Cultura
A un siglo del nacimiento del querido Anibal Troilo
Sin duda uno de los personajes más importantes del tango y la música del siglo XX. En el centenario de su nacimiento el compositor y bandoneonista será recordado con diferentes homenajes aquí y en todo el mundo: reediciones, exposiciones, documentales y conciertos.
(CABA) A pocos meses de cumplirse el centenario del nacimiento de Troilo, ya se pusieron en marcha una serie de homenajes que se distribuirán a lo largo del año a través de conciertos, de una muestra de fotos inéditas, del estreno del documental Pichuco y de la reedición de su discografía. Pero más allá de los números redondos y de los recordatorios, la obra de Aníbal Troilo sigue siendo un poderoso imán que se renueva todos los días: sus grabaciones se bailan en las milongas, su repertorio continúa vigente, su estilo es materia de estudio entre los músicos.
Desde la permanencia de sus composiciones en el silbido popular hasta el lugar de músico de culto, Troilo parece ser un mito que resiste cualquier interrogante. Y la pregunta que subyace es: ¿cómo un chico de barrio que estudió unos pocos meses un género tan codificado y complejo como el tango terminó canonizado como un símbolo de la música de Buenos Aires? A Piazzolla, uno de los tantos músicos promovidos desde su orquesta, le gustaba definirlo como el “monstruo de la intuición”.
Sus primeros años permiten acercarse al germen de la leyenda. Aníbal Carmelo Antonio Troilo nació en el barrio de Almagro, el 11 de julio de 1914, en un mundo a punto de estallar en la Primera Guerra Mundial y en un momento histórico en que el tango atravesaba el auge del baile en París y la llamada Guardia Vieja se consolidaba con los conjuntos de Roberto Firpo y Eduardo Arolas. Carlos Gardel recién había grabado sus primeras piezas folclóricas.
Hijo de Aníbal Carmelo Troilo -carnicero y guitarrista aficionado- y de Felisa Bagnolo, su primer contacto con el bandoneón fue en un picnic en los terrenos del antiguo Hipódromo Nacional, cuando vio a dos hombres tocando ese instrumento. Troilo dijo que el impacto fue enorme y que a eso le sumó la tenacidad para pedirle a su madre que le compre uno. La insistencia trajo sus resultados: Felisa adquirió un bandoneón y la anécdota es que si bien el precio convenido fue de $120, a razón de 12 cuotas de $10, el cobrador dejó de pasar después de la cuarta cuota.
Un vecino llamado Goyo lo acercó a Juan Amendolaro, un profesor barrial de bandoneón. A lo largo de 6 meses, Troilo asistió a sus clases. Muy pronto, se presentó en público en el cine Petit Colón de Córdoba y Laprida. Tenía apenas 11 años. Su interpretación le gustó al dueño, que ofreció sumarlo al conjunto. Sus inicios fueron entonces en el cine del barrio, como pasó con tantos músicos, como Horacio Salgán y Carlos García, pero en Troilo todo fue veloz. A los 9 años tuvo el primer contacto con el bandoneón, a los 10 tomó clases y a los 11 años concretó su primera actuación.
A los 13 años tocó con una orquesta de señoritas, a la usanza de la época. “Eran cuartetos, pero se les decía orquesta de señoritas. Físicamente toda orquesta de señoritas se parecía a otra de su tipo. El piano siempre lo tocaba una gorda. El violín siempre estaba en poder de una flaca. En toda orquesta de señoritas había un hombre. También esto era cosa obligatoria. Entonces yo pasé a ser el hombre de aquella orquesta”, recordó el bandoneonista.
Troilo completó su aprendizaje tocando en los conjuntos de Elvino Vardaro, Juan Maglio “Pacho”, Lucio Demare. Pero si se toma sólo la etapa previa a su orquesta, están sus trabajos con algunos músicos de raíz decareana -con quienes Troilo compartía la admiración por el sexteto modernizador de Julio De Caro- que luego le darían los contornos definitivos a la década del ‘40: Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi, Orlando Goñi.
El resto es historia más conocida: el debut de su orquesta típica fue el 1° de julio de 1937 en el cabaret Marabú. Bajo el influjo bailable de Juan D’ Arienzo, el tango había llegado a las pistas con fuerza contagiosa. Las otras orquestas seguían el pulso vertiginoso para atraer a las parejas. Allí estaba Troilo, con sus 22 años. Si el tango funcionaba en todos los órdenes en los ‘40 y en los inicios de los ‘50 -una industria que se alimentaba del baile, del nuevo repertorio, de un circuito masivo-, la típica de Troilo integró todas las coordenadas naturalmente: una orquesta cantable atenta a los pies de los bailarines y a la escucha melómana.
El modo en que Troilo hizo brillar a sus cantores también fue determinante. Gardeliano absoluto, esa vocación cantable que había en él está reflejada en unas grabaciones de Melopea en las que le da indicaciones a Nelly Vázquez y también en un invalorable registro casero en el que él entona La cantina y El metejón con su voz pequeña y afinada.
Los tres volúmenes de la serie Troilo for export con la orquesta, las grabaciones con su cuarteto, la síntesis perfecta de su poema recitado Nocturno a mi barrio muestran que la llama todavía estaba encendida en los años ‘60, cuando ya era considerado el Bandoneón Mayor de Buenos Aires, y él respondía: “Yo no soy músico; yo soy tanguero. ¿Me imaginás tocando la flauta?”. Murió en 1975.
Fuente consultada: Clarín
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