Buenos Aires, 11/10/2024, edición Nº 4349
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Cultura

El cuadro del Papa Francisco

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En primicia mundial, la genial artista plástica Mercedes Fariña presenta “el cuadro del Papa Francisco Habemum Papam”, una obra de arte alegórica, de grandes dimensiones que seguramente dará la vuelta al mundo.

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(Ciudad de Buenos Aires) Entrevista a la autora del óleo

– ¿Por qué elegiste pintar un cuadro del papa? ¿Qué te impulsó a hacerlo?

– La idea de pintar un cuadro del Papa surgió inmediatamente conocida la noticia de la elección de Jorge Mario Bergoglio como sumo pontífice. Yo diría que la trascendencia e importancia de la noticia a escala mundial, más allá de los credos, sumada a la estrecha relación del Papa con el barrio donde resido, se sumaron como detonantes a la hora de decidir volcar mi arte para plasmar este acontecimiento histórico. No dudé ni un minuto en interrumpir la serie temática en la que estaba trabajando ese día, para poner manos a la obra en un cuadro alegórico, de grandes dimensiones.

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– Lo religioso siempre estaba plasmado en tus obras…

– Desde mis primeros estudios en Bellas Artes, siempre me interesé en la iconografía religiosa, en su simbolismo, con visión ecuménica a la hora de analizar las expresiones artísticas del catolicismo, las musulmanas, las islámicas y las precolombinas, entre otras. Tengo series pictóricas donde he utilizado recursos clásicos de iconografía religiosa, a modo de transmitir espiritualidad desde la génesis de las composiciones, siempre incluyendo al ser humano envuelto en su dogma teológico. Siempre tuve la inquietud de ahondar en los recursos artísticos a través de los cuales las grandes religiones se valían a la hora de difundir sus doctrinas, especialmente a través de las representaciones pictóricas ejecutadas, a través de los siglos, por los grandes pintores de la Historia del Arte. La relación entre las autoridades religiosas y los artistas encargados de transmitir las creencias, es una constante a lo largo de la historia. Así, los artistas siempre hemos representado hitos religiosos y este se presentaba como mi momento.

– ¿Cómo fue el trabajo en relación al corto tiempo y la primicia mundial?

– Así como los tiempos editoriales son tiranos, los tiempos de secado del óleo, sumados a la diagramación y desarrollo del diseño final, también lo son. La composición debía ser sencilla y cotidiana, pero a la vez de una profundidad espiritual tal que transmitiera el mensaje papal, sin vueltas. La elección de la imagen de Francisco, rezando humildemente en íntima comunión con Dios, aunque con la vestimenta de la asunción que denotaba su autoridad eclesiástica, reunía tales características. Luego, el cuadro debía apelar al corazón del barrio de Flores, en lo urbano y en lo espiritual. La imagen perfilada en un segundo plano monocromo de la iglesia de San José de Flores, reunía también esas características. El fondo debía ser blanco, apelando a la pureza del alma. La integración de las figuras y el equilibrio visual serían regidos por dos franjas veladas, entrecruzadas a manera de cruz, como recurso iconográfico que aportaría cierta modernidad a la fusión de todos los componentes. Conceptualmente, el proceso pictórico aplicado sería el tradicional, con técnica renacentista. En cuanto a la técnica, la ejecución del cuadro sería en capas, no menos de cinco si contamos al dibujo en grafito, ya que el óleo actúa por superposición, condición necesaria para adquirir la riqueza cromática propia de una obra finamente acabada. Cada capa o “entrada” debería secar perfectamente antes de poder continuar con la siguiente y este era un proceso que no se podía violentar.

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– ¿Estás conforme con cumplir este desafío?

– Por supuesto. En esta oportunidad, yo quería tener la primicia mundial de ser la autora del primer cuadro al óleo del Papa Francisco. Quería que el cuadro saliera de la cocina de su barrio natal y yo iba a oficiar de instrumento para ello, aunque no me quedara tiempo para dedicar a mi familia y obligaciones laborales; dado que mi motivación tenía un alto componente espiritual, irrefrenable, que mitigaba esa sensación de estar dejando otras cosas de lado. Confiaba en mi técnica, cultivada por varias décadas de esfuerzo y estudio, para llegar a culminarlo a tiempo.

– ¿Este cuadro es parte de una serie?

