Sociedad
Formaron una ONG tras padecer abusos en su niñez
Adultxs por los derechos de la infancia es una organización conformada por personas que fueron abusadas para intercambiar sus experiencias y militar por la visibilidad de estos casos.
(CABA) El caso de abuso sexual que padeció Sebastián Cuattromo se dio a conocer hace dos años, cuando en un juicio oral se condenó a doce años de prisión al ex sacerdote Fernando Picciochi, docente en el colegio Marianista donde el adolescente estudiaba. Veinte años después de haber padecido esos abusos y tras doce años de lucha judicial, Sebastián logró que este hombre fuera a la cárcel. También logró, en ese momento, hablar públicamente de su caso. Eso le produjo cierto alivio después de haber transitado en soledad con ese silencio que lo torturaba. Decidió hacer algo más.
Junto a Silvia Piceda, una compañera también abusada que conoció en su transitar por la Justicia, conformaron Adultxs por los derechos de la infancia, un grupo de personas que padecieron abusos en su niñez o juventud y que cada sábado se reúnen para intercambiar experiencias. El grupo también se convirtió en un modo de militancia pública para que este tema tabú deje de ser ignorado por la sociedad. Luego se sumó activamente en la militancia Luis Ávalos.
Según cifras avaladas por Unicef, que son consideradas válidas para reflejar la realidad de los países occidentales, una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños sufren de abuso sexual. Cifras que revelan una realidad que en la ONG definen como “extremadamente grave” y algo “extraordinariamente masivo y que atraviesa transversalmente a toda la sociedad”.
Ahora para ellos, los sobrevivientes adultos de esta realidad invisibilizada, el Día Internacional para la Prevención del Abuso Infantil era un buen momento para hablar de la actividad que realizan cada semana. “Es un encuentro solidario de pares. Es muy semejante al funcionamiento de alcohólicos anónimos, ya que es un espacio abierto y anónimo”, comenta Sebastián en diálogo con LA NACION. El grupo intenta ser horizontal, sin coordinadores ni líderes. El común denominador es que todas las “compañeras y compañeros” -tal como se nombran- padecieron experiencias de victimización sexual en la niñez o la adolescencia.
“En el grupo hay mucho movimiento y rotación. Hay personas que vienen una vez, vuelven después de un tiempo, cada uno hace su experiencia en el grupo como más lo sientan”, dice uno de los gestores de este espacio. Varias decenas de personas ya pasaron por este espacio del barrio porteño de Flores. Otras tantas prefieren el contacto sólo virtual por Facebook. “La visibilidad del abuso sexual infantil es difícil”, aclara, por experiencia propia.
El grupo, la posibilidad de una ronda en donde contar lo suyo y escuchar a otro que vivió algo similar, los ayuda a reparar años de soledad. Muchos, hablan del abuso por primera vez en su vida. Y las personas que están allí sentadas son todas adultas, el mayor tiene 80 años. “Somos todas personas adultas que nos comunicamos, por fin, para decir que el abuso existe, que a nosotros nos pasó y esto debe servir para darles voz a los chicos del presente”, dice Sebastián. Y habla de la “altísima negación social” del tema y de la doble victimización que sufren los niños y niñas que judicializan su caso.
LA HISTORIA DE SEBASTIÁN
Sebastián habla como si hubiera superado su experiencia de abuso, se lo nota íntegro, sin angustia ni resentimiento. Pero admite que diez años llevó ese secreto que lo ahogaba. En su casa no lo podía contar, en la escuela religiosa a la que iba tampoco. Tenía doce años cuando vivió el primer abuso. “Mi adolescencia y mi primera juventud fueron de mucho sufrimiento. Como nos sucede a todos, se me dificultó mucho el desarrollo de mi vida tanto en términos personales como sociales. Esto te afecta de modo íntegro”.
Estaba en el final de séptimo grado cuando sucedió por primera vez; se extendió hasta el primer año del secundario. Hubo una coincidencia que Sebastián remarca: mis abusos sucedieron en 1989 y 1990, justo cuando estalló el Caso Veira, el entrenador de fútbol conocido como “Bambino” Veira. “Soy contemporáneo a la corrupción de un niño que perpetró este entrenador, hoy desgraciadamente un personaje mediático y que encarna el prototipo de un macho ganador, una mirada nefasta”, dice Sebastián.
Cuenta que lo más tremendo para él, un jovencito futbolero hincha de San Lorenzo, equipo que Veira dirigía, era estar en la tribuna con miles de hinchas que con canciones se burlaran de la víctima de Veira. “Miles de personas manoseaban una cuestión tan grave y canallesca”, recuerda hoy. Fue el momento que más le dolió. “Para el pibe que yo era, inmerso en esta subcultura machista en la que me crié, era la señal de que si yo intentaba hacer algo con lo que me pasaba, si pedía ayuda, esa sociedad adulta me iba a aniquilar, a destruir, lejos de ayudarme”, dice. Entonces callaba. Ahora, en el grupo, habla. Lejos de sentir que los relatos abren una herida, el hecho de romper con el aislamiento individual y darle una dimensión más allá de lo privado, le resulta positivo, liberador.
“LO INNOMBRABLE”
Andrea Aghazarian, psicóloga especialista en abuso sexual , dice: “Las personas abusadas pueden estar años dentro de un tipo de «closet» padeciendo los efectos devastadores de abusos sexuales sufridos en la infancia. La posibilidad de una primera comunicación de este padecimiento, de los recuerdos y de sus consecuencias, compartiendo y poniéndole palabras a «lo innombrable» es siempre un gran avance, un punto de inflexión, para la salud psíquica de esa persona, pero es igual de importante la elaboración de los efectos de este trauma, que fue un punto de interrupción en la normal evolución de la sexualidad de un niño y de la relación con su entorno afectivo”.
Y continúa: “El trabajo individual con un profesional especializado muestra, en mis años de experiencia, un gran avance y la posibilidad de reposicionarse de un modo diferente respecto de su propia sexualidad y de sí mismo, dado que cada persona es singular y tiene una historia propia, y también la posibilidad de compartir con un grupo de pares lo que la persona va experimentando en este proceso, genera una sensación de alivio, al notar que no se es el único que ha pasado por esto, que se puede mejorar y tener proyectos, y que además se puede acompañar y dejarse acompañar por otros, fundamentalmente reubicando la responsabilidad en el adulto abusador y en su entorno, intentando correrse de un sentimiento de culpa inmenso que los psicópatas se encargan de generar en el niño”.
Fuente: La Nación
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