Curioso
El «barco fantasma» que se convirtió en mito y postal de Mar del Plata
Hace 25 años, el Marcelina de Ciriza desafiaba la credulidad de los marinos al navegar durante 15 kilómetros, sin tripulación, en medio de una terrible tormenta.

(PBA) Lo llamaron “barco fantasma” porque su último trayecto sólo se explicaba con la mediación de algún espíritu. O de la divina providencia. Hace 25 años, el Marcelina de Ciriza abandonó el anonimato del puerto de Mar del Plata e irrumpió en la vida de locales y turistas en un último -y épico- viaje. Los marplatenses lo adoptaron con gusto y se incorporó al paisaje durante años, hasta que el mar lo venció con la ayuda del tiempo.
Ocurrió el jueves 20 de junio de 1991. El Marcelina de Ciriza era una mole de casi 90 metros de eslora, un buque semifactoría que había conocido tiempos mejores –procesamiento de pesca a bordo, casi 40 tripulantes- y estaba desde hacía más de una década abandonado en el puerto de Mar del Plata.
Cuando ese día cayó sobre Mar del Plata uno de los peores temporales que se recuerden, el barco tenía sólo cuatro habitantes: Saúl Angel, un sereno, y sus tres perros. La tormenta, con vientos huracanados, dejó un saldo de cuatro muertos y unos 50 heridos.
En lo peor del temporal, Angel llegó a escuchar que se cortaban las amarras del barco. Como lo dejaron sus 60 años, saltó al espigón 7 antes de que el Marcelina de Ciriza emprendiera su último viaje. Junto con él saltó uno de los perros que lo acompañaban en las noches heladas.
Arriesgado aún para pilotos avezados, el barco empezó a navegar sin timón, sin máquinas y sin tripulación. De alguna manera, embocó sin mayores problemas la desembocadura entre las escolleras Norte, la de Playa Grande, y Sur, la del Cristo. Rozó apenas la punta rocosa de la primera y salió a un mar con olas de diez metros de altura.
Bordeando la costa hacia el norte, el Marcelina de Ciriza navegó 15 kilómetros en esa tormenta de locos, eludiendo los dientes de las rocas y las aguas tremendas del Cabo Corrientes, zona que casi todos los pescadores trataban de evitar aún con tiempo calmo.
El viaje parecía algo imposible hasta para los más intrépidos. Pero el Marcelina de Ciriza se guardaba una carta final. Como si hubiera elegido una ubicación preferencial, finalmente quedó encallado a menos de 100 metros de la costa, a la altura de la avenida Constitución.
Sin tripulación a bordo, ninguna vida humana quedó en riesgo, aunque algunos testigos aseguraron que horas después se escuchaban ladridos desde el casco semihundido. La leyenda de que alguno de los perros del sereno navegó sobre el barco ese trayecto infernal nunca fue confirmada ni desmentida. Si así fue, su destino se perdió en el mar.
Al día siguiente, ya pasada la tormenta, un desfile de marplatenses pasó por la rotonda de la avenida Constitución, en el cruce con el bulevar Camet, para contemplar al gigante atrapado. Y también algunos empezaron a intuir el filón. Gendarmería recibió consultas de interesados en saber si se aplicaba para el Marcelina de Ciriza la norma internacional de navegación que decía que un buque navegando al garete y sin tripulación quedaba para el que lo remolcaba. Se especuló con transformarlo en confitería, boliche o hasta casino flotante. Pero no podía ser.
El Marcelina de Ciriza formaba parte de una empresa integrada al holding Sasetru, una sigla que a los menores de 40 no les dice nada pero que en las décadas del 50 y del 60 había sido un megaemporio alimenticio, uno de los más importantes del país.
En 1979, un extraño incendio en una de sus bodegas había paralizado al barco en la escollera norte del puerto marplatense. En 1980, con Sasetru atravesando su agonía final, había sido interdicto. Así estaba desde la desaparición de la firma en 1981.
Después de convertirse en atractivo turístico, encallado a un puñado de metros de la costa, su situación judicial no había cambiado. No se podía sacar, porque las maniobras eran muy riesgosas y se sumaban las complicaciones de la rompiente. El costo era altísimo. El beneficio era nulo. Y el Marcelina se quedó ahí donde estaba, después de su pírrico último viaje. Decoró las fotos de generaciones de marplatenses y turistas, inaccesible pero cercano.
El «barco fantasma» pasó a formar parte del paisaje marplatense, aunque en los últimos años, por efecto del tiempo y el mar, terminó siendo un amasijo de hierros oxidados que asomaba apenas con la bajante. Pero su recuerdo perdura, como queda claro en este informe del periodista Germán Condotto de 2012. NR
Fuente: Clarín
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