Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Natalia, la testigo que dice que se manipularon pruebas en Le Parc

Una testigo clave afirma que en la casa de Nisman no se cuidaron las pruebas.

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(CABA) Así como a veces hay que salir a buscar dadores de sangre con urgencia para una operación quirúrgica, en la larga madrugada del 19 de enero pasado, horas después de que se supiera que el fiscal Alberto Nisman estaba muerto en su departamento de Puerto Madero, las autoridades judiciales allí apostadas necesitaron conseguir testigos del operativo. Era sólo el comienzo de una escena bastante aterradora para una chica de apenas 26 años, camarera de un restorán de la zona, que le gusta salir, le gusta la música, los recitales. Obligada por la ley a ser testigo de algo que ocurría a varias cuadras de su lugar de trabajo, la joven relató a Clarín con lujo de detalles y desde su sentido común detalles de lo que observó y escuchó en aquellas más de siete horas que permaneció en el departamento del fiscal especial para la causa AMIA.

Fue una reseña con algunas descripciones imprecisas fruto del desconocimiento, pero que dan cuenta de serios descuidos cometidos en el primer operativo policial y judicial en torno a la muerte que conmueve al país: un portero que manipula la cafetera del fiscal, supuestos peritos que tocan, leen y subrayan las carpetas y papeles en los que estaba trabajando Nisman, efectivos que toman mate con medialunas en la escena de la muerte, inquietantes diálogos sobre la distancia del disparo que mató al fiscal y la aparición de cinco misteriosos “pititos”, balas o casquillos que la fiscal Fein habría mencionado.

“Tengo miedo, pero hay muchas cosas que me han indignado”, dijo Natalia Gimena Fernández al aceptar hablar con este diario ante el que dirá una y otra vez que nadie le dijo ni cómo cuidarse ni qué debía hacer. La hicieron firmar papeles que no sabe lo que eran, entre ellos el acta con su supuesto testimonio. Lo que sigue es una síntesis de la conversación que tuvo con ella este diario ayer, al salir de su trabajo, donde un desconocido ya se le acercó a preguntarle si es “Natalia, la testigo del caso Nisman”.

El domingo 19 de enero, a la una de la mañana, ella y una amiga caminaban por Alicia Moreau de Justo cuando las abordó un auto de Prefectura. “Unos tipos nos pidieron los documentos. Nos preguntaron la edad, si estábamos drogadas o habíamos tomado alcohol”. Poco después estaban las dos en el edificio, en el hall que da a la entrada de servicio del departamento de Nisman. Había una camilla vacía. “Cuando estábamos sentadas en la escalera, metieron la camilla y en ella sacaron el cuerpo. Eran como las 3.30. Estaba envuelto en una bolsa negra. Se lo llevaron para la derecha, pero a los 15 minutos lo volvieron a meter y se lo llevaron para la izquierda. ‘No boludo, por acá no. Es por allá’, decían con risas. Y después, cuando lo metieron en el departamento no vi por dónde lo sacaron”. Natalia dice haber visto llevarse sábanas y trapos “sucios”.

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La joven pidió que dejaran irse a su amiga. Cuenta que la “trocaron” por el portero de Nisman, quien le decía que el fiscal muerto era “un buen tipo”. Natalia querían ir al baño, y al rato la dejaron usar uno de los baños del departamento, no importó si contenían pruebas.

Afirma que al entrar vio carpetas y papeles que decían palabras como ‘causa’ y ‘secretos’, todas ordenadas. “Había como 25 carpetas. Ellos leían cada página, hacían un resumen, lo escribían y me hacían firmar a mí”, cuenta Natalia, y dice que vio cómo los peritos pedían más marcadores indelebles porque los que había estaban “secos”, y que intervenían las hojas del fiscal subrayando y marcando. “Natalia, quiero que sepas que esto está así tal cual nosotros lo encontramos”, intentaban calmarla.

El clima era de jarana. “Tomaban mate y pidieron medialunas. Tocaban todo. Había unas cincuenta personas. La fiscal preguntaba ¿la cortamos acá y la seguimos mañana?”, recuerda. Y dice que ella le mostró una bolsa con cinco “casquillos de bala, pititos o algo así”. Afuera, la noche se hacía día. “El portero se sentó al lado mío. Yo me puse a llorar. Estaba muerta de sueño, y me ofreció un café. Y el café era de la cafetera que estaba enfrente a la mesa de papeles. Era la cafetera de Nisman”.

Natalia vio a uno de los “astronautas” (los peritos con su traje especial) venir con el teléfono de Nisman y pedir que no lo tocaran. Pero cinco minutos después, como sonaba todo el tiempo, una agente lo agarró con la intención de atender las llamadas. “Yo misma empecé a decir ‘no, no, dijeron que no lo toquen, es el teléfono del tipo al que mataron’. La mina soltó el teléfono y hubo carcajadas”. Se fue pasadas las 8 de la mañana.

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Con el testimonio de Natalia en el grabador, Clarín buscó las pruebas que permitieran certificar su presencia en el departamento de Alberto Nisman la madrugada posterior a su muerte, chequear sus dichos y reflejar sus temores por su seguridad personal. Dos personas relacionadas con la investigación confirmaron el rol de Natalia durante el operativo policial y científico que los peritos llevaban a cabo en el piso 13 de la torre Le Parc de Puerto Madero. Finalmente, la prueba más importante llegó al celular de la cronista: la copia de la constancia de su declaración.

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