Cultura
Margarita Bali: “me gustaba esa cosa minimal del cemento versus el bailarín”
Coreógrafa, forma bailarines hace más de 30 años. Asegura que la falta teatros para danza es una deuda que existe hace años.
(CABA) Margarita Bali hace bailar a la Ciudad. En sus puestas la coreografía se fusiona con fachadas de edificios como el Palacio Pizzurno, rampas y escaleras de la Biblioteca Nacional, el Planetario o el Centro Cultural Recoleta. “Es casi un secreto de Estado, pero por los techos se puede pasar a la Iglesia del Pilar, que tiene como unos pasillitos arriba, y desde ahí ves el Cementerio”, cuenta.
No, ella no empezó a bailar de chiquita: estaba por graduarse en la Universidad de Berkeley en Biología. “Había hecho mucho deporte en la escuela y tenía un desarrollo físico, pero nada que ver con la danza. Para recibirme me faltaban las materias de educación física, alguien me sugirió danza contemporánea y ahí tomé mi primer curso”, avanza.
-¿Y qué te pasó?
-Algo que tiene que ver con volver a usar el cuerpo, que evidentemente me gustaba mucho. Pero además, usarlo con un objetivo artístico. Nos pidieron que hiciéramos una coreografía y me pareció fascinante componer con los cuerpos.
Cuando volvió al país ya se dedicaba por completo a la danza. “El circuito era bastante chico en esa época. La sala Muiño del Centro Cultural San Martín, el teatro Discépolo y el La Salle”, sigue.
-¿Se baila en cualquier teatro?
-En cualquier teatro se puede bailar, pero no todas las puestas se pueden llevar a cualquier teatro. Uno se tiene que amoldar. El La Salle, por ejemplo, tenía una inclinación de escenario impresionante, pero si ensayás dos o tres días tu cuerpo hace una especie de compensación y te acostumbrás.
-Trabajaste mucho en la Ciudad…
-Empecé con los primeros videodanzas, que tienen que ver con Buenos Aires como ciudad, los filmé en la Biblioteca Nacional. Es muy interesante porque tiene muchas irregularidades y situaciones, y me gustaba esa cosa minimal del cemento versus el bailarín. Quería hacer una puesta y que la gente venga y esté en el lugar, pero no se pudo. En esa época pedir permiso para bailar afuera era difícil.
-¿Ahora está más instalada la idea de que el arte puede interactuar con la Ciudad?
-En la época del Di Tella pasaba, existía la performance en la Argentina. Después fue reprimido y en los 80 se metió en los espacios chicos, para adentro. Ahora hay lugares que siempre tienen danza, pero a mi gusto son demasiado pequeños y te obligan a hacer una obra más intimista. Es una queja que tiene la danza desde hace años: falta un teatro para la danza.
Muchos de sus videos se pueden ver en su web (www.margaritabali.com) y tiene instalaciones en su estudio de Colegiales (se pueden visitar jueves y sábados por la tarde). Además de la música y la coreografía, sus producciones incluyen un fondo que se construye a partir de imágenes de, por ejemplo, el telescopio Hubble de la NASA.
“Es un mundo de colores impresionante y me pareció una gran escenografía para los bailarines. Los hago flotar en este ambiente y solo usan los pies cuando se posan sobre un planeta o un cuerpo celeste rígido. Es mucho trabajo de edición con capas y capas de información”, describe. También utiliza este concepto cuando trabaja con el agua (como el Acuario Electrónico que llevó a Tecnópolis).
-Formás bailarines desde hace más de 30 años. ¿Cómo nos relacionamos con la danza?
-A veces las nenas vienen y en la segunda clase ya tienen las zapatillas, el rodete y el tutú, como si estuvieran por salir al escenario. Es como un juego. Después están las que vienen de hogares donde los padres son más modernos, conocen algo de la danza contemporánea o de la expresión corporal y vienen porque no quieren clásico y quieren que sus nenas sean libres. Ahora hay mucha danza jazz.
-¿La tele influye?
-Algo hace, sí, y los espectáculos musicales. Hay mamás que te dicen que quieren que sus hijas aprendan “coreografía” y no entienden que la coreografía es el resultado de un proceso de montaje de obra luego de que aprendiste una determinada técnica. Y hay menos compromiso horario. Toman clases una vez por semana, hace 25 años eran entre dos y tres, lo que permite otro aprendizaje.
Fuente: Clarín
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