios y demás publicaciones disponibles para la consulta del público. El edificio diseñado por Clorindo Testa tiene tres subsuelos con infinitas estanterías que ocupan una superficie de 19.000 m². La visita a la trastienda de la Biblioteca es fascinante. Subsuelos, entrepisos, escaleras, montacargas, talleres, laboratorios y equipos diseñados por personal de la institución: un plantel de expertos apasionados por un trabajo que no dejó de ser artesanal a pesar del avance tecnológico.

Antes de llegar al archivo, donde hay “montalibros” para distribuir los pedidos de los usuarios en las salas de lectura, el material pasa por una serie de procesos técnicos a cargo de bibliotecarios, restauradores y artesanos. Este equipo de especialistas realiza todos los días un trabajo invisible y primordial: catalogar, ordenar, reparar y preservar el patrimonio bibliográfico nacional.

Hace un mes, en su primera conferencia de prensa como director, Alberto Manguel contó que el acervo de la biblioteca consta de alrededor de tres millones de piezas, entre libros, revistas, periódicos, fotografías, mapas, partituras, discos y otros materiales. Pero la colección se incrementa constantemente gracias a las donaciones y las compras, los títulos que envían las editoriales, las publicaciones propias y los canjes con otras instituciones. En aquella charla con periodistas, Manguel también elogió la tarea de los técnicos: “Quiero poner en valor la experiencia de estos artesanos.” Anunció, entonces, que este mes comenzarían los recorridos abiertos por las diversas áreas para que el público conozca el intenso trabajo tras bambalinas.

El departamento de Conservación preventiva, a cargo de Gisela Korth, se ocupa de poner a punto el material deteriorado y mejorar sus condiciones de guardado. “El 80 por ciento de los daños que presentan libros y diarios son a causa de la manipulación. Los ejemplares pasan por muchas manos, además de las de los usuarios. Y además hay publicaciones muy requeridas para consultas”, explicó Korth durante el recorrido por su área, que comenzó a funcionar en 2011 con tres personas y hoy reúne 36.

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Cuando ingresa, el material pasa por la sección Adquisiciones. Allí se le ponen los sellos y las alarmas y se lo envía al Departamento de Procesos Técnicos, integrado por bibliotecarios encargados de la catalogación y de ordenar las piezas según el tamaño y el formato. Luego va al depósito general, donde se guarda el material de 1940 en adelante. Las salas especiales, como el Tesoro y Publicaciones Periódicas Antiguas, tienen archivos propios para resguardar los incunables, las ediciones históricas y el material anterior a 1940.

En los tres niveles del depósito general, el material se ubica en estanterías según un código de identificación espacial. El ordenamiento de los libros no es temático ni por autor, ya que esos criterios serían imposibles de mantener por una cuestión de espacio. Cada volumen recibe un número que indica el sector, el pasillo y el estante en el que debe guardarse. Así, en una misma fila puede convivir un poemario de Borges con un tratado de economía. Los empleados del área utilizan carritos para trasladar los ejemplares hasta el “montalibros”, por el que llegarán a la sala de lectura.

En el archivo de la Hemeroteca, el material está ordenado por colecciones: en las estanterías se ven enormes encuadernaciones de La Nación y La Prensa, entre otros diarios. También, revistas históricas y de actualidad, embolsadas para evitar el deterioro del papel. Según los especialistas en conservación y restauración, cuanto más antiguo es el papel mejor es su calidad.

En uno de los subsuelos está el departamento de Preservación y restauración, que hace un trabajo artesanal y delicado: repara roturas pieza por pieza. En el momento de la visita, en el taller estaban recuperando un antiguo mapa de la Argentina y un libro con hojas agujereadas. Los técnicos utilizan bisturí, pinceles, agua, engrudo orgánico y papel Japón, un papel liviano y transparente que resulta ideal para rellenar los orificios causados por los hongos y la humedad. Pueden pasar varios días, incluso semanas, hasta que completan la restauración de una pieza.

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Allí también se ocupan de hacer cajas de cartón a medida para guardar objetos históricos. Esa tarde uno de los técnicos daba forma a un estuche artesanal con varias divisiones donde se conservará una colección de daguerrotipos del siglo XIX, donados recientemente por un argentino que vive en Estados Unidos. En otra de las oficinas del mismo subsuelo funciona el departamento de Microfilmación y digitalización, donde se archivan copias del material en papel en otros soportes para preservarlo del deterioro. De esa área depende un taller y laboratorio, donde trabajan tres técnicos que diseñan y construyen equipos según las necesidades específicas del sector: por ejemplo, una microfilmadora con un soporte en forma de V para libros encuadernados, con dos cámaras digitales que disparan al mismo tiempo. “No existe un modelo así en el mercado y si hubiera alguna tendría un costo seis veces mayor”, dice Rubén, uno de los técnicos, que trabajó durante varios años en Cannon y conoce los equipos de digitalización que se utilizan en las bibliotecas más importantes del mundo.

Además del programa Conociendo la Biblioteca, que continuará a lo largo del año con visitas a otras áreas, Manguel planea realizar un documental, “una suerte de biografía” de la institución, para mostrar al público el trabajo invisible de todos los días.

S.C.

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