Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Personajes

Carlos Viera, medio siglo cuidando las bóvedas del cementerio de Recoleta

Realiza una labor que muchos encontrarían escalofriante. Rodeado de esculturas, grabados y ataúdes, este hombre de 70 años tiene el singular oficio de cuidar de los mausoleos.

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(CABA) Desde hace más de medio siglo, Carlos Viera realiza una labor que muchos encontrarían escalofriante. Rodeado de esculturas, grabados y ataúdes, este hombre de 70 años tiene el singular oficio de cuidar de los mausoleos en el cementerio de La Recoleta.

Como uno de los 65 encargados de estos monumentos, Carlos mantiene en las mejores condiciones posibles las bóvedas que tiene a su cargo junto a sus compañeros. Todos pertenecen a un sindicato de cuidadores que se creó en 1973, según cuenta a LA NACION, durante el corto tercer mandato presidencial de Juan Domingo Perón.

A los 16 años decidió dejar su provincia natal, Misiones, y desde que llegó a la ciudad de Buenos Aires su rutina se basa en limpiar y organizar las bóvedas. Hoy le corresponde la estación 34, perteneciente a la sección 7 del cementerio, con unos 60 sepulcros a su cargo.

“Cuando cumplí 17 años comencé a trabajar en el cementerio. Recuerdo que me perdía, porque hay diagonales y todo, y también sentía un poco de miedo. Pero después de 54 años trabajando aquí eso ya no me ocurre más”, dice sonriente Carlos, que ha visto pasar generaciones de familias llorando a los suyos y que, más allá de mantener los mausoleos, oficia como un vórtice entre este mundo y el otro.

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Rodeado de unos 12 ataúdes, en una de las bóvedas que muestra a LA NACION, el cuidador cuenta varias de sus anécdotas en el cementerio con lucidez y lujo de detalles. Recuerda la muerte de Eva Duarte de Perón y sostiene que uno de los cuidadores encontró un valioso documento en su bóveda. “Uno de los compañeros encontró un pergamino en el monumento de Evita, en el que decía: ‘La señora Eva Duarte de Perón dona a la Sociedad de Cuidadores del Cementerio de la Recoleta la cantidad de $ 45.000 para que se organice el sindicato’. ¡Imaginate la cantidad de plata que era en esa época!“. Sin embargo, el destino del dinero es desconocido.

También destaca lo que ocurrió hace 30 años en un día de los Muertos: “Recuerdo una historia en una bóveda en la que se sentía como que el muerto estuviera respirando. Ahí estuvimos toda la mañana escuchando un tipo de quejido. Vinieron los bomberos, abrieron el ataúd y ¿sabés lo que era? ¡Una paloma que estaba en un vitraux!”, dice entre risas, allí donde pasa sus días en una función que liga su vida a la muerte. “Varias veces escuché cosas raras en los cajones, pero ya no me da miedo, siempre suena la madera o es un bicho”, dice con naturalidad.

En su cinturón carga un manojo de llaves de las bóvedas de las que se ocupa, y habla sobre su relación con las familias, el inexorable paso del tiempo -que se evidencia en sus manos arrugadas- y su postura frente a la muerte.

Carlos Viera2

“Antiguamente a este cementerio venía mucha gente. Ahora no viene casi nadie. Antes, el día de los Muertos y el día de los Santos eran feriados, pero ya no, y creo que eso sirvió para que la gente se olvidara de visitar a sus muertos”, dice con un dejo de nostalgia.

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Se limpiaban los bronces, las placas.todo. Hoy, si te fijás, los bronces están negros, aunque algunos aún se lustran”, agrega mientras fuma un cigarrillo y busca la llave de la bóveda de la familia que donó la Quinta presidencial de Olivos.

Al entrar a la bóveda comenta: “Uno se acostumbra a todo esto, a los ataúdes, a estar aquí adentro con ellos. Es una cosa tan natural que ya ni pienso que ahí dentro hay un muerto. Uno no debe tenerles miedo, ellos están ahí, quietos. Para mí es como si fueran un mueble”. Sin embargo, aclara que a través de los años ha construido fuertes vínculos con las familias que le encomendaron la labor de su vida.

“Hay mucha gente que yo conocía que está acá. Gente que saludaba y con la que charlaba y ya pasaron a mejor vida. Pensar en eso al principio es un poco triste. Siento mucho cuando alguien muere porque he visto generaciones, padres, hijos, nietos y hasta bisnietos. y se generan muchos sentimientos hacia las personas”, dice.

Hace poquito murió una señora que venía todas las semanas a ver al esposo, y se siente el vacío porque yo hablaba con ella. Ella venía a traerle flores y yo veía ese cariño que le tenía a su marido y todas esas cosas…”

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-¿Qué piensa usted sobre la muerte?, pregunta LA NACION.
-Creo que la muerte es algo que tenemos señalado. Uno sabe en definitiva que se va a morir. Uno cree que es eterno, que va a vivir cientos de años pero no es así. Yo tengo 70 años, ¿cuántos más iré a vivir? Unos diez más, o quince como mucho. Es increíble. No sé si uno está preparado para morir, pero si estoy hecho a la idea, a pesar de que uno ve a los hijos y a los nietos y quiere seguir estando. Lamentablemente no se puede estar aquí para siempre.

Mientras camina por las “calles” de esta necrópolis fundada en 1822, y apropiándose fehacientemente de la historia de próceres y celebridades que descansan allí, Carlos prende un cigarrillo más y se dirige a otra bóveda mientras cuenta que, incluso, veía a Jorge Luis Borges andar por los mismos pasillos que él recorre todos los días.

“Yo lo veía a don Jorge Luis cuando venía a visitar a la mamá. Él se daba una vuelta por todo el lugar. En el monumento que tiene la familia hay dos placas con sus poemas”, dice. Pero el célebre escritor, que en 1923 predijo descansar en este icónico lugar en su poema La Recoleta –Estas cosas pensé en la Recoleta, en el lugar de mi ceniza-, hoy descansa en Suiza.

Tras pasar aquí más de una cuarta parte de los casi dos siglos de historia que guarda el cementerio de La Recoleta, Carlos Viera no duda en reconocer: “Si alguna vez tengo mucho dinero, me compraría un monumento para estar cerca de mis seres queridos. Sin dudarlo, claro que sí”.

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Carlos Viera

Fuente: La Nación

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