Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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San Telmo, un barrio que crece en emprendimientos pero pierde vecinos

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San Telmo, el pintoresco barrio donde nació Buenos Aires, recibe en los últimos años un flujo persistente de inversiones y grandes negocios, que van reemplazando una a una sus notas de identidad, incluida su propia población.

(Ciudad de Buenos Aires) “Los alquileres ya son inalcanzables y cada vez hay menos negocios para comprar las cosas de todos los días. Los vecinos tradicionales emigran, sobre todo a Constitución”, dice Gabriel Santágata, que preside un club barrial y es uno de los que se ha mudado por esos motivos.

Santágata dirige también el periódico vecinal Alerta Militante, puesto que le permite percibir en detalle los cambios en la zona: demoliciones clandestinas, adoquines que van desapareciendo de las calles, negocios tradicionales reemplazados por cadenas inexpresivas y la intimidante presencia de una torre de 27 pisos a 500 metros de la Plaza Dorrego, en pleno casco histórico.

Santágata señaló que en el Mercado de San Telmo, establecido en 1890, “ya venden desde soldaditos de plomo hasta ropa y quedan pocos puestos dedicados a los artículos de consumo cotidiano”.

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“Esto comenzó con la irrupción de Puerto Madero y el bum del turismo después de la crisis, que provocó una fuerte valorización inmobiliaria. Las inversiones están transformando la zona como ya ocurrió con Palermo. Están haciendo San Telmo Hollywood”, definió.

Patricia Barral, vecina del barrio desde hace 22 años, lamenta la paulatina desaparición de los anticuarios de la calle Defensa, cuya presencia impregnó por décadas la atmósfera del barrio.

“Eran negocios en que los vecinos curioseaban, algunos compraban y vendían, y estaban muy integrados al espíritu del barrio. Pero también había, intercalados, negocios barriales, como una zapatería”, atestiguó.

Barral dijo que en los últimos años se empezaron a ir, porque “la especulación inmobiliaria llevó muy alto los alquileres, y ahora proliferan los negocios de venta de ropa, que alquilan percheros a ciertos diseñadores y marcas para sus prendas”. Añadió que hace poco se sumaron una casa de cambio y dos agencias de viajes.

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“Defensa siempre fue la calle más importante. Hoy es absolutamente ajena. Los nuevos negocios no tienen ninguna característica que los integre, ningún compromiso con el barrio ni con las costumbres de los vecinos”, describió.

Uno de los lugares donde lo popular mantiene su vitalidad es el polideportivo comunitario “Martina Céspedes”, donde confluyen el club Giuffra, que preside Santágata; asociaciones que realizan trabajo social con los chicos, escuelas públicas que dan allí sus clases de Educación Física y colectivos culturales.

La desaparición de ese lugar figuró en un proyecto de ley -aprobado en primera instancia por la Legislatura porteña, luego frenado por las protestas- para ser reemplazado por la Feria del Sur, un emprendimiento inmobiliario que incluía un polo gastronómico, un centro comercial y otros negocios privados.

“Aprobar la Feria del Sur en lugar del Polideportivo sería un misil para la identidad del barrio”, dijo Eduardo Tissera, que trabaja en el Centro de Salud 15, de Humberto 1º 470, y dirige la Juegoteca de San Telmo, uno de los usuarios del “Céspedes”.

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“En algún momento se había logrado amalgamar la historicidad del barrio con la vida cotidiana, pero ahora se ha desbalanceado todo. San Telmo se encamina a una escenografía para turistas, sin vida propia y sin alma”, opinó Tissera.

Afirmó además que “los negocios son tantos que se comen entre sí por la saturación de ciertos rubros, si hasta llegaron a poner dos cafeterías de la misma cadena en la misma cuadra”.

Tissera remarcó que estos cambios no traen mejoras para las familias, porque “no echan raíces, los saca la pala inmobiliaria”.

“En la juegoteca se nota esa inestabilidad, porque los chicos se van encariñando y de golpe se van. Es difícil mantener los lazos que genera el barrio cuando está la permanente espada de Damocles del alquiler por las nubes”, observó.

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Un aspecto particularmente grave es la destrucción de patrimonio histórico-cultural. Barral aseguró que los ejemplos abundan, y menciona entre los recientes la desaparición de una casa de estilo en Chacabuco al 1400 donde se edificó un hotel, la demolición de la casa Benoit, en Bolívar e Independencia; los cambios en la fachada del ahora hotel El Vitraux, en la calle Carlos Calvo. “Logramos parar la demolición de Estados Unidos 942”, dijo. (Télam)

Contó además que en la unión de los pasajes Bethlem y Aieta, en la plaza Dorrego, había una histórica playa de estacionamiento de carretas, de la que siempre se dijo que podía tener túneles o una cárcel de La Mazorca, en tiempos de Juan Manuel de Rosas.

“No se protegió ni se investigó. Ahora se está construyendo allí un hotel. Para colmo, la arquitecta Dorrego, que vive al lado, advirtió que se trata de una zona muy sensible a las rajaduras porque no fue construida con métodos modernos”, reveló.

Barral también se quejó de la proliferación de multinacionales, como una cadena estadounidense de cafeterías que reemplazó a un anticuario justo en una de las esquinas de la plaza Dorrego.

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“Aunque soy contraria a esas presencias, en tren de admitir una realidad, para preservar el casco histórico podrían haberlas limitado a las avenidas”, sostuvo.

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