Buenos Aires, 16/04/2024, edición Nº 4171
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Sociedad

El día a día de una líder comunitaria porteña en la villa de Barracas

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Mirna Florentín, encabeza la Asociación Civil Padre Pepe de la Sierra, en la villa 21-24 de Barracas, y aseguró que hay que poner “el foco en la gente y sin que nadie venga a plantar su bandera”.

Mirna Florentín

(CABA) En la edición del día sábado en el diario La Nación salió una nota titulada “el día a día de una líder comunitaria”, donde se repasan casos de mujeres que emprendieron tareas solidarias en sus barrios.

En uno de los casos, relatan la vida de Mirna Florentín, referente de la Asociación Civil Padre Pepe de la Sierra, en la villa 21-24 de Barracas. Oriunda de Asunción (Paraguay), llegó al sur porteño y ahora se destaca por su rol solidario.

Allá en Paraguay la gente viejita es conocedora de toda la cultura guaraní. Ella además era partera y la médica del barrio. La gente le iba a pedir consejo y vivía ayudando a todo el barrio“, recuerda ante el citado diario.

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Es que la vida la obligó a venirse a los 15 a vivir junto a su madre -que hacía años estaba trabajando en el país y se encontraba en pareja- y dejar atrás su casa, su abuela, sus amistades, su colegio. “Y me vine a un lugar en el que no tenía nada“, dice nostálgica Mirna, refiriéndose a la villa 21-24, donde se construyeron una casa y luego llegaron varios hermanos.

Mirna -de fuerte cultura católica- se crió con las monjas en el colegio Santa Felicitas y se ofreció como catequista en la parroquia de Nuestra Señora de Caacupé en la villa. Pero fue recién en la crisis de 2001 cuando los vecinos la convocaron para armar un grupo comunitario en el barrio que salió a la cancha de la solidaridad.

Empezamos con lo más prioritario, que eran los comedores comunitarios. Yo justo estaba desocupada y me puse de lleno con esto. Lo tomé como una enorme responsabilidad. A la par de la asistencia alimentaria armamos las cooperativas de trabajo. Después llegaron los subsidios universales y la gente se acomodó un poco“, recuerda Mirna para quien el padre Pepe Di Paola fue no sólo un líder a seguir, sino también una persona de la que aprendió cómo moverse en las arenas de la necesidad. “El Padre Pepe no es un cura que reza únicamente. Conoce a todas las personas por su nombre y sus problemas. Empezó a gestionar recursos para la gente de forma transversal y eso se vio en la práctica: salud, educación, alimentación, trabajo, capacitación. Él es un modelo de cómo hay que trabajar en cualquier comunidad, poniendo el foco en la gente y sin que nadie venga a plantar su bandera. Eso es lo que aprendí de él“, explica con admiración Mirna.

Y es justamente este modelo el que esta joven -que trabaja en el Área de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y está terminando de cursar Abogacía– intenta llevar a la práctica junto con la Pastoral Social, bajo la mirada del padre Pepe que dejó Barracas para replicar su ayuda en villa La Cárcova en San Martín.

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Nuestro lema es Reza y trabaja por su pueblo. Todos los fines de semana salimos a caminar por el barrio para ver cuáles son las necesidades de la gente. Son muchas las personas que se fueron sumando al proyecto desde diferentes lugares: alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires y el Carlos Pellegrini para hacer actividades recreativas, la Asesoría Tutelar del GCBA o los voluntarios que colaboran en los comedores comunitarios. Cada uno puede aportar desde lo que sabe“, agrega Mirna.

Después de gestionar varios comedores, actualmente asisten a 300 personas enfermas que necesitan comer en base a dietas especiales por problemas de hipertensión o diabetes. Es así que brindan desayuno, almuerzo, merienda y cena de bajas calorías y sin sal.

Un día un señor se acercó a un servicio jurídico gratuito a hacer un reclamo de alimentos y cuando le preguntaron por qué no iba a un comedor comunitario, contestó que no podía porque se cocinaba con sal y él era hipertenso. Y en ese momento me di cuenta de que nosotros no nos habíamos puesto a pensar en todo ese colectivo de gente pobre, sin recursos, que además estaban enfermos y tenían necesidades alimentarias especiales. Y así hace 3 años arrancamos con este servicio al que hoy asisten 300 personas, pero desde el GCBA sólo nos cubren 140 raciones, con lo cual tenemos que hacer magia con lo que tenemos“, se queja Mirna, que se desespera por no poder cubrir con toda la demanda del barrio.

Porque Mirna conoce el dolor de estas familias que luchan por sobrevivir, atravesadas por tantas desgracias que se quedan sin fuerzas para salir adelante. “Los grupos comunitarios somos como el colchón de agua o la almohada sobre la cual se pueden apoyar los vecinos. Si bien nosotros muchas veces no podemos resolverles los problemas directamente, los asesoramos, los derivamos, los informamos o nos transformamos en su voz para conseguir lo que necesitan“, dice Mirna, mientras un grupo de gente ya empieza a hacer fila en el comedor para retirar su comida en tuppers.

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En una pared del comedor -así como en la remera que viste Mirna- se puede ver una gran foto del padre Pepe y la inscripción Misión Padre Pepe, Reza y trabaja por su pueblo. Y en esa última frase también se ve reflejado el recuerdo de su abuela que se entregó al trabajo social.

Entre el trabajo, la Facultad y mi hija de 11 años, monitoreo todo virtualmente durante la semana y el fin de semana salgo a recorrer el barrio. Hasta que no sea abogada estoy con las manos atadas en muchos temas. El padre Pepe me mandó a estudiar derecho porque decía que así iba a poder ayudar mejor a la gente y por eso hay muchos vecinos del barrio haciendo fuerza para que eso suceda“, dice Mirna, con toda la voluntad puesta en conseguirlo y así poder tener más herramientas para poder hacer justicia.

 

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