Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Los varones porteños se animan cada vez más a los pantalones de colores

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Influencia europea y neoyorquina, crecen los que los incluyen como parte de su look tanto para salidas informales como para ir a trabajar.

pantalones de colores

(CABA) Cuando Christian Baigorria, de 42 años, se sube a un taxi en la Capital le suelen preguntar siempre lo mismo: ¿de dónde es? El se ríe. Nació en Parque Patricios y ahora vive en Palermo. Sabe que se lo preguntan por su look. Tal vez un moño, un saquito al cuerpo, el pelo engominado y, especialmente, los pantalones de colores que escapan de la paleta clásica: amarillo, verde o azul eléctrico.
Como redactor creativo enseguida puede relacionarse su look más jugado con un ambiente de trabajo más relajado e informal. Pero Esteban Domene, de 30 años, es doctor en física y a él también se lo puede ver por los pasillos de la UBA camino a dar una clase o rumbo a su trabajo vistiendo sus chupines de un verde chillón.
Es cierto que en las principales ciudades europeas o en Nueva York es cuestión de caminar por la calle y verlos por todos lados, tanto en outfits informales como oficinescos. Pero acá, en Buenos Aires, si bien hace algunas temporadas ya se metieron en las colecciones de varias marcas, son aún la excepción. Como en el grupo de Esteban, por ejemplo, donde por ahora sólo él los usa, pese a alguna cargada. Pero lejos de dar marcha atrás por ese qué dirán, ellos -los que se animan- van logrando el efecto contrario: a la hora de una fiesta o un evento es común que les llegue un mensaje pidiéndoles esa corbata finita, ese saco al cuerpo o ese pantalón de color que semanas atrás les habían criticado.
Para Flora Grzetic, stylist y bloguera de moda, ese clic para que los hombres se diviertan más con la ropa tiene que ver con que la industria empezó a producir más opciones para ellos, cuando casi siempre el foco estaba puesto en la mujer. “Es injusto que todo lo usen las mujeres. Los hombres con colores también son lindos y deberían ser tan libres como ellas para usarlos”, dice.
Bolivia, que arrancó en 2005 con un local en Palermo, fue uno de los pioneros en esto de ofrecer pantalones de colores: fucsia, turquesa, naranja, violeta, rojo, negro… “Siempre hicimos chupines de colores desde antes de que se pusieran de moda. Obviamente fabricábamos muchos menos porque los compraba un grupo muy reducido de hombres. Ahora ya hace un par de temporadas que mucha más gente los usa”, cuenta Gustavo Samuelian, creador de la marca.
Aunque si hubo un grupo que le dio color a los pantalones en las calles porteñas fueron los floggers. Una movida más adolescente sí, y más fluorescente también. “En su mejor momento ellos coparon las calles e Internet con esos jeans, zapatillas y remeras de colores llamativos -apunta Grzetic-. Ahora se toma desde otro lado, porque el que lo usa ya no es catalogado como flogger, aunque tenga un dejo de eso. Cada vez más marcas están ampliando las gamas de colores de sus pantalones de jean o de gabardina para que esto sea más accesible.”
El arquitecto y ambientador Javier Iturrioz los usa desde que tenía 14 años. Claro, el bachillerato lo hizo en Madrid, en los 80, cuando arrancó esta moda que él atribuye a una raíz hippie que explotó con el fin del franquismo y ese destape de colores que copó la península. “Es una costumbre europea, sobre todo en España e Italia. Si vas a la Bienal de Venecia, vas a ver tipos súper elegantes con zapatos y pantalones de colores por el tobillo para que se vean las medias de colores o de rombos”, cuenta.
Pero si anda por la avenida Santa Fe con un pantalón amarillo en el verano o uno colorado en invierno más de uno se da vuelta para mirarlo. Ser canchero o freaky quedará en los ojos del que mira. “En la Argentina todavía hay miedo al qué dirán, ver qué hace la tribu a la que se pertenece. El argentino es clásico: le cuesta salir del blanco, del azul, del jean… Pero de a poco va cambiando”, asegura Iturrioz.
Las razones para ponérselos varían según cada uno. Para Esteban Domené fue influencia de una ex novia y gusto propio, que derivó en esas primeras bermudas coloradas que compró en Nueva York y que no tuvo inconvenientes en usar también en Buenos Aires. Porque sí: muchos son los que se animan afuera, pero acá quedan durmiendo en el placard para siempre.
Para Guillermo Tkach, de 32 años, el cambio de look, que incluyó pantalones de colores, acompañó una transformación mucho más profunda: abandonar la cirugía vascular para dedicarse de lleno al arte. Mirarse en el espejo y en vez de preguntarse “cuál es la ropa con la que mejor me ven”, decir “¿qué me gusta?” “Todavía me afecta la mirada externa, pero puedo manejarlo. Es un proceso de reeducación. Te mentiría si digo que la mirada de la gente me es indiferente cuando salgo con un jean amarillo. Pero, ¿desde cuándo la incomodidad está mal y la comodidad bien?”.
Christian Baigorria, en cambio, se siente cómodo rompiendo el molde clásico. No tiene problema es confesar que su referente es Don Draper, de Mad Men, y una de sus salidas favoritas salir a comprar ropa con su novia vestuarista. Para él, la ropa se lleva de una manera o no se lleva. Simplemente, una cuestión de actitud.

(Fuente. LA Nación)

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