– Sólo el tiempo lo determinará. No descarto que pueda encarar una nueva serie de arte sacro, quizás inspirada en la representación de vitrales y arquitectura religiosa; ya que la experiencia en la ejecución de esta obra fue muy rica y me genera entusiasmo la posibilidad de continuar con la temática.

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– Para finalizar, ¿Cual es su sueño con este cuadro?

– Inicialmente tengo la ilusión de que la imagen de mi cuadro pueda estar en varios hogares e instituciones de la Argentina, a través de reproducciones, para que de este modo cada fiel tenga una imagen artística, inédita y cotidiana del Papa Francisco. Luego, mi sueño más pretencioso es que Francisco tenga oportunidad de ver la obra que realicé, motivada por la inmensa alegría que me generó su elección como Papa. Si la obra fuera de su agrado, me gustaría obsequiársela para que la disfrute en su nueva morada. Por mi parte, arbitraré todos los medios a mi alcance para que este sueño se torne realidad e invito a todos a sumarse en la difusión de este homenaje barrial. En definitiva con Francisco fuimos vecinos, ¿no es así?

Mercedes Fariña es una joven pintora florense cuya principal temática de inspiración es el ser humano actual y su abanico emotivo. Mercedes afirma con convicción que hacer pintura es por estos días un acto rebelde y melancólico, una alquimia personal contra la improvisación reinante que se impone.

Sus primeros pasos en la pintura figurativa los dio de la mano de dos grandes maestros de nuestra plástica, Eduardo Mac Entyre y José Marchi, de quienes aprendió el oficio artístico que reivindica día a día, con cada pincelada que impacta sobre el lienzo virgen.

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Buscando complicidades en recursos del Renacimiento y en la pintura Académica Francesa del siglo XIX, Mercedes encuentra en el lenguaje de la pintura realista una herramienta insustituible para que surja la revelación pictórica, que le permite expresar con óleo sus emociones más profundas.

En un lenguaje que desborda los límites del verbo, los personajes de sus series dialogan íntimamente con el espectador apelando a la mirada, en actitud trágica y contemplativa.

Sus imágenes permiten prolongar la percepción hacia un encuentro secreto entre lo visible y lo tácito, entre lo tangible y lo inmaterial. Pictóricamente tiende a comunicar lo terrenal con lo trascendente a través de la sintaxis estética.

Es notable el modo en que la artista representa el tiempo y su paso, congelando la imagen y generando un paradigma de trascendencia en que los minutos parecen crepusculares y detenidos.

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Las composiciones de Fariña logran despojarse de elementos supérfluos, dando paso a un mayor protagonismo del personaje encargado de transmitir el mensaje, el concepto.

La paleta se resume en colores definidos y los trazos se muestran firmes y concisos, aportando un acabado que torna soberbia a la composición en su totalidad.

La evolución de las distintas series pictóricas de Fariña siguen una marcada linealidad, cuyo hilo conductor es la conexión entre el humano, su alma, la luz y el entorno.

Quizás fue esta habilidad para representar la espiritualidad, la que le valió el reconocimiento a uno de sus magníficos cuadros, al ser elegido para ser exhibido y documentado en catálogo en el contexto de la X Bienal de Arte Sacro, organizada por la Universidad Católica Argentina.

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Por su alto valor simbólico no es casual entonces que las obras de Mercedes Fariña sean apreciadas por los amantes del arte tradicional y que se encuentren formando parte de prestigiosas colecciones locales e internacionales.

Complementariamente a sus creaciones, Fariña brinda clases regulares de pintura figurativa en su atelier del barrio de Flores, donde comparte su oficio con un selecto grupo de alumnos que concurren desde distintas ciudades, ávidos de aprender el manejo del óleo aplicado a la figura humana.

La última serie temática que expuso Fariña se tituló Arka, en la cual la artista eligió como protagonista a una niña que preservaba objetos y vivencias en reservorios vítreos, que denominó “arkas”, los que luego transportaba a través de distintos escenarios oníricos e incluso la acompañaban en sus viajes a otras épocas.

En la hábil iconografía de Fariña esta niña, detonante ideológica de las series actuales, irrumpía siempre expectante y misteriosa, resguardada en un silencio activo, casi impenetrable, que sugería sutilmente su filiación divina.

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En la actualidad Mercedes prosigue desarrollando dos series derivadas, de manera simultánea: una titulada “Sensu” y otra titulada “Urbe”. En la primera la artista representa a las protagonistas femeninas en actitudes sensoriales complementarias, en dos planos cromáticos que emulan planos anímicos alternantes, inherentes al ser humano.

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