Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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La esquina de Godoy Cruz y Paraguay renació con el Instituto Max Planck

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En las ex Bodegas Giol, una usina de la ciencia en el barrio de Palermo. Mesadas e instrumental que relucen, amplios laboratorios con grandes ventanales, salas para científicos visitantes con distribución modular, equipamiento de última generación, precisos sistemas de purificación del agua y deposición de residuos…

 

(Ciudad de Buenos Aires9 El nuevo Instituto de Investigación en Biomedicina de Buenos Aires-Instituto Partner de la Sociedad Max Planck es un moderno centro científico europeo, pero en pleno Palermo.

“No tiene nada que envidiarles a los del Primer Mundo -afirma su director, Eduardo Arzt, con inocultable orgullo y entusiasmo-. Y ya tenemos nuestro primer resultado. Lo obtuvimos para contestar al pedido de los revisores de una revista científica sobre un trabajo que habíamos mandado para publicar. Analizamos y comparamos estructuralmente las tres proteínas cuya síntesis dirige un gen [llamado Rsume] que está involucrado en procesos de hipoxia [falta de oxígeno] que son claves en algunos tumores, y demostramos que son diferentes.”

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Arzt está exultante. En 2006, el espacio donde hoy se levanta el deslumbrante edificio en el que en unos meses funcionarán tres institutos internacionales era un baldío con una construcción derruida, perteneciente a las ex Bodegas Giol. Hubo que gestionar su cesión, licitar y diseñar el proyecto de la obra, construirla y conformar los equipos científicos de un centro de más de 100 investigadores. Arzt siguió de cerca todas estas instancias y se dedicó al proyecto por completo. Hoy está viviendo un sueño hecho realidad.

Tal vez por eso repasa los detalles que convierten a esos 1200 m2 de laboratorios, salas de cultivo, de microscopía de última generación, salones de seminarios y para becarios, y oficinas para investigadores en un privilegio envidiable, concebido con los altos estándares de una de las organizaciones científicas más prestigiosas del planeta, la Sociedad Max Planck, en la que trabajan o trabajaron 17 premios Nobel.

“Por ejemplo -explica-, todos los pisos tienen una unidad especial que mantiene la corriente estable para que no se corte nunca, y que no haya variaciones ni de un milisegundo. Además, a diferencia de lo que suele suceder tradicionalmente en los laboratorios, que tienen las heladeras en los pasillos, aquí diseñamos espacios especiales («nichos») donde ubicamos los freezers, las «ultracentrífugas», máquinas para separar fracciones celulares que alcanzan las 120.000 revoluciones por minuto, o tanques de nitrógeno líquido donde se guarda material biológico a -120°. También hay «áreas de servicio» con shakers para cultivar bacterias, mesas antivibratorias para las balanzas que pesan el material en microgramos, y cuarto radiactivo para trabajar con isótopos con cuartos contiguos para los residuos.”

Una de las últimas adquisiciones del Instituto es un microscopio confocal Zeiss de última generación. La semana pasada viajó desde Alemania para calibrarlo un técnico de la empresa que los fabrica.

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“La sensibilidad de este equipo es extrema -cuenta la bioquímica Alejandra Attorresi, que será la encargada de manejarlo-, por eso no sólo está apoyado sobre una mesa, sino también sobre un piso antivibratorios, conectados a aire comprimido.”

La virtud de este tipo de microscopio es que enfoca y capta la imagen de un solo plano focal.

“Cuando uno mira por un microscopio común, ve todo el grosor de una muestra: una parte enfocada y otra desenfocada -explica Attorresi-. En cambio este equipo permite captar una imagen muy definida, plano por plano, y además viene con un sistema que permite ver células vivas y filmarlas durante veinticuatro horas con la misma precisión. A partir de esas imágenes, la computadora puede armar una película en 3D.”

Por supuesto, poner en funcionamiento esta compleja estructura de investigación, técnica y humana, requiere de los servicios de ingenieros a tiempo completo. Uno de ellos es Hernán Cavoli, técnico electrónico y estudiante de ingeniería industrial que, entre otras cosas, se ocupa de verificar que se cumplan las estrictas normas de seguridad que deben regir en estos ámbitos. Otro es Adrián Cadena.

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“Adrián, para nosotros, es una joya -dice Arzt-, porque estuvo en la obra, trabajando con la empresa constructora desde el principio. La conoce desde los cimientos.”

“La verdad es que al ver nacer esto me gustó tanto que quise entrar -dice Cadena, que hoy tiene un cargo del Conicet-. Estoy encantado.”

Bajo la dirección de Arzt, el Instituto de Investigación Biomédica de Buenos Aires (BioBA-MPSP) está integrado por ocho grupos de investigación cuyos jefes debieron pasar por el arduo proceso de selección que caracteriza a la Sociedad Max Planck. Varios dejaron puestos en centros de investigación europeos o norteamericanos para regresar al país.

Entre ellos están el físico Claudio Cavasotto, experto en química computacional y diseño de fármacos, que viene de la Universidad de Texas en Houston; María de la Paz Fernández, que investiga en neurobiología del comportamiento y regresa de su posdoctorado en la Universidad de Harvard; la bióloga Carolina Pérez Castro, que investiga en células madre tumorales y plasticidad celular, el bioquímico Marcelo Perone, cuyo grupo explorará los vínculos entre la diabetes y la inmunología; Damián Refojo, que regresa del Instituto Max Planck, de Munich, y dirigirá el grupo de neurobiología molecular, y Patricio Yankilevich, especialista en bioinformática que regresa desde España, donde trabajó en una empresa creada por el Centro Nacional de Biotecnología de ese país. “Nuestra meta es no sólo estudiar y entender los mecanismos que explican enfermedades degenerativas, como el cáncer, el Alzheimer o el Parkinson, sino también que esos hallazgos puedan convertirse luego en innovaciones o fármacos que lleguen a la cama del paciente”.

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Y enseguida agrega, con la satisfacción de la tarea cumplida y el entusiasmo del desafío: “Esto es sólo el comienzo”.

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