Buenos Aires, 28/03/2024, edición Nº 4152
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Opinion

Cuando los intereses económicos destrozan la cultura

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ciudad

 

(CABA) La  ciudad es historia viva, y cuando demolemos un fragmento trituramos una parte de patrimonio material, y otra de patrimonio intangible, distribuido en los recuerdos y hábitos de los ciudadanos que los han mirado tantos años. ¿La ciudad es intocable? Sería imposible. ¿Qué y por qué demoler? Veamos.
Declarar de valor patrimonial un edificio afecta los derechos de sus dueños. Algunos  proponen expropiar el bien pagando un precio justo. Otros priorizan la función social de la propiedad. Pero es difícil la sobrevida redituable del edificio. ¿Quién debería hacerse cargo del mantenimiento para asegurar el decoro urbano?  Una solución es el paso al patrimonio público.
Hay demoliciones ideológicas. Las casonas de patios en planta baja sucumbieron ante la ambición de prestigio de las familias ricas, deslumbradas por París y con un desprecio por todo lo criollo o hispano. Así nacieron los petit hoteles, que se demolieron cuando sus dueños  prefirieron los departamentos, por ser más “prácticos”, con menos personal de servicio, y a eso se sumó el boom inmobiliario que privilegió la ubicación sobre el valor arquitectónico y la necesidad de capitalización de los herederos de estas familias patricias.
En 1955, se ordenó demoler el palacio de la familia Unzué, un ecléctico caserón de líneas francesas e italianas, para borrar todo rastro de sus últimos ocupantes, Juan y Eva Perón. También se  demolieron los edificios en miniatura de la ciudad infantil, la ciudad estudiantil, etc. Queda el Museo Evita, en la calle Lafinur, que sobrevivió a la furia de los “libertadores”. Allí funcionó  el hogar de la empleada doméstica número 2.
Abrimos el libro–ciudad y vemos los edificios que se salvaron en la Avenida Alvear, entre Callao y Rodríguez Peña. Dos petit hoteles: un ejemplar Art Nouveau, que la marca Saint Laurent puso a redituar como patrimonio desde su jardín del frente, un caso afortunado de preservación total; y una obra de Bustillo para la familia Duhau que estuvo muchos años desocupada. Armani demolió todo, pero mantuvo la fachada. En la esquina de Montevideo, la Nunciatura Apostólica, sin alteraciones. En la plaza Carlos Pellegrini se conservan, a pesar del cambio de función, los palacios que albergan las embajadas de Francia y Brasil, y el Jockey Club. Durante años, la atención de porteños de peso estuvo centrada en vigilar la intangibilidad del cuerpo edificado sobre la Avenida Alvear, que finalmente se conservó en forma casi total.
No ocurrió lo mismo con el sur, el este y el oeste de la ciudad. Faltan restaurar la Confitería del Molino y la Richmond. Lástima el desguace de la Confitería del Aguila, la pérdida del Petit Café de Santa Fe casi Callao, pequeña joya del Art Decó. En esta esquina, sólo quedó la sala del ex Cine Teatro Grand Splendid, convertida en librería, casi sin tocar. Otras pérdidas: la confitería París; el restaurante Río Bamba; el Cine Ópera, que perdió su cielo estrellado y toda su maravillosa ambientación Art Noveau, con excepción del hall de entrada.
Retomando el tema: ¿el sector público puede hacerse cargo del patrimonio construido? Sí. La preservación es tarea indelegable del Estado, que puede generar réditos con el patrimonio cultural haciendo prevalecer los intereses de la ciudad, superando la visión casuística y al libre mercado, remplazando la negociación por política de Estado.
El necesario debate por la renovación urbana puede encararse como redituable para un señor, una familia o todo un país.

 

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Fuente: Info News

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