Cultura
Sarlo: “Elvio Vitali me dijo ‘Me voy a cansar de vender tu libro'”
Beatriz Sarlo acaba de reeditar uno de sus libros más clásicos Escenas de la vida posmoderna y ya se encuentra preparando un libro de viajes.
(CABA) Es probable que todo itinerario intelectual esté hecho de pasajes. Quien piensa y escribe puede dejar atrás uno y pasar a otro sin notarlo en el momento, y el cambio de ambiente, su estrechez o apertura, se revela retrospectivamente. Pero en otras ocasiones el pasaje se realiza con alguna deliberación, o llega, a veces a instancias de un tercero, en el momento justo. Es el caso de Beatriz Sarlo. En el prólogo a la reciente reedición de Escenas de la vida posmoderna se lee lo siguiente: “El paso de una bibliografía a las observaciones empíricas está lleno de vueltas, ensayos e incertidumbres. Para ver, no es suficiente con mirar; hay que preparar la mirada y, antes, reconocer el objeto, atribuirle su importancia“.
La cita, especie de confesión o de programa, resulta significativa en más de un sentido. Por un lado, es evidente que los años de trabajo crítico de Sarlo prepararon su mirada para esa atribución de importancia a ciertos objetos; por el otro, el giro se produce justamente enEscenas de la vida posmoderna, un libro que vuelve ahora sin cambios, intacto, como cuando vio la luz en 1994. “Para mí la edición definitiva es la primera -observa Sarlo-. Creo que esa certidumbre la adquirí antes de escribir una página. Yo trabajaba en Eudeba y un día llegó Sabato para corregir una edición de El túnel el monto de las limosnas. Mi historicismo quedó shockeado. Eso me definió.”
Escenas de la vida posmoderna, donde se descubría el shopping y los locales de videojuegos y la práctica del zapping, inaugura una relación entre mirada y crítica que se prolongará en Tiempo presente (2001), La ciudad vista (2009) y llegará al inminente Viajes. De la Amazonia a las Malvinas. Con él, Sarlo hizo su pasaje de una Buenos Aires leída -la Buenos Aires, por ejemplo, de Una modernidad periférica (1988)– a una Buenos Aires vista, y es por lo tanto una especie de punto de giro. “Es cierto. Yo tuve la sensación equivocada -y subrayo equivocada– de que el libro anterior, La imaginación técnica, completaba un tríptico que habían empezado El imperio de los sentimientos y Una modernidad periférica. Ese último libro abordaba el impacto que habían tenido las nuevas tecnologías sobre las escrituras. Yo pensé que ya estaba. La imaginación técnica es un libro hecho con muchísimas fuentes. Escribí también el libro de Borges. Pensé que con eso ya había pagado mi tardío tributo a la vida académica.”
-Son todos libros de puertas adentro.
-Sí, totalmente. Libros de puertas adentro de mi casa y de puertas adentro de las bibliotecas. Entonces sentí como una especie de liberación equivocada. Y entonces sucedió lo que sucede cuando algún editor tiene una buena idea. A Ricardo Ibarlucía se le ocurrió que yo podía escribir un libro sobre posmodernidad e intelectuales. De algún modo, yo venía mirando la ciudad desde hacía tiempo. Por otra parte, había que hacer de la necesidad virtud, porque existía muy poca bibliografía sobre el tema. No había una masa y la poca que había es la que aparece mencionada. Fue un libro escrito con una enorme confianza en mí misma, una confianza de la que ahora carezco: no creo que pudiera volver a escribir una página con la confianza con la que yo escribí esas páginas durante un verano en Córdoba. Esa escritura rápida no se puede inventar ni buscar. La persona que escribe está suelta. Efectivamente, es un libro sin libros que abrió toda una línea de trabajo que incluye también las notas que hice para la revista Viva.
-Una primera sorpresa debe de haber sido la manera en la que Escenas de la vida posmoderna fue recibido. Podían verse entonces ejemplares en los exhibidores de los supermercados y de los bares de las estaciones de servicio. Una especie de best seller inesperado.
-Cuando salió Escenas…, Elvio Vitali, de la librería Gandhi, me dijo: “Me voy a cansar de vender tu libro”. Algo sorprendente para alguien como yo, que tenía una circulación en una estricta minoría académica. Fue un libro para las necesidades de aquella época, de hace veinte años, que son muy distintas de las actuales. Hoy un libro como ése no podría pegar de ninguna manera. Basta mirar la lista actual de best sellers.
