Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Opinion

Luciana Vázquez: “Hay responsabilidades concretas en la impotencia argentina de mejora educativa”

La periodista analiza la situación educativa actual

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(CABA) Hay un argumento que dice lo siguiente: que porque la Argentina fue mejor a la hora de incluir en la escuela a los sectores desfavorecidos, sus resultados educativos son peores. ¿Hay algo de cierto en esa afirmación? Podría ser. Pero no es el caso. ¿Y qué hay de cierto en el supuesto que se deriva de ese argumento? ¿Es cierto que aquellos países vecinos que logran mejores niveles de aprendizaje lo hacen a costa de sus poblaciones pobres? Chile, con sus políticas educativas “de derecha”, “pro mercado”, “elitistas”, es la referencia que sobrevuela como telón de fondo. Eso también es discutible.

En este aspecto, hay tres cosas para decir. La primera, que es necesario dejar en claro el razonamiento que sostiene esa idea, que plantea que cualquier análisis de logros de aprendizaje y de cantidad de alumnos secundarios que llegan a graduarse debe ponerse en relación con el porcentaje de adolescentes de entre 12 y 17 años de un país que deberían estar y están efectivamente en el secundario. Es decir, con la tasa neta de escolarización del secundario.

Eso es atendible y por esta razón: porque la tasa neta de escolarización es una de las medidas, pero no la única, de la potencia inclusiva y de la equidad de un sistema educativo. Cuanto más alto el porcentaje, más garantía de que los chicos pobres estén en la escuela en el nivel educativo que les corresponde. Y cuantos más chicos pobres, con menor capital cultural de origen, hay en un sistema educativo, más difícil obtener niveles altos de aprendizaje.

Al contrario, tasas netas de escolarización bajas implican que la escuela sigue beneficiando a los sectores sociales mejor posicionados y, entonces, los logros educativos llegan más fácilmente.

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El ex ministro de Educación Alberto Sileoni suele argumentar en ese marco para justificar los bajos niveles de aprendizaje. También Silvina Gvirtz, tal como lo hizo en el último Coloquio de IDEA en Mar del Plata. Sin embargo, la conclusión que se deriva en el caso argentino es falsa. Y aquí llega el segundo punto a destacar. Nada indica que porque la Argentina es uno de los países con mayor tasa neta de escolarización en secundaria esté condenada a que sus niveles de aprendizaje sean bajos y sus graduados sean pocos.

Es cierto: la Argentina tiene una tasa neta de escolarización en secundaria del 88,16%. Pero Chile tiene más adolescentes incluidos en secundaria: su tasa neta de escolarización, de 88,3%, es superior a la de la Argentina. Y sin embargo, sus logros educativos llegan más lejos que los argentinos.

El 81% de los jóvenes chilenos de entre 20 y 24 años tiene título secundario; en la Argentina, apenas el 53%. En las pruebas PISA, Chile no deja de mejorar y siempre en rangos más altos que los de la Argentina. Aun con sectores vulnerables incluidos en masa en la escuela, Chile mejoró significativamente los aprendizajes de pobres y ricos y supera a la Argentina en cantidad de graduados del secundario en todos los niveles de ingreso.

Tercero, el caso de Perú, que mejora sostenidamente sus aprendizajes desde 2000, exhibe una tasa neta de escolarización de más del 78% y logró que el 80% de sus jóvenes de entre 20 y 24 años terminaran el secundario a partir de políticas educativas estratégicas. Sin embargo, hay un argumento que minimiza ese proceso de mejora y dice así: que cuando se está en niveles de aprendizaje tan bajos como los de Perú es más fácil mejorar. En cambio, cuando se está en niveles superiores, como la Argentina, las mejoras marginales son más difíciles de alcanzar.

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El trabajo de Michael Barber que muestra que todos los sistemas pueden mejorar entre tres y seis años, no importa el nivel del que partan, desmiente esa afirmación. Y expone a la Argentina a su falta de efectividad, después de años, para lograr resultados.

La evidencia estadística dirime la cuestión. La matriz de la inclusión, con la equidad en el acceso a la escuela, dominó a toda América latina. Pero otros países, como Chile, Brasil y Perú, en ese mismo contexto, produjeron mejora educativa. Y en condiciones similares: todos enfrentando el desafío de educar a la pobreza. La Argentina también, pero con los peores resultados. La Argentina hizo muy mal el trabajo de justicia social vía educación. El contraste con los vecinos deja algunas cosas en claro. Que la pobreza incluida en la escuela no condena al estancamiento educativo.

Por eso es importante subrayarlo: hay responsabilidades concretas en la impotencia argentina de mejora educativa. Hay una corresponsabilidad de partidos políticos, especialistas en educación, burocracias educativas estatales y técnicos en la suerte corrida por la educación en la Argentina. La educabilidad de la pobreza es posible y depende en buena medida de la precisión de las estrategias educativas que se planifican e implementan desde el Estado, tanto nacional como provinciales. NT

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