Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Salud

Problemas del sueño: crece la venta de fármacos para dormir

Entre 2007 y 2016 las ventas aumentaron un 53%. Son adictivos y producen acostumbramiento. La preocupación de los especialistas.

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En la mitología griega, Morfeo, el dios de los sueños, volaba hasta cualquier rincón de la Tierra y hacía dormir a los mortales acunándolos en sus brazos. Pero en esta era tecnológica y pragmática parece haber perdido sus poderes: según datos proporcionados por el Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb), entre 2007 y 2016 aumentaron un 53% las ventas de medicamentos para dormir; entre ellos, las benzodiazepinas y otros hipnóticos.

En 2016, informa Safyb, se prescribieron 96 millones de recetas y se dispensaron 120 millones de envases de 30 comprimidos de psicofármacos; 29,2 millones de indicaciones y 42 millones de unidades correspondieron a inductores del sueño.

“Éste es un fenómeno que tiene un par de décadas y sigue creciendo -dice el neurocientífico Pablo Richly, director del Centro de Salud Cerebral-: se va naturalizando el uso de psicofármacos. En particular, de benzodiazepinas.”

Según el especialista, entre los motivos que explican que las pastillas para dormir estén “en la cartera de la dama y la billetera del caballero” figuran que muchos pacientes comienzan a tomarlos por alguna razón y siguen en forma indefinida y que los médicos los indican por motivos no muy claros (por ejemplo, para la presión arterial).

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Las consecuencias de este sobreuso de los hipnóticos son preocupantes. Generan tolerancia (el organismo se acostumbra al efecto y es necesario aumentar la dosis para obtener el mismo resultado) y crean dependencia física y psicológica. Por otro lado, duplican el riesgo de caídas, los problemas de manejo, su efecto se potencia cuando se mezclan con alcohol y su consumo crónico está asociado con mayor riesgo de deterioro cognitivo o demencia. Medicarse sin control y sin seguimiento es un peligro.

“Muchas veces es difícil retirarlos -cuenta Richly-. ¿Cómo convencemos a alguien que los tomó durante 20 o 30 años de que va a dormir bien?” Y agrega: “Uno de los reforzadores que promueven el consumo continuado son los síntomas de «rebote» o de abstinencia. Cuando los dejan de un día para el otro aparecen temblor, sudoración fría… Trabajar en la discontinuación es un todo proceso; hay pacientes que tardan de un mes a un año para abandonarlos.”

Para otros especialistas, como Marcelo Cetkovich Bakmas, jefe del Departamento de Psiquiatría del Ineco y de la Fundación Favaloro, “el insomnio es un cuadro prevalente («somos un país de gente muy estresada, con mucha ansiedad») y paradójicamente parte de los casos se producen por adicción a las benzodiazepinas”.

Daniel Cardinali, director de Docencia e Investigación de la Facultad de Medicina de la UCA e investigador del Conicet, destaca que la adictividad de estos fármacos es equivalente a la de la cocaína y el crack, y duplica la de la marihuana. “Cuanto más rápidamente actúan más adictivas son -subraya Cetkovich Bakmas-. Las personas con insomnio desarrollan una fobia a no dormir, y ese temor las pone más en alerta precisamente cuando tienen que relajarse. Pero hay formas de librarse de la adicción y alternativas no farmacológicas para tratar el insomnio.”

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Según los especialistas, son pocos los problemas del sueño que requieren medicación (apneas del sueño, piernas inquietas). Lo más habitual es que las personas sientan que no descansan bien por depresión, ansiedad o problemas de trabajo. Tampoco ayuda el entorno social, con actividades “abiertas las 24 horas” y ubicuas pantallas de TV, celulares y tablets que con su luz azul alteran la regulación de nuestros ritmos circadianos (los atrasan), un fenómeno que también se registra en chicos.

Aunque no hay datos epidemiológicos recientes, la Argentina es uno de los países con más alto consumo per cápita de benzodiazepinas.
Un trabajo publicado en Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría (2006) y firmado por el doctor Eduardo Leiderman ya alertaba sobre el excesivo consumo de psicofármacos. En una encuesta realizada en la vía pública a habitantes de 16 barrios porteños el 15,5% respondió que consumía psicofármacos, y de ellos, el 84,3% de los que los usaban desde hacía más de un año consumía benzodiazepinas. Estas drogas fueron las más recomendadas por personas que no eran médicos.

El estudio sugirió que casi uno de cada seis de los residentes en la ciudad de Buenos Aires consumía psicofármacos y casi uno de cada tres los había usado alguna vez. Es más: en sus conclusiones, subrayaron que esta prevalencia era más alta que en el Reino Unido, Estados Unidos, Europa, Canadá, España, Francia y Brasil. En cuanto a las benzodiazepinas, resultaba superior a la registrada en Santiago de Chile, Bélgica y España.

Hay trabajos de farmacovigilancia confiables en España, Uruguay y Chile, y todos dan entre el 2 y el 4% de crecimiento anual -explica Cardinali-. En la Argentina, se podría decir que el clonazepam es un clásico como el dulce de leche: somos el país con más consumo per cápita. Sin embargo, tiene una indicación muy precisa para cuadros de ansiedad serios.”

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Según el investigador, existe un malentendido acerca del sueño que influye en el pedido de tratamiento farmacológico: “En todos los estudios históricos de los primeros 19 siglos se consigna que los humanos dormimos en dos etapas. Luego de tres o cuatro horas había un intervalo de semidespertar para luego retomar el sueño -explica-. Esto lo hemos olvidado: interrumpir el sueño de noche no es una patología, es algo normal que está en nuestra naturaleza. La apreciación subjetiva del sueño es muy equívoca. Muchos pacientes dicen: «anoche no dormí», y sin embargo durmieron bien. ¿Cómo sabe uno si el sueño fue eficaz? Por la calidad de la vigilia. Si nos desempeñamos bien durante la vigilia, tenemos certeza de que dormimos bien, independientemente de que creamos que nos levantamos de noche”.

Afirma Richly: “Dormir es un proceso. No se puede pretender estar «a mil» hasta las 11, apagar la TV y quedarse automáticamente dormido. Es como bajar de la autopista a 100 km por hora y querer frenar de golpe. Lo vemos con frecuencia en el consultorio: muchos desean una solución rápida que no existe”. NR


Fuente: La Nación

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