Buenos Aires, 18/04/2024, edición Nº 4173
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Sociedad

¿Que pasaría si durante una semana no se usara el celular?

Al principio uno se siente aislado del mundo, pero con el paso de los días, la ansiedad se transforma en alivio y libertad; al final se valora al smartphone como herramienta. Un relató de quien se animó.

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(CABA) Los estadounidenses, en su conjunto, miran sus teléfonos inteligentes 8000 millones de veces al día, según la revista Time. Un estudio de la Universidad Nottingham Trent concluyó que, en Inglaterra, las personas de entre 18 y 33 años miran su teléfono inteligente 85 veces al día o una vez cada 10 minutos, y ni siquiera se dan cuenta.

Toda esta interacción no sería algo malo si no tuviera consecuencias negativas. Pero las tiene. Además de que el tiempo que dedicamos a la pantalla afecta nuestro sueño, el uso del teléfono inteligente también tiene otros efectos secundarios relacionados con la salud: exacerba la depresión y la ansiedad. Y eso no es nada comparado con el hecho de que nuestro teléfono inteligente nos distrae tanto que nos lleva a la muerte.

Según una encuesta, el 84% de los consultados dijo que no podría renunciar a su teléfono inteligente por un día, mucho menos una semana. Por lo que por una semana convertí mi iPhone en un “teléfono tonto”, eliminando todas las app, apagando el Wi-Fi y sólo usando el teléfono para hacer llamadas y enviar y recibir mensajes. Esta fue mi experiencia:

Honestamente, no sabía qué esperar al renunciar a las funciones inteligentes de mi iPhone. En los 90, cuando era un adolescente, nos arreglábamos con los pagers. Esto fue años antes de que el teléfono móvil se volviera algo que pudiéramos comprar o la norma. De modo que uno pensaría que renunciar al teléfono inteligente no sería algo tan grave para mí. Había sobrevivido en el pasado; sobreviviría ahora, ¿cierto?

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No voy a mentir: los primeros días me sentí muy aislado. De pronto había renunciado a la principal herramienta de comunicación que usa la mayor parte de la sociedad moderna. Ya no tenía acceso a las últimas noticias o el pronóstico del clima. Estoy en Londres: ¿cómo voy a saber si va a llover en unas pocas horas? ¿Mirando al cielo? ¡Por favor! Pero aún peor que estar desconectado de las noticias, me sentí aislado de mis amigos y mi familia.

Cuando uno renuncia a su smartphone se vuelve dolorosamente obvio cuánta comunicación y contacto personal se da a través de apps de mensajería modernas como Facebook, Messenger y WhatsApp. Y, más que eso, sentí que me quedaba afuera de la vida de mis amigos. Ya no tenía acceso a sus comentarios en Facebook o sus fotos en Instagram. Y no podía compartir cosas de mi vida inmediatamente con ellos. Además me perdí un encuentro con amigos que fue organizado espontáneamente una tarde. Organizaron el evento a través de Facebook y cuando no respondí a la invitación a nadie se le ocurrió llamarme o enviarme un mensaje de texto para ver si iba, porque por supuesto que había sido notificado del evento a través de mi app de Facebook.

Para mitad de la semana también comencé a sentirme paranoico de que mi trabajo se viera afectado. Siendo periodista, probablemente use Twitter para el trabajo más que el común de los usuarios: para estar atento a las noticias, enviar artículos o encontrar fuentes. Durante el día me ponía nervioso dejar mi computadora -mi única conexión a Internet- y salir al mundo sin ella, por no perderme alguna noticia importante. Y aunque mis colegas de Fast Company sabían que estaba emprendiendo este experimento y que debido a ello podría no ser tan fácil ubicarme, me sentí mal por no poder responder a mensajes a través de Slack, enviados horas antes, hasta que volvía a estar frente a una computadora.

No hace falta decir que en los primeros tres días se me hizo evidente lo beneficioso que son los celulares conectados. Si uno lo tiene nunca está realmente perdido, sea metafóricamente, al buscar información, o literalmente, al orientarse con el GPS y los mapas. Por caso, yo he vivido en Londres casi 10 años. Es una enorme metrópoli que se siente más pequeña porque puedo sacar Google Maps en cualquier momento y encontrar un sitio de interés u orientación para llegar fácilmente a cualquier lugar. No fue así cuando renuncié a mi teléfono inteligente. Extrañé la capacidad de saber con precisión dónde me encontraba en cualquier momento.

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También advertí lo útil que son los avances recientes en la tecnología de los teléfonos inteligentes, como Apple Pay (que permite usar el celular como billetera digital). Ahora que no tenía acceso a este tipo de pago, que permite abonar un producto simplemente acercando el smartphone, parecía llevar un tiempo interminable comprar cualquier cosa. Hasta tuve que comprar boletos físicos de ómnibus y subte. Y la última molestia: tuve que cargar con más dispositivos. Dado que no podía usar la app de música, tuve que llevar un iPod Shuffle viejo en mis caminatas por el parque.

