Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Deportes

Footgolf, el nuevo deporte que intenta resolver la crisis del golf

Llegó para compensar los menores ingresos en los clubes de golf y ya suma adeptos en todo el mundo.

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Por Matthew Engel

(CABA) Una mañana con neblina de la semana pasada, Chris Knowles, el golfista profesional a cargo de Sapey Golf Club, alinea primero su golpe para el hoyo par tres. Pega y la pelota cae a mitad de camino hacia el green, se desliza a la izquierda, pasa por un bunker poco profundo pero vuelve a salir del otro lado. Desde allí vuelve al green y entra en el hoyo.

Era el tercer hoyo en uno de su carrera, pero el primero que había conseguido sin la habitual asistencia de un club en sus manos. Sin embargo, en esa oportunidad tenía un hoyo de 52 centímetros al cual apuntar, casi cinco veces el tamaño normal.

“Mejorá eso”, le pidió Knowles al siguiente hombre, que justamente era yo.

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Bienvenido al footgolf, el último intento para resolver la repentina crisis global que sufre el antes poderoso golf como deporte: se redujo la cantidad de jugadores, bajaron los ingresos y algunas canchas hasta debieron cerrar.

Esto podría no ser obvio para quienes siguieron el Masters de Augusta la semana pasada, bañado de los usuales superlativos sobre las maravillas del escenario (en parte, porque el club es famoso por prohibir a los comentaristas que no son suficientemente aduladores). Augusta Nacional es de hecho un lugar fabuloso. Pero esa sensación de estar desconectado de la dura realidad caracteriza cada vez más su relación con el deporte en su conjunto.

Algunos clubes en problemas han intentado simplificar el golf agrandando los hoyos, lo que es patético. Esta idea es mucho mejor: muy barata y gloriosamente simple, patear una pelota de fútbol apuntando a un hoyo. También es más sutil y requiere más habilidad de lo que parece.

Sapey se ubica en plena campiña inglesa sobre el límite entre Worcestershire y Herefordshire. Fue fundado en 1990, en la cima del auge del golf después de que el agricultor Jim Preece intentó en vano reservar hora para jugar en una de las tradicionales canchas locales, y se enojó. “Vos tenes el terreno”, le dijo alguien. “¿Porqué no construís tu propia cancha de golf?”. Y así fue como lo hizo.

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El club tuvo suficiente éxito como para agregar una cancha de nueve hoyos par tres al otro lado de la ruta. Luego llegó la crisis financiera. También la sociedad en general sufrió cambios. Cuando los potenciales jugadores tienen suficiente dinero para inscribirse, carecen del permiso familiar para desaparecer gran parte del fin de semana. Y también la paciencia. Así que, Sapey se unió a otras 70 canchas británicas y cientos de otras de otros lugares e incorporó el footgolf como alternativa. Ya hay hasta un circuito de torneos embrionario.

El mérito por haber impulsado este juego usualmente se lo lleva Willem Korsten, un futbolista holandés que jugó brevemente para el Tottenham a comienzos de la década del 2000 y adaptó la idea con la que bromeaba en los entrenamientos. Sin embargo, una versión llamada Codeball (pensada por un médico de Chicago llamado Code) tuvo un breve estallido de popularidad en el Medio Oeste en los años ’30.

El footgolf funciona mejor en canchas onduladas con hoyos par tres, lo que favorece la precisión en vez de la potencia; la pelota puede rodar mucho, tal como demostró Knowles cuando la suya escapó del bunker. Y el putting green ofrece toda la frustración del mismísimo golf.

Parte de su belleza es la compatibilidad, un golfista puede sacar los palos y jugar un minigolf contra los niños que patean la pelota hacia el hoyo más grande. Si se juega de manera sensata, el footgolf también es rápido. Si bien se requiere la misma precisión que en el golf, no hay que preocuparse por elegir el palo adecuado; de hecho, no hay que cargar con ninguno.

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La cancha de Sapey recién abrió hace un mes y el clima de marzo no ayudó nada, pero Knowles cree que será un éxito. “Recibimos entre 80 y 100 personas el sábado y el domingo pasado, nunca habíamos llegado ni cerca a esa cifra. Y eso impulsa las ventas de bebidas y comida. La mayoría de los jugadores tienen entre 20 y 30 años, y esperamos que después quieran probar con el golf”.

Lo que me preocupa es que éste es otro ejemplo de la futbolización del planeta. No obstante, veo difícil que Augusta lo acepte en el futuro cercano.

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Fuente: cronista

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