Buenos Aires, 05/12/2024, edición Nº 4404
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Barrios

Constitución: vivir a puro boxeo en el Ferroviario

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En este humilde y caluroso gimnasio de barrio, ubicado en Constitución, se entrenaron estrellas como Juan Martín “Látigo” Coggi, Julio César “el Zurdo” Vásquez o Jorge “Locomotora” Castro.

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(CABA) De este lugar, hace cuatro años, sacaron 36 carretillas de basura. Era uno de los depósitos del sector Encomiendas de Ferrobaires, que se unían gracias a uno de los pasillos de los túneles de la estación de Constitución, a metros del Andén 14. Para llegar, hay que doblar en una de las entradas de la calle General Hornos, a metros de las paradas de colectivos, y gambetear vendedores ambulantes, pasajeros apurados, pibes que duermen en el piso, policías que envían mensajes de texto, perros callejeros, pasar una reja, una puerta, sentir el ruido y el calor de los trenes que están por salir o acaban de llegar, otra puerta más y bajar unas escaleras de madera, que tienen fama de traicioneras.

Lo de abajo tiene vida propia. Abrió a mediados de los 90, después se trasladó a otro sótano cerca del andén 11 y en 2010 volvió aquí. No se escucha nada de lo que ocurre arriba, en Constitución, uno de los puntos más populosos de la Ciudad: es el gimnasio de boxeo Ferroviario . Histórico, único, por más que no tenga ventilación, como los de antes. En él se entrenaron campeones mundiales como Juan Martín “Látigo” Coggi, Julio César “el Zurdo” Vásquez o Jorge “Locomotora” Castro, que vivían en el vecino hotel Cosmos, y boxeadores amateurs, pibes en situación de calle y adolescentes que estaban presos en un instituto de menores y venían acompañados por guardias. Y también se filmaron escenas de la película Tiempo de valientes , dos documentales (uno dirigido por un austríaco), numerosas producciones fotográficas, videoclips, cortometrajes y gran cantidad de trabajos prácticos de alumnos de la UBA, que son los que más vienen. Acá, para los boxeadores, es común que lleguen productores de cine o televisión. Es como que ya forman parte del gimnasio.

Es un lugar te hace sentir que estás en un gimnasio de boxeo del Bronx, o cualquiera de los que aparecen en películas de Estados Unidos”, cuenta Víctor Cruz, director de Boxing Club (el último documental sobre el Ferroviario, que se estrenó en diciembre y aún sigue en cartelera en el cine Gaumont).

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El entrenador es Alberto Santoro: “Este lugar es único porque acá se respira boxeo. Es una frase que dicen en todos los gimnasios, pero en éste pasa de verdad. La gran mayoría de los pibes viene para pelear. Serán cuatro o cinco que hacen recreativo . En los otros clubes es al revés. Yo, a los que vienen para bajar la panza les aclaro: mirá que yo no sé enseñar recreativo , y que la prioridad la tienen los que entrenan para pelear”.

En una de las paredes, entre fotos de boxeadores, técnicos y afiches de festivales de boxeo que, de tan coloridos, parecen los de las bailantas que se pegan por la calle, hay un cuadro: “Declarado de interés social y deportivo por la Legislatura de Buenos Aires”. También hay leyendas: “El arte de pegar y no dejarse pegar”, “Daniel Espíndola y Eladio Centurión por siempre en el corazón del Ferroviario”, y un escudo del Partido Justicialista. Son, además, seis bolsas, un cielo y tierra, un puching ball, un ring que no es profesional con una funda donada por La Fraternidad, colchonetas finitas y con poca gomaespuma, un armario viejo con guantes, guantines y cabezales. Espejos sucios. Botellas arrugadas que tuvieron gaseosa y hoy, agua natural. Una cubierta de camión gastada. Lamparitas de bajo consumo. Una balanza vieja, que sólo usan los boxeadores. Las paredes, mitad azules y mitad blancas. Y una combinación de sonidos hermosos: el de los que hacen soga, el de los guantes golpeando la bolsa, el de los pasos de los que hacen sombra, el de los que escupen; el del reloj que marca los tres minutos del ejercicio y el de descanso para volver a trabajar. El Ferroviario, de tan humilde, se convierte mágicamente en maravilloso.

Santoro se apoya en una mesa y cuenta que también venía Héctor Sotelo, un peso pesado, campeón argentino, que participó en los Juegos Panamericanos de 1995. Luego cayó preso por manejar un camión robado: y desde la cárcel salía con custodia a pelear y volvía a la cárcel para dar clases de boxeo.

Son las tres de la tarde. Se entrenan 12 pibes. La mayoría viene del sur del GBA. “De Burzaco”, dice un pelado al ras. “De Longchamps”, agrega otro de 13 años, que llegó con el primo. “De Beraza”, confía uno de musculosa roja mientras entra en calor. De Glew, otro ferroviario, Pablo Sepúlveda, una de las últimas joyitas del gimnasio: campeón sudamericano en 2005, peso gallo. “Empecé en este gimnasio hace más de 15 años, por mi viejo, que era ferroviario y me avisó”. Otro del que se comenta que vuelve mañana es Martín “Finito” Ahumada, campeón sudamericano superligero, y también, empleado ferroviario. Jeremías Castillo, protagonista del documental Boxing Club , después de perder por un título en Sudáfrica, con el dinero de la bolsa se compró varios autos y puso una remisería. Priorizó el trabajo. Esa era una de las cosas que quería narrar Cruz en su película: “Me interesaba más contar la historia de los obreros del boxeo, los que no llegan a los grandes eventos ni ganan mucha plata”.

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De esos está lleno el gimnasio preferido de los productores de cine, el de Constitución, el lugar al que llegan todos en el Roca, y que de tan humilde, de tan poco lujoso, se convierte, mágicamente, en un sitio maravilloso.

Fuente consultada: Clarín

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