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La tierna historia de amor entre Matías y «Salchicha», la perra viejita que fue rescatada
La perrita había sido abandonada en la zona del barrio de Núñez, pero una persona con buen corazón la adoptó. ¡Conocé la historia!

(CABA) Muchos de los perros que se encuentran en la calle son abandonados por sus «familias» por el simple hecho de que ya no son más cachorros. La calle no es lugar para ningún perro y menos para uno viejito. Probablemente esta haya sido la triste historia de esta abuelita que apareció sobre la Avenida del Libertador del barrio de Nuñez, justo en el límite con el partido de Vicente López, un frío y lluvioso día de junio. Una vecina había advertido su presencia y alertada ante el cansancio de la perra, la ató a un quiosco de diarios para que no siguiera caminando y con la esperanza de que algún alma bondadosa la rescatara del olvido. Pero las horas pasaban, la lluvia era cada vez más intensa y cuando ya comenzaba a oscurecer todavía nadie se había acercado a ayudar al pobre animal. «Vi el alerta por Facebook. El lugar estaba como a unas 40 cuadras de casa. Ya se estaba por hacer de noche y cada vez estaba más nublado. Salí a cargar nafta con la moto y decidí pasar a chusmear el lugar de la publicación. Al principio no la encontraba, estaba ya convencido de volver a casa pero decidí dar una vuelta más por la manzana y ahí estaba ella. Aunque estaba resguardada, se le estaba mojando la panza por el agua que corría por el piso. No dudé. La agarré y allá fuimos: cada vez llovía más fuerte y noté que la viejita era coja de una de las patas de atrás», cuenta Matías Lepore.
Caminaron juntos esos 4 kilómetros que separaban la casa de Matías del lugar donde el destino había decidido que la vida de esta viejita necesitaba empezar un nuevo capítulo. Fueron en silencio y despacito, como dos amigos unidos por un cordón invisible de respeto y aceptación. «Cuando finalmente llegamos a casa hacía frío, la sequé y le puse un acolchado en el piso. Ella estaba medio desconfiada y aceptó de mala gana mi ayuda. Después le di alimento balanceado, comió un montón y al ratito se durmió. Estaba literalmente agotada», recuerda Matías. El día siguiente llegó el momento del control veterinario: Salchicha, como la había bautizado Matías, tenía una fractura mal curada en su pata trasera y por eso rengueaba. Tenía entre 7 y 8 años y sus ojitos evidenciaban signos de cataratas. «Pensé en ponerla en adopción. Pero Salchicha mostraba algunas reacciones de desconfianza y eso fue lo que me llevó a seguir teniéndola en casa. Tuve miedo de darla en adopción y que la dejaran en la calle otra vez porque ella todavía no estaba adaptada a vivir acompañada. La verdad es que al principio me costó mucho lograr que confiara en mí pero decidí no bajar los brazos», asegura Matías.
El tiempo pasó. Salchicha se afianzó y poco a poco Matías fue rearmando y reescribiendo su historia: por la lesión en su pata trasera, él pudo notar que a Salchicha no le gustaba estar sentada, y acostarse en el piso también le resultaba un tanto incómodo por lo que su rescatista le armó una camita de día. La abuelita también es desconfiada con otros perros -por lo que sus dueños suponen que las experiencias que tuvo con otros de su misma especie no fueron las mejores-, y tampoco le gusta que la sorprendan con mimos de atrás. «Se nota que le hicieron maldades a sus espaldas, pero su queja no pasa de un rezongo. Después le tocás la cabeza y hacés las paces de nuevo con ella. Hasta hay días que le beso la nariz», cuenta Matías con una sonrisa. Salchicha se asusta con los truenos; por eso, cuando hay tormenta le improvisa una camita en su cuarto para que ella pueda estar contenida y recibir caricias que la tranquilicen. Además tiene hígado graso (probablemente como consecuencia de la mala alimentación mientras vivió en la calle) por lo que su dieta está basada en pollo, arroz y verduras.
Pero la dedicación de Matías no termina en estos actos cotidianos. Ya habían pasado seis meses desde aquel junio frío y lluvioso y se acercaban los festejos de año nuevo. Quienes aman a los animales y los cuidan como a hijos de cuatro patas saben lo angustiante y peligrosos que pueden ser los fuegos artificiales y estruendos típicos de esas fechas para ellos. Entonces sin pensarlo mucho y dispuesto a dar todo por su abuelita peluda, Matías decidió que ese año nuevo lo iba a festejar a lo grande con su amiga Salchicha: «comimos rico y lo disfrutamos. A las 12 no le di sedante, pusimos música fuerte y nos abrazamos media hora en el baño. Y así vivimos con Salchicha. Aunque tiene la pata mal a veces ella galopa igual y es feliz cuando lo hace. Está más gordita. No imagino llegar y no verla en casa. Ella tiene una capacidad inmensa de dar y recibir amor y eso es lo que hacemos juntos. Vivimos todos los días contentos y acompañándonos», dice orgulloso Matías.
MG
FUENTE CONSULTADA: LA NACIÓN
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