Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Espectáculos

Lamaison quería “pasar los 100 y aparecer en el Guinness”

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En una entrevista imperdible al diario El Argentino, Lydía habló de su actualidad por ese entonces, a los 94, cuando había recibido unandistición en el Senado de la Nación.

“En mi carrera hice de todo, hasta revista”, confiesa. Los piropos de Alfredo Palacios y las anécdotas con Alfonsina Storni y Federico García Lorca.

La nota completa:

Impacta con su elegancia, lucidez y juventud. Con sus 94 años, el empuje es la insignia que identifica a esta actriz de siete décadas de carrera. Tanto es así que por quinto año consecutivo acaba de recibir la “Rosa de Plata a la mujer trabajadora” en el Senado.

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Diariamente, sube por escalera los dos pisos que la llevan a su casa, donde vive sola desde que enviudó de su único amor, con el que vivió 33 años. Asegura que nunca le pesó la soledad y que no sabe lo que es la depresión, porque vive apasionadamente cada día, porque ama la vida, se aferra a ella con fuerza y se mantiene activa.

-La felicidad es estar entretenido, dice Woody Allen…

-Es verdad, estar siempre con algún objetivo. O leer o pensar lo que vas a hacer o ir por la calle observando cosas. La actividad es lo único que te mantiene viva.

Ese es su secreto. Lydia Lamaison trabajó sin cesar desde que debutó en el teatro independiente en 1938, en una versión de Cándida, de Bernard Shaw. “Me di cuenta de que nunca más me iba a bajar del escenario”. Y así fue. También hizo cine, y en televisión fue la abuela de cuanto galán de novela apareciese. Estuvo prohibida durante el gobierno de Perón y luego en la última dictadura militar. Una larga carrera. Para 2010 tenía una propuesta de cine en Barcelona, pero hace unos años que no quiere salir del país. “Trato de hacer lo que tengo ganas, ya tengo edad para hacerlo, ¿no?”. Ahora está armando un unipersonal, un collage de cuentos, partes de obras en las que participó, poemas y anécdotas de su vida. De ésas hay muchas para contar y Lydia ama hacerlo.
Le brillan los ojos cuando recuerda que Alfonsina Storni la presentó en un recital de guitarra en las peñas del Café Tortoni, o de la vez que Alfredo Palacios la piropeó en un hotel mientras estaba de gira por Perú, cuando no se animó a saludar a García Lorca o cuando, a los 10 años, se escapó a un convento para ser monja y se arrepintió antes de llamar a la puerta. Durante la entrevista, en la sala homenaje a Iris Marga de la Casa del Teatro -fundación de la que Lydia es vicepresidenta- su cuerpo revive cada historia, cada detalle.

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-¿Alguna vez realizó algún trabajo que no le haya gustado?

-Si no me gusta no lo hago. El teatro no se puede hacer con desagrado. Si no amás lo que estás haciendo te va a salir muy mal. Hay que respetar al teatro y a uno mismo.

-¿Le quedó pendiente algún papel?

-Son tantos… Uno no puede hacer todo. Tuve la suerte de hacer todos los géneros, hasta revista. Me doy por satisfecha, ni yo sé cuántas obras hice.

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-¿Tiene alguna cábala antes de salir al escenario?

-Ninguna, siempre digo: ¡Qué Dios me ayude y pueda hacer las cosas bien! Y salgo…

-¿Es muy creyente?

-Soy creyente pero no practicante. Soy una mujer de fe y te digo algo…
En este momento Lydia hace una pausa, y crea el clima de suspenso necesario para rematar con: “Creo en milagros”. Espera la reacción de la periodista y del fotógrafo y continúa: “Cuando veo una mujer embarazada digo: ‘¿no es un milagro que dentro de ese cuerpo haya otro cuerpo?’, ‘¿no es un milagro que un óvulo y un espermatozoide se junten para crear un ser humano que después crece y envejece como yo?’. Éste es el primer milagro. Ya con éste, basta para creer que puede pasar cualquier cosa”. Otras dos veces Lydia asegura haber sido ella misma la protagonista de milagros: “Estuve por morir electrocutada y ahogada. Muchos que no creen podrán decir que son casualidades, bueno, yo los llamo milagros”.

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-Hoy no lleva puesto un gorro…

-En verano no uso por el calor. Pero me encantan y la gente me regala, tengo cajas y cajas de sombreros y gorros de todas las clases y colores.

-¿Era coqueta de joven?

-Lo normal. Mi mamá era elegante y quería que yo también lo fuera. Ahora también soy coqueta, me gusta estar arreglada, pero no una coquetería que llegue al extremo de la frivolidad absoluta.

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-¿A qué edad se casó?

-A los 33 y viví con mi marido 33 felices años. Ya hace bastante que murió. Lo amé mucho, de modo que se ha ido físicamente pero creo que debe estar revoloteándome alrededor tratando de que siga mi vida. Si una persona muere y Dios o el destino te deja en el camino, tenés que seguir marchando. La vida es maravillosa, a pesar de todos los contratiempos. Siempre digo: “gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado la risa y me ha dado el llanto”. Goethe dijo una vez que el que no ha llorado nunca no conoce los placeres del mundo. Es verdad, el que ha sufrido valoriza mucho. Y soy muy ambiciosa: quiero vivir, pasar los 100 años y aparecer en el libro Guinness, ¡mirá si amaré la vida! Mi abuela murió de 98, lo más lúcida, divina; y mi mamá de 92.

-¿Vive sola desde que enviudó?

-Sola físicamente. Tengo inquietudes, leo mucho, veo amigos, voy al teatro, veo televisión, estoy muy bien. No duermo la siesta, me parece que pierdo el tiempo. Soy de poco dormir.

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-¿Se siente sola?

-Nunca me pesó la soledad, no sé lo que es estar deprimida.

-¿Cocina?

-Todo, es mi hobby, me encanta, me parece una cosa tan creativa. Y después no como nada, apenas para mantenerme viva. La gente me pregunta: “¿para qué cocinas tanto si no comes?”.

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-Si hubiera nacido 50 años más tarde, ¿cómo cree que hubiese sido su vida?

-Yo no sé lo que hubiera hecho o lo que voy a hacer. Yo vivo hoy. Este minuto es irrepetible, después vendrá otro o no. Ni soy nostálgica ni me apuro por el futuro. Tengo proyectos pero no me obsesiono, los hago tranquila. Y del pasado, los recuerdos hay que seleccionarlos. Hay que vivir cada día fiel a las propias convicciones.

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