Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Salud

Cardiopatías y ACV encabezan las principales causas de muerte

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(CABA) La enfermedad coronaria, el ataque cerebrovascular, las infecciones respiratorias bajas (principalmente la neumonía), la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) y los accidentes de tránsito fueron el año pasado las cinco primeras causas de muerte en el país.

El ranking surge del más detallado estudio sobre 240 enfermedades realizado en 188 países. El trabajo, coordinado por el Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington (IHME, por sus siglas en inglés) y en el que intervinieron más de 700 investigadores, analizó cómo cambió el escenario epidemiológico global en el último cuarto de siglo.

Arroja resultados alentadores: en el período que va de 1990 a 2013, muy pocas dolencias aumentaron su tasa de mortalidad y la expectativa de vida (o esperanza de vida al nacer) creció globalmente más de seis años. Los argentinos sumamos más de tres: para los hombres, pasó de 69 años a 72,3, y para las mujeres, de 76,1 a 79,6. Los hombres chinos ganaron más de 7,5 años, y las mujeres, casi 10. En América latina, los peruanos sumaron más de siete; Paraguay casi no cambió, y Chile agregó más de seis (los hombres pasaron de 69,5 a 76,3; las mujeres, de 76,5 a 81,7).

Se vive más, gracias en parte a la reducción en las tasas de mortalidad por enfermedades cardiovasculares en los países con ingresos altos y al descenso de muertes infantiles en los países con ingresos bajos, pero las desigualdades siguen siendo las mismas entre las regiones“, afirman los autores.

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Aunque hay diferencias entre países, los científicos destacan que en el balance general descienden las tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas y cardiovasculares, por la mayoría de los tumores, incluidos el de mama, el de útero y el de colon, y se hicieron grandes avances en la reducción de la mortalidad por enfermedades como el sarampión y la diarrea (con disminuciones de 83% y 51%, respectivamente).

Por otra parte, aumentaron los trastornos por el uso de drogas y las enfermedades renales crónicas, y algunos tipos de cáncer, como el de páncreas y el de riñón.

Los cambios más notorios que se dieron en la Argentina durante ese período se debieron a una reducción de la mortalidad por complicaciones del parto pretérmino neonatal, las anomalías congénitas y la enfermedad cardíaca isquémica -comenta desde Mar del Plata Alicia Lawrynowicz, jefa del Servicio de Metodología de la Investigación, del Instituto Nacional de Epidemiología Dr. Juan H. Jara, coautora del trabajo-. En cambio, las muertes por neumonía, EPOC y enfermedad de Alzheimer aumentaron notablemente.

La imagen que deja ver este relevamiento es que en el mundo una de cada tres muertes se debe a la cardiopatía isquémica, el accidente cerebrovascular y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), afecciones muy vinculadas con los estilos de vida.

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Las principales dos causas de muerte son enfermedades no transmisibles cardio y cerebrovasculares, aquellas donde los programas de prevención y las mejoras en los tratamientos tienen su mayor impacto -opina Luciano Sposato, investigador argentino que trabaja en el London Health Sciences Centre, de la Universidad de Western Ontario, en Canadá, que también firma el estudio-. Entre la población económicamente activa, están los accidentes de tránsito y el suicidio. Acá también es clave el Estado. En temas de prevención de accidentes de tránsito, la Argentina está a años luz de los países que lograron cambios importantes. Se necesitan desde un drástico cambio cultural hasta normas y controles mucho más estrictos.

Según Sposato, cuando se comparan causas de muerte se puede hacer una estratificación de países ricos, pobres e intermedios.

