Buenos Aires, 19/04/2024, edición Nº 4174
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Javier Terenti el relojero de la Torre de los Ingleses

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Torre de los Ingleses

(CABA) Javier Terenti conoce los secretos y cada uno de los engranajes de una de las maquinarias más emblemáticas de la ciudad. Desde 1916, el reloj de la Torre Monumental, conocida como Torre de los Ingleses, es un punto de referencia para los porteños, y de sus manos y de su pericia depende que esté siempre en hora.

Una vez por semana, y con la ayuda de dos asistentes, Javier se ocupa del mantenimiento, que consiste en ajustar la transmisión, lubricarlo y calibrarlo. La maquinaria original es de mecánica pesada, y para arreglarla hay que tener conocimientos y habilidades específicas. Según cuenta, en una semana el reloj llega a retrasar uno o dos minutos por desgastes de los bujes y los engranajes. Para ponerlo en hora, sincroniza su reloj con la hora oficial llamando al 113, y luego ajusta el de la torre.

Entre los elementos que afectan el buen funcionamiento del reloj no está sólo el simple paso del tiempo, sino el viento, la lluvia y las palomas. “A veces se meten por algún hueco y traban la maquinaria. Tenés que desarmar todo y encontrás las plumas“, explica Javier.

Cuando hay tormentas fuertes, el viento suele frenar el péndulo. “Llegás y ves el reloj frenado y no sabés por dónde arrancar. No tenemos manual para arreglarlo, vamos a ciegas. Hay que meterse adentro de la máquina y desarmar pieza por pieza tratando de encontrar el desperfecto“, cuenta.

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Su lugar de trabajo es una sala ubicada en el séptimo piso de la torre, a unos 70 metros de altura, cuyas paredes son los cuadrantes de opalina inglesa que señalan la hora en las cuatro direcciones. Allí se encuentra la máquina principal, un sistema de escape mecánico con un péndulo que mide 4 metros de largo y pesa unos 100 kilos. Esa misma máquina es la que hace que se muevan en forma sincronizada las agujas de las cuatro caras del reloj, a través de un sistema de “transmisión satelital” desde una cabina de madera.

Javier explica que en otros relojes históricos de la ciudad “el corazón es electrónico“. Sin embargo, en la Torre de los Ingleses “la maquinaria es original y se conservó igual que a principios del siglo XX, salvo por un aparato electromecánico instalado en una reforma posterior que da la cuerda“. Esto antes se hacía en forma manual, aunque todavía se conserva la manivela, ya que cuando no hay luz, la cuerda se da a mano y dura entre 4 y 5 días.

Para empezar a trabajar, Javier debe subir los más de 100 peldaños de una escalera que llega hasta el séptimo piso. Desde la sala de máquinas, y a través de un hueco angosto con peldaños de hierro, se puede acceder a la cima, donde están las campanas. La principal, de 7 toneladas, suena a cada hora y las demás, de 3, cada 15 minutos. “Funciona como una gran caja de música“, explica Javier.

La cuesta es trabajosa, pero la vista compensa el esfuerzo. Desde allí, a más de 70 metros de altura -la torre mide 75,5 metros- se ven los techos de los galpones de la estación de Retiro, el Río de la Plata, el puerto, el hotel Sheraton y, en un día despejado, la costa uruguaya. Otro punto con vista panorámica desde la torre es el balcón en voladizo del sexto piso, pensado para las visitas, aunque que hoy está cerrado al público. Desde allí, el repicar de las campanas se oye firme, pero no es estridente.

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A pesar de la altura, dice que no siente vértigo. “Yo trabajo del lado de adentro. Los hidrolavadores tienen la peor parte de la tarea, porque tienen que correr los vidrios de los cuatro cuadrantes para limpiarlos, y si hay viento u oscilaciones, están colgando en el aire“, agrega.

Además de la Torre de los Ingleses, Javier repara más de treinta relojes monumentales en la ciudad, como los tres del Palacio Municipal, el de la Casa de la Cultura, el de la iglesia Santa Felicitas y la Parroquia del Pilar y el del Cementerio de la Recoleta, y los que funcionan a energía solar en la vía pública.

Tiene 37 años, es técnico en electrónica y desde hace siete trabaja en la Dirección de Mantenimiento y Talleres del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño. Con el tiempo fue aprendiendo el oficio con Carlos Caserta, el antiguo relojero de la torre.

Soy de José C. Paz, y toda mi vida tomé el tren Mitre para venir hasta Retiro. Siempre miraba el reloj desde la plaza, hasta que un día terminé acá arriba“, resumió Javier, mientras que, 70 metros más abajo, los transeúntes se detenían a ver y oír el espectáculo de las agujas y las campanas.

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Fuente: La Nación

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