Buenos Aires, 20/04/2024, edición Nº 4175
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Opinion

Iván Petrella: “Es hora de trabajar por una cultura argentina cada vez más abierta”

El funcionario afirma que el bicentenario de la declaración de la independencia es una oportunidad para reflexionar sobre el futuro de nuestro país

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(CABA) El bicentenario de la declaración de la independencia es una oportunidad para reflexionar sobre el futuro de nuestro país. En el ámbito cultural en particular estamos en un gran momento para proyectar hacia adelante con ambición. Es hora de trabajar por una cultura argentina cada vez más abierta: abierta hacia todo del país, enriqueciéndose con nuestra enorme diversidad cultural, y abierta a un mundo cada vez más interconectado, que tiene mucho para aportar.

Somos el país de Messi y de Maradona, de Máxima y de Francisco, del malbec y del tango, de Borges, de Evita, de Piazzolla y de Soda Stereo, de Berni y Argerich, del Teatro Colón y más. Sin embargo, y a pesar de todas estas referencias, de la misma manera que hay enormes zonas del país que sufren de un déficit de cloacas o de tendido eléctrico, hay cientos de miles de personas que sufren de un déficit en su posibilidad de participar de la oferta cultural y de desarrollar su potencial de creación cultural.

Por eso, el primer desafío es la federalización. A veces se dice que la capital cultural de América latina es Buenos Aires; hay que trabajar para que a futuro se diga que es la Argentina. Buenos Aires es un faro notable, pero hay que potenciar lo que el resto del país hace, expresiones culturales de enorme profundidad. La capacidad estatal y las nuevas tecnologías deben estar al servicio de acercar a todos a esa gran cocina que es la producción y la circulación cultural; una gran cocina donde cada uno tiene un sabor o una textura que agregar, reconociendo las particularidades de los ingredientes de cada provincia y de cada argentino. Abrirse y federalizar toda esa diversidad que se da a lo largo y a lo ancho del territorio, por otra parte, es todo lo contrario a imponer una visión hegemónica desde arriba; es ayudar a esas expresiones a florecer en libertad.

El segundo desafío es consolidar el rol de la cultura como una herramienta de integración social y desarrollo económico. La cultura se encuentra también en las industrias creativas como el diseño, los servicios audiovisuales, la publicidad, y otros sectores que combinan la innovación con la tecnología y son generadores de empleo y de crecimiento. El Estado tiene un rol irreemplazable en promover ecosistemas culturales donde la creatividad, la producción y el comercio interactúen en pos del desarrollo del país.

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El tercer desafío es potenciar el lugar de nuestra cultura en el mundo. En “El escritor argentino y la tradición”, Borges sostenía que la tradición argentina no es ni la gauchesca ni la española; tampoco, decía, estamos desvinculados del mundo: “Nuestra tradición es toda la cultura occidental” y “debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo”. Ese lugar, adentro, pero a un costado de la cultura occidental, como los irlandeses dentro de la cultura británica, para usar la analogía de Borges, significa que no hay límites respecto de hacia dónde podemos proyectarnos ni en cuanto a nuestra capacidad de asimilar e incorporar las expresiones culturales. Ya estuvimos cerrados al mundo demasiado tiempo; ahora podemos participar cada vez más.

La Argentina es sudamericana por geografía, latinoamericana por historia, idioma y religión, y occidental por sus valores básicos. Pero también es global, por ser parte de una comunidad total de naciones en la que debemos asumir cada vez mayor protagonismo. Por eso, el cuarto desafío es llevar nuestra voz a los debates culturales más urgentes de esta época; por ejemplo, la discusión sobre las formas e instituciones de la democracia que se puede resumir en la dicotomía populismo o republicanismo, o sobre el lugar de las religiones en el mundo contemporáneo, que se sintetiza en la dicotomía entre choque de civilizaciones y cultura del encuentro. El desafío del diálogo intercultural obliga a entender la gestión en cultura de manera amplia y a cooperar con todos los foros globales y regionales.

Hay un quinto desafío, que es el de la profundización de nuestra cultura democrática. Supone un cambio profundo asimilar la idea de que para que la democracia florezca no alcanza con la convivencia. La democracia como una cultura es, en cambio y esencialmente, aprendizaje en la diferencia. Sería una democracia pobre si no existe la posibilidad de aprender de quienes son diferentes a uno.

Partiendo de lo construido en 200 años, la cultura argentina está hoy frente a la oportunidad de federalizarse, abrirse, hacer oír su voz y profundizarse. De potenciar su diversidad, acercando a todo el país lo que ocurre en cada rincón a nivel cultural. También de potenciar su lugar en el mundo. Y de fortalecer los valores que hacen a los fundamentos de nuestra democracia. Avanzar en estos cuatro ejes es más grande que un plan de gobierno. Es el camino, emocionante y abierto de lleno al futuro, de enriquecer la experiencia humana de todos los argentinos y, por qué no, de toda la humanidad. NT

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