Como pueden adivinar por mis observaciones, la sensación de aislamiento de las noticias y mis amigos y demás información me hizo sentir ansioso en la primera mitad de la semana. ¿Me estaba perdiendo algo? ¿Qué pasaba si no tenía acceso a información cuando la necesitara? Pero entonces alrededor de la mitad de la semana, las cosas comenzaron a cambiar. En vez de ansiedad, cuando salía de la casa sin mis recursos del teléfono inteligente comencé a sentir alivio.

¿Realmente estaba aislado? ¿O estaba recuperando el control sobre mi vida, decidiendo qué o quién podía comunicarse conmigo y cuándo? Una vez superado el momento de ansiedad por no sentir el bombardeo de alertas de correo, tuits y mensajes de Slack uno llega a apreciar esta falta de acceso inmediato de los demás. ¿Necesitabas eso de mí? Lo siento, obviamente no tenía idea, dado que estaba lejos de mi computadora y concentrado en cosas que son importantes. Este giro de la ansiedad al alivio me hizo comprender que tenía más control respecto de con quién decidía interactuar -o permitir que me molestara- sin mi teléfono inteligente.

Cosa curiosa, en los últimos días comencé a interactuar más con gente real de lo que lo hacía normalmente. Por cierto que en parte esto fue por necesidad. Llegué a llamar al operador para obtener el número de una empresa local y conseguir su dirección. Pero también hubo momentos en que me encontré conversando con gente con la que normalmente no lo haría. Como la chica en la cola en el mercado: por lo general me distraigo con el iPhone cuando hago cola, pero como eso no era una opción me arriesgué a hablar con una total extraña y fue muy agradable.

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No tener el teléfono inteligente significó no contar con juegos para jugar o noticias para leer mientras viajo. Eso significó que tendría que volver a familiarizarme con los diarios gratuitos que entregan en las estaciones de subte. En el pasado tendí a evitar estos diarios porque, obviamente, no tienen las últimas noticias, como sí sucede con mi app de Twitter. Un diario distribuido a las 6 de la tarde habría sido escrito e impreso no más tarde que el mediodía de ese día. Pero ahora, forzado a leer estos diarios, advertí que la mayoría de la gente no necesita la última noticia y que en las plataformas digitales el titular que comienza con “última noticia” se usa con demasiada liviandad y de modo demasiado frecuente. La mayor parte de las noticias no es algo que uno necesite saber en el momento.

También advertí por qué me gustaban tanto los diarios antes: porque son un medio finito. Los artículos a menudo son más concisos y van al grano. Además, uno no puede seguir leyendo interminablemente de un artículo al siguiente ad infinitum. Leer un diario y poder llegar hasta el final lo hace sentir a uno como que logró algo. Nunca se termina de leer Internet.

Pero lo más importante que advertí para el fin de la semana es que mi mente estaba nuevamente en libertad de divagar. Como escritor y periodista, eso es muy bueno. De allí vienen las grandes ideas. La capacidad de dejar divagar a la mente es una libertad natural con la que nacemos y que la tecnología moderna parece decidida a eliminar con todos los pings y las notificaciones y distracciones que traen nuestros teléfonos inteligentes.

Los mejores textos, obras de arte y descubrimientos a menudo son el resultado de que sus autores abrazan el glorioso libre flujo de pensamiento en sus cabezas, y es un alivio saber que esa libertad innata vuelve a su vida si se lo permite.

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Según mis últimas observaciones, puede sorprenderle oírme decir que, luego del séptimo día, cuando pude volver a convertir mi iPhone en un teléfono inteligente estaba contento de ello. Pero es así. Estar sin él una semana me hizo comprender lo importante que es esta herramienta en la sociedad moderna y se volverá aún más útil. Ahora mi iPhone es literalmente todo, desde el portal a la información ilimitada, pasando por mi billetera y mis pasajes de colectivo y subte, hasta la conexión que me mantiene al día con lo que hacen mi familia y mis amigos, aunque estén a miles de kilómetros.

El teléfono inteligente no sólo hace más fácil mi vida, también hace más pequeño y manejable el mundo. Cuando la historia analice nuestro tiempo, el celular probablemente sea considerado un dispositivo más importante que la PC. Y se va a volver más útil. Otra cosa que extrañaba era la capacidad de ver exactamente cuántos kilómetros camino cada día. En el futuro nuestros smartphones se integrarán aún más con nuestra salud personal e incluso podrían convertirse literalmente en salvavidas.

Sé que los teléfonos inteligentes no sólo benefician nuestra calidad de vida, pero renunciar una semana al mío no me curó de mi adicción. Sigo mirándolo demasiado a menudo. Pero la clave (al menos para mí) no es volver a un tiempo en el que los teléfonos inteligentes no eran una parte importante de nuestras vidas. La clave es moderar las notificaciones y fijar límites. Es saber cuándo dejar de lado el teléfono y aprovechar el glorioso mundo real. Y eso es algo en lo que aún tengo que trabajar.

POR MICHAEL GROTHAUS

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