Como ejemplo del primer grupo, se puede pensar en los Estados Unidos y Canadá -explica-. En el grupo de los países pobres se puede ubicar a los de África. Los de América latina están en el punto intermedio, aunque a algunos, como la Argentina, se los clasifica como high income [de altos ingresos]. Cada uno de estos conjuntos tiene un perfil de mortalidad similar. En los más desarrollados prevalecen las causas de muerte asociadas con el desarrollo socioeconómico y con una mayor expectativa de vida, las enfermedades de la abundancia, como la enfermedad coronaria o el ACV. Eso no significa que no haya pobreza, sino que el desarrollo económico trae más enfermedades asociadas con cambios en la dieta (empeora la calidad y aumenta en cantidad de calorías) y con el nivel de actividad física. Además, disminuyen las muertes por enfermedades infecciosas, que suelen encontrar sus víctimas en personas más jóvenes. Esto hace que aumente la expectativa de vida y predominen otras enfermedades, como el infarto y la demencia.

Entre las dolencias que conspiraron contra una mayor longevidad en América latina están la diabetes, otros trastornos endócrinos y la enfermedad renal crónica; en América del Norte, los trastornos mentales; en el sur de Asia, Asia Pacífico y el sur de África Subsahariana, las lesiones intencionales; en Europa del Este y Asia Central, la cirrosis, y el VIH/sida en el África subsahariana.

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Los países latinoamericanos comparten algunas causas de muerte con los de altos ingresos, como la enfermedad coronaria y el ACV, y otras con los africanos, como las enfermedades respiratorias bajas. Tenemos una mezcla de los dos extremos -comenta Sposato-. Algo interesante es que hay un índice bastante innovador, llamado de «progreso social». América del Norte tiene un índice de 85; América latina, de 65, y África, de 45. Esto confirma que existe una íntima relación entre desarrollo social y causas de mortalidad.

Para armar este complejísimo rompecabezas de datos, los investigadores recurrieron a múltiples fuentes. “Primero nos abocamos a revisar exhaustivamente la bibliografía y los datos que proporcionaron los autores principales -detalla Lawrynowicz-. Luego, aportamos estadísticas oficiales, publicaciones nacionales, regionales o locales con la validez necesaria para ser incluidas en la base de datos. Algunos provienen de fuentes oficiales, como los censos de población o las estadísticas vitales. Es importante destacar que los que aporta la Dirección de Estadísticas e Información en Salud a nivel internacional son considerados de buena calidad.

Tal como afirma Christopher Murray, director del IHME, en la actualidad hay mejores recursos para prolongar la vida, pero también hay más personas que llegan a edades muy avanzadas. “Ésta es una tendencia alentadora -subraya-. Sólo debemos asegurarnos de estar tomando las decisiones correctas en el presente en cuanto a las políticas de salud a fin de prepararnos para los problemas médicos que están surgiendo.

Para Sposato, en la Argentina esto debería traducirse en invertir y educar a la población y a los profesionales de la salud y en trazar políticas consensuadas de largo plazo que no cambien con el gobierno de turno.

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Decirle a la gente que el colesterol y la hipertensión son malos para la salud no alcanza -afirma Sposato-. Ya se sabe que la gente no cambia de hábitos sólo por saber que algo le hace mal. Hay formas mucho más innovadoras de abordar este problema.”

Para el especialista, también debería mejora la remuneración de los profesionales de la salud y habría que generar un entorno más favorable para la interacción médico-paciente. “No se puede hacer prevención cuando una consulta dura entre 5 y 15 minutos“, agrega.

Lawrynowicz coincide: “Hay que apuntar a la formulación de políticas de salud de largo plazo tendientes a la disminución de las desigualdades e inequidades“.

También aconseja tener en cuenta las diferencias entre grupos de edad y género que pueden requerir acciones diferenciales, establecer y fortalecer programas de educación continua desde edades tempranas, y centrar la inversión en prevención y promoción de la salud por medio de un sistema integrador, transdisciplinario y que trabaje en conjunto con la comunidad.

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Según los pronósticos, si se mantiene la tendencia de los últimos 23 años, para 2030 la expectativa de vida seguirá en alza: en los promedios globales, las mujeres superarán los 85 y los hombres, los 78. El problema, entonces, será no sólo agregar años a la vida, sino también vida a los años.

 

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