Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Confiterías tradicionales sacan a relucir sus exquisiteces italianas

Con el auspicio del Gobierno porteño y el Instituto Italiano de Cultura, 32 pastelerías tradicionales enarbolan la bandera de Italia para que la gente pruebe exquisiteces típicas de ese país

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(CABA) “La idea es hacer una muestra de toda la pastelería que vino de Italia. Ya lo hemos hecho con la almena, la francesa y la española. Así reconocemos a los distintos sectores, ya Noviembre la de la alemania, el ao pasado la Francia y antes la de España. Nuestra pastelería está formada por la inmigración”, explica Javier Alonso, presidente de la Cámara de Confiterías.

Así, durante una semana, y con el auspicio del Gobierno porteño y el Instituto Italiano de Cultura, 32 pastelerías tradicionales enarbolan la bandera de Italia para que la gente pruebe exquisiteces típicas de ese país. Como el Postre Babá o las sfogliatellas, característicos de Nápoles, o los cantuccis o biscottis, de la Toscana. O las tortas caprese o la pastiera napolitana, elaborada con ricota y trigo cocido. El listado de locales que participan puede consultarse en la Web.

“Estamos promoviendo la pastelería italiana, como ya lo hicimos con la francesa o la alemana, para que la gente eduque su paladar, como lo hizo con el helado artesanal o con el vino. La idea es que redescubra la pastelería artesanal, hecha con productos frescos, y que venga a los lugares tradicionales”, explica Héctor Brignole, de 68 años, al frente de El Progreso junto a su hermano Juan Carlos. El que inició el negocio fue su abuelo Juan Bautista, nacido en un pueblo genovés llamado Borzonasca.

“Mi abuelo ya era pastelero cuando llegó a la Argentina, en 1909 -cuenta Héctor-. Primero trabajó en la Antigua Confitería del Molino, donde se quedó hasta 1919. Ese año, junto a mi abuela Angela abrió su propia pastelería, El Progreso, en este mismo local de Santa Fe 2820. Tenía un sector con mesas y sillas, pero las sacaron a raíz de la crisis del 30, porque no entraba nadie. Hace unos cinco años, las volvimos a poner”.

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El negocio fue pasando de generación en generación. En 1940, cuando murió Juan Bautista, lo continuó su hijo Adolfo, que a su vez les transmitió a sus propios hijos el amor por la pastelería. “A los seis años me hacía sacarles los cabitos a las frutillas”, recuerda Héctor. “Lo encendieron en 1919 y no se apagó nunca”, asegura. NT

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