-¿Pero es que no apareció otro libro así o que cambiaron por completo las condiciones de lectura y circulación?
-Las condiciones cambiaron. Era imposible entonces que, como pasa ahora, en una lista debest sellers figuraran en el género ensayo dos libros de autoayuda. A lo mejor era un momento en que había otras expectativas acerca de los libros. Pensá que Escenas… es un libro que se vuelve progresivamente más difícil a medida que avanza.
-En cuanto a la primera parte del libro, la ciudad que aparece ahí no es sin duda la ciudad actual. Sin embargo, da la impresión de que la ciudad actual es una radicalización de la ciudad que aparece en Escenas…, mientras que la ciudad de Escenas… no era pensable antes. Dicho de otra manera: esa ciudad tiene más que ver con la actual que con la de principios de la década de 1980.
-Absolutamente. No se me había ocurrido la palabra pero es efectivamente eso: una radicalización. Yo tuve la suerte de ver el momento en que eso se estaba produciendo. A lo mejor, el libro habría sido otro escrito dos años antes, y también cuatro años después. Entonces había un solo shopping, y todavía no se había generalizado como un modo de circulación de la mercancía. Tuve suerte. Es algo que aconteció. Era todo muy raro. Imaginate que en ese momento una revista quiso sacarme una foto en un local de videojuegos y nos lo impidieron. Fijate el cambio en veinte años. ¡Hoy no se puede impedir una foto en ninguna parte!
-La imagen de Alto Palermo como una cápsula despegada de la ciudad, pero a la vez con un margen en el que circulan aquellos que no entran, hace acordar más bien a lo que es ahora el Abasto Shopping.
-Abasto tiene en realidad un rasgo muy no-shopping, que es un gran hall central en el que no hace falta consumir, ahí donde se reunieron en una época los emos y los floggers. Es algo que queda del viejo edificio. Todo lo demás ha sido brutalmente transformado. Las bóvedas del Abasto, aun desde el tercer piso, son muy difíciles de ver. Pero Abasto concita afuera y adentro una especie de plaza pública que no te obliga a gastar. Y fue curioso cómo funcionó esa ágora cuando funcionaba allí el Bafici. Un lugar muy hogareño.
-Desde hace unos años se habla de la presunta “latinoamericanización” de Buenos Aires, como si la ciudad fuera pareciéndose más a otras ciudades de América Latina, Lima por ejemplo, y perdiera un poco ese perfil más europeo de la primera mitad del siglo XX. A esto habría que agregar que el centro ya no funciona como un núcleo de atracción y la circulación está más dividida. ¿Está de acuerdo con esa idea?
-La palabra “latinoamericanizar” es incómoda, porque uno podría decir que Buenos Aires se “latinoamericanizó” porque es mucho más pobre, o en todo caso, porque los pobres son más visibles en la medida en que son titulares de más derechos. Al margen de eso, efectivamente Buenos Aires era una ciudad monocéntrica y, por otro lado, excepto en algunos barrios muy autoabastecidos como podría ser Belgrano, la gente se desplazaba al centro donde estaban los cines, los teatros, los restaurantes. Hoy no es en absoluto monocéntrica. Hubo una decadencia del centro histórico que ya es total. Y han aparecido otros centros con fuertes marcas de clase. Ya no es como decía Borges, que cruzás Rivadavia y entrás en otro mundo; acá cruzás Santa Fe y entrás en otro mundo. O Córdoba, para no exagerar. La ciudad se corrió ocho cuadras hacia el norte y creció más allí y hacia el este. De ahí surgieron otros centros autosuficientes. Para mi generación, esos otros centros son lugares desconocidos.
-¿Qué causas podrían alegarse para explicar la decadencia del centro de la ciudad?
