Buenos Aires, 19/04/2024, edición Nº 4174
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Claudio Tolcachir con Timbre 4 de Boedo mostró que se puede vivir del teatro

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Es un emblema del teatro independiente porteño.

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(CABA) La historia de Timbre 4 comienza en 2001, “cuando algunos de nosotros nos conocimos en los pasillos del colegio Mariano Moreno y descubrimos que nos reíamos de las mismas cosas y que amábamos el teatro”, cuenta Claudio Tolcachir, sobre la gestación de la cooperativa que él encabeza y que gestiona un centro cultural, dos teatros, una escuela de teatro y una productora que exporta espectáculos a distintos países del mundo.El grupo emprendedor que hoy se completa con Maxime Seuge, Jonathan Zak, Lautaro Perotti, Diego Faturos y Támara Kiper, comenzó transformando la casa de Tolcachir, un PH en el barrio porteño de Boedo, en una sala teatral. Lo hicieron con sus propias manos. Armaron lámparas con latas de aceite y escenografías con muebles “robados” de las casas de sus familias o encontrados por la calle en largas caminatas nocturnas. Trabajaron día y noche, “con mucho placer e inconciencia”, hasta poner en movimiento esta historia que era también un sueño. “El país se incendiaba y nosotros necesitábamos un proyecto por el cual vivir”, relata este hombre del teatro.Actor, dramaturgo y director del teatro argentino, Claudio Tolcachir, tenía en ese momento 26 años. Se había formado en el Instituto Labardén y en la escuela Andamio 90, creada por Alejandra Boero, figura clave de las escenas independientes porteñas desde la década de 1960. Continuó, luego, capacitándose junto a directores como Juan Carlos Gené y Verónica Oddó. Comenzó a trabajar como actor en 1991 y continuó sin pausa, incluso hasta luego de transformarse en un reconocido director. Subió cada escalón de varios escenarios de Buenos Aires, desde muy joven y bajo la mirada de grandes, como su maestra Boero, Agustín Alezzo, Esther Goris y Diego Kohan. Y en 1994, con la obra Lisístrata, ganó el Premio Clarín como Actor Revelación.

Fue el estreno de La omisión de la familia Colemann, en 2005, lo que ubicó a Tolcachir en un lugar diferente como director, repercutiendo esto en el negocio. La obra, de la que es también autor, surgió a partir del trabajo con los actores que integran su compañía, durante largas jornadas de improvisaciones y reescrituras, hasta llegar al texto final. Se estrenó con muy poca difusión, pero el boca a boca y el respaldo de algunos críticos, la mantuvieron en cartel por más de cinco años.  Todo cambió a partir de ese año. Comenzaron los viajes, las giras y la posibilidad de “vivir realmente del teatro, lo que fue siempre nuestro sueño y nuestra necesidad”. Los países se sucedieron: Uruguay, Brasil, Chile, España, Francia, Italia, Estados Unidos, China y Sarajevo (en Bosnia-Herzegovina).

Para el 2007, La omisión de la familia Colemann ya había sido invitada a varios festivales internacionales, lo que logró una amplia repercusión para el grupo teatral.”Ese mismo año, gracias a un vecino que no dejaba de hacernos denuncias en el PH de Boedo, descubrimos otro galpón, mucho más grande, sobre la calle México. Fue amor a primera vista”, recuerdan los emprendedores. Pero, más allá del vecino molesto, lo cierto es que el teatro ya no resistía la demanda de público que las obras tenían. Fue ése el momento en que sumaron a un nuevo socio, esta vez aportando capital: fue Martín Tolcachir, hermano de Claudio, quien compró el galpón. Entonces, el grupo de Timbre 4 se dedicó de lleno a ponerlo en condiciones. Las giras y la maravillosa Agosto, condado de Osage, que Tolcachir dirigió en el teatro porteño Lola Membrives, habían facilitado el flujo de dinero necesario para todas las refacciones necesarias.

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Hoy, los integrantes de Timbre 4, como socios de una cooperativa, “todos cobramos lo mismo y estamos involucrados y comprometidos de la misma forma con el trabajo”, explican. Han recibido algunos subsidios, que ayudan a mejorar cuestiones estructurales; pero, “esto es teatro independiente y nuestra suerte está atada a cómo le vaya a cada espectáculo”, aclaran. Y eso implica un esfuerzo lleno de adrenalina en la creación, producción y difusión de cada trabajo.

“El fin último de cualquier sala teatral de este tipo es la evolución artística, el crecimiento y el desarrollo grupal y personal de sus integrantes. Pero ese espacio también es nuestra fuente de ingresos. Vivir del teatro es un trabajo muy complejo. Por eso, vamos desarrollando ideas y estrategias para preservar nuestra independencia artística y económica. Hoy en día, tenemos la suerte de hacer lo que queremos, dónde, con quién y cómo queremos”.

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