Barrios
Murió Don Luis, el calesitero más famoso de Villa Luro y Liniers
Este martes 2 de julio a las 20.30 será homenajeado en la esquina de la Calesita de Don Luis (Ramón Falcón y Miralla) “para recordar entre todos la figura de ese entrañable personaje que se nos fue hace un par de días y rendirle un merecido homenaje a quien regó de alegría e ilusión la infancia de tres generaciones de vecinos. Hacete un tiempito, tenés que estar, Don Luis merece tenernos a todos…” reza la convocotaria que están haciendo un grupo de vecinos a través de las redes.
(CABA) La historia de Luis Rodríguez comenzó cuando su padre, Juan, compró, el 19 de marzo de 1920, una calesita usada con dinero prestado. El ingenio mecánico fabricado por el tradicional taller de Cirilo Bourrel, Francisco Meric y De La Huerta, había funcionado hasta entonces en la localidad de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires.
Por aquel entonces Don Juan había perdido su trabajo como guardia de tranvía y pensó que con este nuevo emprendimiento podría mantener a su familia. Así partió con su calesita ambulante, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo.
La fuerza motriz que le daba vida al artefacto era “Rubio”, un caballo que la hacía girar cuando escuchaba la música del órgano.
A los 15 años, Luis dejó la secundaria y se convirtió en socio de su papá. Don Juan murió en 1944, a raíz de una caída que experimentó cuando armaba su calesita en la esquina de Juan B. Justo Y Fragueiro. Luis tomó la posta y siguió deambulando por los pueblos y por los barrios para ganarse el sustento.
En 1935, los caballos fueron reemplazados por un motor a nafta y, más adelante, por uno eléctrico. Sin embargo la calesita conservó su esencia, con los caballos de madera y un barquito originales. “Yo mismo hice los aviones, los autos y dos camellos”, cuenta Luis entusiasmado. Cada una de las figuras tiene inscripto su nombre en el cuerpo.
La Calesita de don Luis también vistió de alegría y diversión la esquina de Juán B. Justo y Cuzco, la de Larrazabal y U. Shmidl y la de Cesar Díaz e Irigoyen.
Como tantas otras cosas del ayer que merecen ser preservadas, muchas de las calesitas de Buenos Aires están consideradas como pertenecientes al acervo tangible del Patrimonio Histórico de nuestra querida tierra.
Sin demasiada tecnología, sin necesidad de juntar puntos, sin la presión lúdica virtual de matar o morir, este modesto artefacto que se limita a girar en medio de la música, y cuyo único incentivo se reduce a atrapar una sortija que se escurre traviesa en nuestras manos, es capaz de seguir dibujando sonrisas a través de los tiempos y las generaciones.. Y después, cuando las luces se apagan y la música cesa, volveremos a mirarnos alegres las caras, sin la frustración del Game Over pintado en la piel.
Por estas horas, tres generaciones de vecinos de Villa Luro, Liniers, Mataderos y otros barrios porteños despiden para siempre a quien siempre recordarán como una persona de bien que los brindó ciertos momentos de felicidad.

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