Buenos Aires, 12/12/2024, edición Nº 4411
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Las Parejas en la vida y en el arte

Se trada de la muestra “Vida venturosa”, que abrió sus puertas en el Malba dedicada a Eugenia Yente y Juan Del Prete, hace foco en la sinergia creativa de la pareja de artistas que compartieron la vida durante 50 años y que nunca exhibieron juntos.

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La muestra “Vida venturosa”, que abrió sus puertas en el Malba dedicada a Eugenia Yente y Juan Del Prete, hace foco en la sinergia creativa de la pareja de artistas que compartieron la vida durante 50 años y que nunca exhibieron juntos, instalando la idea del vínculo amoroso como un modo de abordaje de lo artístico, una célebre lista que integran también Frida Kahlo y Diego Rivera, Raquel Forner y Alfredo Bigatti, o Juliana Lafitte y Manuel Mendanha, integrantes de Mondongo.

La exposición, que supone la apertura formal del calendario del museo en este 2022, se aboca a recorrer la obra de Eugenia Crenovich, apodada Yente (1905–1990) y Juan Del Prete (1897–1987), quienes compartieron no solo su vida como pareja, sino que además intercambiaron cotidianamente ideas en torno al arte.

Sin embargo, pese a que realizaron numerosas muestras individuales y participaron en diferentes colectivas, nunca exhibieron juntos. Esta exposición los reúne por primera vez con una selección de más de 150 obras, entre pinturas, esculturas, tapices, dibujos y libros de artistas; y abarca el amplio rango de sus trayectorias, desde los años 30 hasta los 80.

En la intimidad del hogar y en la obra, se dio entre ambos creadores una fluida circulación de temas, materiales y formatos. No les faltaban motivos: Del Prete exhibió en 1933 en lo que se consideró la primera muestra de arte abstracto en Argentina. Yente, en tanto, fue la primera artista mujer del país en adherir a esta corriente, labor que alternó con trabajos figurativos. Ambos llevan el mérito de haber introducido el debate sobre la abstracción versus la figuración en el campo artístico argentino, en los años 30.

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Los vínculos afectivos, cotidianos, laborales se fusionaban en el día a día de ambos artistas, impregnaban la obra, se integraban a cada pieza, como se puede ver en el “Retrato de Yente”, que Del Prete pinta en 1943; o en una fotografía en blanco y negro, que los muestra juntos, sonrientes, en una exposición de Del Prete, en 1949.

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La exposición “Vida venturosa” -que permanecerá hasta el 27 de junio en el museo de Figueroa Alcorta 3415- se propone así contemplar las producciones de ambos artistas desde sus vínculos afectivos y cotidianos, una pareja que no escapó a los estereotipos sociales de género y a los roles de pareja vigentes en su época.

Tal vez “la” pareja de la historia del arte por excelencia es aquella que formaron Frida Kahlo y Diego Rivera, dos figuras centrales de la pintura mexicana del siglo XX, unidos por el amor, el arte y la militancia política, cuya turbulenta relación amorosa acaba proyectándose en su obra plástica. La mirada contemporánea no podría definir aquel vínculo de otro modo que no sea tóxico y violento.

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Hace tan solo unos meses, en noviembre pasado, Frida se convirtió en la artista latinoamericana más cara de la historia, cuando Sotheby’s vendió por 34,9 millones de dólares la pequeñísima pintura (de 30 centímetros) “Diego y yo”, de 1949, un autorretrato donde la célebre artista mexicana muestra el rostro del muralista Diego Rivera pintado en su frente, como un tercer ojo. El cuadro simboliza la tempestuosa relación entre Kahlo (1907–1954) y Rivera (1886–1957), quienes estuvieron casados casi 25 años en un matrimonio tan apasionado como turbulento.

“No podemos hablar de Frida Kahlo sin hablar de Diego Rivera”, había dicho entonces Anna Di Stasi, directora de arte latinoamericano de Sotheby ‘s, la casa que vendió la pintura donde Kahlo se muestra con mirada intensa y en llanto -tres lágrimas brotan de sus ojos- y que muchos atribuyen como una referencia al romance entre Diego Rivera y María Félix. En esa época, Kahlo y Rivera ya vivían su segundo matrimonio, bajo nuevos términos donde se aceptaban sus amoríos con terceros.

Para algunos, es una revancha de la historia que la venta de esta pieza coloque a Kahlo por encima de Diego Rivera, quien tenía hasta entonces el récord del artista latinoamericano más caro en subastas públicas con “Los rivales”, que en 2018 se vendió por 9.8 millones de dólares y en venta privada con “Baile de Tehuantepec”, por la que se pagaron 15,7 millones de dólares en 2016.

“Contrajo matrimonio el discutido pintor Diego Rivera con la señorita Frida Kahlo, una de sus discípulas”, anunció entonces el diario La Prensa sobre el enlace celebrado el 21 de agosto de 1929 en el palacio municipal de Coyoacán. El novio tenía 42 años y la novia 22. Por la diferencia de sus contexturas físicas los apodaron el elefante y la paloma.

