Buenos Aires, 29/03/2024, edición Nº 4153
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Cultura

Abrirán un centro de arte con función social en la Abadía de San Benito

Se inaugurará en octubre, pero el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires ya hará actividades allí la semana que viene.

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Por Pablo Gianera

(CABA) Hay una escena que algunos pocos vecinos de Belgrano -aunque la condición de vecino no es por supuesto imprescindible- recordarán, ya sea porque la protagonizaron o bien porque la vieron protagonizada por un tercero. Durante un tiempo, la librería que funciona ahora en el local pegado a la parroquia de San Benito estaba un poco retirada al fondo, en una construcción escasa a la que se llegaba por un sendero. En el ambiente en el que moría el sendero, había, aparte del libro buscado (y casi siempre encontrado) un ventanal a la antigua abadía. Había que quedarse mirando. Era la única noticia de ese lugar inaccesible y un poco secreto, y aun esa noticia se había vuelto después imposible porque la librería quedó incluida en el local que vende dulces y quesos artesanales. En cualquier caso, ya no hará falta ir a ninguna librería para mirar por la ventana. Con el nombre de La Abadía. Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos, ese espacio entrevisto, con puerta hacia la esquina de Gorostiaga y Luis María Campos, será público a partir de octubre, aunque ya la semana que viene, antes de la inauguración, será una de las sedes del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba).

El proyecto fue de la Familia Sodálite, y se trabajó en el edificio para permitir su nueva función sin afectar el patrimonio arquitectónico. De los 5000 m2 del antiguo monasterio se refuncionalizaron ya de 1000 m2, que corresponden al primer piso, con 5 salas para exposición artística, un auditorio para 120 personas y una biblioteca. Todo esto sin contar el jardín, que era el corazón de la abadía y lo es también del nuevo centro. Sebastián Blanco, director de La Abadía, lo resume así: “Así como se respeta el espíritu monacal, se respetaron los materiales originales. Tratamos de que la vida contemplativa del monasterio sirva ahora a una misión apostólica. El proyecto de La Abadía tendrá un fuerte compromiso social”.

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Cada uno de esos espacios tiene su particularidad. El programa de exposiciones se abrirá con Tierra de encuentros, cielos y colores. Arte de Sudamérica hoy y ayer, la muestra curada por Teresa Pereda, mientras que el auditorio será el lugar para el teatro y la música. La biblioteca, que lleva el nombre del monseñor Eugenio Guasta, merece una consideración aparte: está allí la biblioteca del sacerdote muerto en 2013, ya en anaqueles; la tarea de catalogación y ordenamiento estará a cargo de Ernesto Montequin. El jardín es el corazón, sí, y lo será más cuando se instale allí la cafetería prevista. Pero la blancura del auditorio, que era el viejo comedor de los monjes, y la penumbra de la biblioteca atenuada por los lomos de los libros de Guasta son rincones más recónditos, un poco más reticentes con su encanto.

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Las líneas de trabajo del centro son tres: una escuela de música, que incluye una orquesta juvenil; una residencia artística, y las exposiciones de arte en espacios preparados. Guillermo Alonso, el ex director del Museo Nacional de Bellas Artes que es director de Relaciones Públicas e Institucionales de La Abadía, cree que Buenos Aires tiene una oferta amplísima de arte del siglo XX. “Aunque invitaremos curadores y habrá arte contemporáneo, nos interesa la reflexión sobre la producción artística en Latinoamérica que tiene 12.000 años y sobre la que se tiene muy poca conciencia.”

La Abadía tiene el asesoramiento de Silvia Fajre, Darío Lopérfido, Silvia Fajre y Juan Aramburu. “Hay un enorme potencial para conciertos y teatro leído en el auditorio y para actividades performáticas en los ambientes del claustro -dice Alonso-. Hemos hablado con el Ensamble Louis Berger para que hagan música del barroco jesuítico. Es muy probable además que el Coro de Niños del Teatro Colón actúe en la inauguración. Hablamos también con Oscar Barney Finn para planear actividades. Nos gustaría que el Filba y la Feria del Libro Antiguo estén siempre en nuestro calendario.”

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El barrio de Belgrano tiene una fuerte y antigua unión con los benedictinos, e incluso se cree que la Parroquia Inmaculada Concepción, La Redonda, estuvo dedicada en su origen a San Benito. Pero la historia de la Abadía empieza en 1914 con la llegada a Buenos Aires de seis benedictinos que formaban parte de la Abadía Castellana de Santo Domingo, de Silos, entre ellos Andrés Azcárete, que se ordenó sacerdote en Buenos Aires. Tras un período en Carlos Casares, terminaron instalándose en Belgrano. Compraron la quinta de Anchorena sobre la calle Maure y restauraron la casona. Antes de la compra, el 5 de octubre de 1920, se colocó la piedra fundamental de la Iglesia del Santo Cristo, que fue bendecida por el papa Benedicto XV. El monasterio creció hasta llegar a abadía. En 1973, se trasladó a Luján, donde funciona ahora.

En el video de presentación que se proyectó ayer en el auditorio para algunos vecinos aparece el padre Florentino Fernández, a quien, fuera de la pantalla, se puede ver a veces cuando cierra en silencio la capilla de San Benito. Su vínculo con la orden benedictina se remonta a 1939, y él es posiblemente el único que conoció de primera mano la época heroica de la abadía. “Esto era un desierto -cuenta-, pero la obra apostólica fue enorme y por eso recordamos a los mayores.” Dice Blanco: “El abad del momento nos habló de la riqueza espiritual del lugar. Desde el inicio fuimos conscientes de esto”. La abadía no es ya un secreto, pero felizmente su misterio no se disipa.

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Fuente: La Nación

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