-Pensemos solamente en el grado en que el sector social que se congregaba en el bar La Paz migró a Palermo. Yo voy a La Paz y no veo a nadie del perfil social de hace veinte años. Creo que pasaron tres cosas. Una fue una movida exitosa de los años ochenta que provino de la sociedad civil, que fueron los Sensibles de Palermo. Al principio todos tuvimos una posición irónica frente a esos vecinos que pintaban sus casas y ponían macetas en la vereda. Esa movida de la sociedad civil empezó un fuerte reacondicionamiento de ese barrio. Es probable que los Sensibles de Palermo hayan vendido ya y vivan en casas mejores en otros barrios. Conozco varios casos. Fue como una señal de la sociedad a los que después inciden en el diseño de la ciudad y la planifican. Por otro lado, el experimento capitalista exitoso que fue Puerto Madero. Copiado y desnaturalizado de Barcelona, pero exitoso. En tercer lugar, yo mencionaría también un cambio en las capas medias, que se modernizaron culturalmente de un modo aceleradísimo. Empezaron a buscar barrios culturales, que es lo que visitaban cuando iban de paseo a Europa. Se dieron cuenta de que era bonito vivir en barrios culturales.
-Visto así, Palermo sería como el equivalente porteño de Le Marais parisino.
-Podría ser como Le Marais, sí. Salvo porque Le Marais tuvo una fuerte intervención del Estado, como sucede en Francia. Viene también de Renzo Piano. Acá fue más bien una mezcla de voluntad cultural, especulación inmobiliaria y ausencia del Estado.
-En Escenas de la vida posmoderna no llega a hablarse nada de las redes sociales y del modo en que ellas, sobre todo Facebook, modificaron la relación con los productos culturales.
-Para saber cuánto impacta eso, habría que hacer un estudio cuantitativo. De lo que sí podría hablarse es de la creciente importancia de los usos imaginarios de la cultura; así como ha crecido la pulsión por el consumo real de mercancías reales, lo ha hecho el consumo imaginario de productos culturales. Eso ya es algo: sentirme vinculado con un acontecimiento sólo porque sé que está sucediendo. Ciudades imaginarias. ¿Por qué no?
-En la última parte de Escenas… hay una serie de perfiles de artistas, las “instantánteas”, que funcionan como casos de una manera general de entender el arte. ¿Siguen siendo válidos esos casos o habría que pensar todo de nuevo con otros nombres?
-Yo diría que sobreviven, porque eran muy representativos, pero en un reducto minoritario, aunque ahora no tanto en el caso específico de Eduardo Stupía, pero eso está ligado al mercado del arte. Yo no sé, por ejemplo, si hoy sería posible una movida tan rigurosa y atractiva como fue Diario de Poesía. Entonces era todavía una revista de elite, en un momento en que se podía poner un afiche callejero y desbordar. Hoy no podría desbordar. Ahora bien, creo que queda un sector resistente, y cuando digo “resistente”, estoy sugiriendo también que puede tener el destino de la desaparición como acontecimiento cultural.
-¿No podría pensarse también en esos términos la experiencia de Punto de Vista?
-Sí, también desbordó, y eso hoy sería absolutamente imposible. Actualmente, Punto de Vista causaría impaciencia. No puede ser hoy. Uno puede decirlo con un tono nostálgico, realista o cínico, pero hoy no puede ser.
-¿Cuál es la singularidad de Viajes. De la Amazonia a las Malvinas?
-Fue un ejercicio de punto de vista. Yo quise reconstruir el caso de las personas que mirábamos y que no sabíamos bien qué era lo que mirábamos. Y después quise meter una serie de datos duros en un relato con personajes que no entienden qué están haciendo ni qué les está pasando. Son como el Cándido de Voltaire. Andan por el mundo sin entender demasiado. Por supuesto, no en el caso del viaje a Malvinas, naturalmente.
-¿El viaje a Malvinas estuvo en el origen del libro?
-Arranca con los primeros viajeros que yo conocí, que fueron inmigrantes, que son realmente viajeros. E incluye una teoría del viaje, por supuesto. En realidad, el libro ya estaba haciéndose antes del viaje que hice a Malvinas para una cobertura periodística. Otros casos fueron distintos. Sobre una etnia amazónica no había prácticamente bibliografía y yo fui a Harvard porque sabía que, al acceder a tesis de licenciatura, iba a informarme y a saber dónde había estado yo, a partir de recuerdos de curas, antropólogos e incluso de Vargas Llosa que, para La casa verde, le pasó por el costado. Pero al mismo tiempo, no quería perder la idea de algunos que andan por el mundo, creyendo que entienden todo y sin entender nada.
Fuente: La Nación
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