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Considerado como uno de los más importantes artistas mexicanos y reconocido militante del Partido Comunista Mexicano, Rivera se hizo famoso por plasmar obras de alto contenido social en edificios públicos, con permanentes tributos a las culturas prehispánicas y a las tradiciones populares de su país. Incluyó la figura de Frida Kahlo en algunos de sus murales, como en el extraviado “Pesadilla de guerra, Sueño de Paz” de 1952, del que solo quedan los dibujos preparatorios. Dibujar y esbozar trazos era algo que los artistas hacían juntos cotidianamente. Y mientras que Diego realizaba inmensos murales Frida pintaba en pequeños cuadros, algunos casi miniaturas.

“Tengo la impresión de que en algunas obras, como por ejemplo en los bocetos de la espina rota, Frida más que hacer el cuadro le está explicando a Diego dónde sentía dolor”, llegó a decir a Télam alguna vez Juan Coronel Rivera, nieto del muralista mexicano, durante una visita a la Argentina. Se refería al accidente que tuvo Frida en un tranvía, que destrozó su columna y que marcó para siempre su vida personal y artística.

Si bien tuvo apenas reconocimiento en vida, y su figura fue recuperada recién en los años 80, Frida llegó a exceder ampliamente su prominencia como artista, gracias a la intensidad y determinación con la que encaró una vida de sufrimiento. Su imagen es un icono reconocible en todo el mundo, extendido hoy en toda clase de merchandising.

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“Ha habido dos accidentes en mi vida: el del tranvía y Diego”, dijo alguna vez la artista mexicana sobre el hombre que le fue infiel de manera permanente, incluso con su propia hermana Cristina, cuyo retrato también incluyó en sus obras. Frida también comenzó a tener sus propios romances con hombres y mujeres.

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Alguna vez, Rivera confesó: “Demasiado tarde me daba cuenta de que la parte más maravillosa de mi vida había sido mi amor por Frida, aunque realmente no podría decir que, si me fuera dada otra oportunidad, me comportaría con ella de manera diferente”. En tanto, Frida fue más que elocuente en una carta que le envió, poco antes de su muerte: “Sufrí, y mucho, la vez, todas las veces, que me pusiste el cuerno, no solo con mi hermana sino con otras tantas mujeres. ¿Cómo cayeron en tus enredos? (…) cómo carajos le haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo, hijo de la chingada”, rezaban aquellas líneas.

Él escultor, ella pintora. Raquel Forner (1902-1988) y Alfredo Bigatti (1898-1964) fueron una pareja de artistas que contrajo matrimonio en 1936, luego de haberse conocido en Buenos Aires y frecuentado en Europa. Juntos vivieron en Francia el boom artístico parisino de los años 30.

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Luego del casamiento, se mudaron a San Telmo, a una casa en la que se dedicaron a crear en total armonía durante 28 años. La obra más sobresaliente de Bigatti es el Monumento Histórico Nacional a la Bandera en la ciudad de Rosario. Luego de la muerte de él, en 1964, ella declaró que había perdido más que a un marido: había perdido a su compañero y a su gran sostén. Forner siguió trabajando en la casa de San Telmo y supo que debía hacer algo para que la obra de Bigatti no se perdiera. Así nació la Fundación Forner-Bigatti, una casa taller que funciona actualmente en Bethlem 443.

Más acá en el tiempo, el colectivo artístico Mondongo, que integran la pareja de artistas Juliana Laffitte y Manuel Mendanha, están casados hace más de veinte años y son responsables de algunas de las obras más originales de la escena artística local: sus cuadros están hechos con plastilina, que moldean como si fuera pintura, o con hilos de colores, con los que han realizado retratos sorprendentes.

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La pieza que lo catapultó a la fama fue cuando la realeza española les encargó el retrato de Carlos, Sofía y el por entonces príncipe Felipe: Mondongo juntó 22.500 pedacitos de vidrios revestidos en mica y confeccionaron tres retratos hechos con espejitos de colores.

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Su devoción al trabajo la vuelcan en su taller de Plaza Italia, en un armonioso desorden de libros, dibujos, pinceles, recortes de diario extranjeros donde los nombran, fotos y placares donde guardan cientos de carretes de hilos de colores, colocados prolijamente uno junto a otro, con los que “pintan” los retratos y bolsas llenas de plastilinas de colores, que encargan a la fábrica de Alba por toneladas. Juliana y Manuel se conocieron cuando cursaban en el último año de la Escuela Prilidiano Pueyrredón y desde 1999 conforman Mondongo. Suelen incluirse a ellos mismos en sus obras y también a Francisca, la hija que tuvieron juntos.

“Para mi, ella es mucho más poética y yo soy más racional”, dijo alguna vez Manuel ante la pregunta inevitable del aporte de cada uno a las obras. Suelen afirmar que vienen de cunas antagónicas: ella nació en San Nicolás, un pueblito del norte de la provincia de Buenos Aires, en una familia evangelista, y él se crió en Núñez y terminó el secundario en el Colegio Nacional Buenos Aires.

“No creemos en la autoría de las ideas”, es una de las máximas de este colectivo que trabaja codo a codo y que incluso, en una de sus primeras exposiciones, decidieron mandar como invitación a la muestra la foto del día de su boda.

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